No conocía el poema viral «Good Bones» (2016), de Maggie Smith. Lo he descubierto al leer el artículo del New York Times sobre su nuevo libro, You Could Make This Place Beautiful.
Hasta hace poco a eso de hijos grandes, problemas grandes» todavía le veía fácil manejo. Pero llegan los hijos a la preadolescencia y, ante algunos problemas, dan ganas de responder «es que la vida es dura». Por eso me conmovió el poema de Maggie Smith. Como siempre, me tomo la libertad de traducirlo.
Buenos cimientos
La vida es corta, pero no se lo digo a mis hijos. La vida es corta, y yo he acortado la mía
de mil deliciosas e insensatas maneras,
mil deliciosas e insensatas maneras.
No se lo diré a mis hijos. La mitad del mundo es horrible,
y eso es una estimación conservadora
que yo oculto a mis hijos.
Por cada pájaro hay una piedra arrojada a un pájaro.
Por cada niño querido, un niño roto, en un saco,
ahogado en un lago. La vida es corta y por lo menos la mitad del mundo es horrible,
y por cada desconocido amable hay uno que te destrozaría,
y eso se lo oculto a mis hijos.
Intento venderles el mundo. Cualquier agente inmobiliario,
mientras te enseña cualquier antro, tararea una canción sobre los buenos cimientos.
Este lugar podría ser bonito, verdad? Tú podrías hacer este lugar bonito.
Rosie O’Donnell ha sido la última invitada al podcast de Brooke Shilds, Now What?. Le explica a Brooke que en sus inicios en la stand up comedy contaba chistes de Jerry Seinfeld. Copiaba hasta su cadencia al contarlos. Hasta que alguien le dijo que no puedes hacer monólogos con chistes de otros, que tienes que escribir los tuyos propios. Rosie se sentía incapaz, y entonces le dieron este consejo: habla de tu familia y a partir de ahí el humor saldrá solo. Y así ocurrió. Esto explica por qué hay tantos humoristas contando sus miserias domésticas y familiares.
También cuenta cómo nadie se creía que fuera a dejar su talk show con el éxito que estaba teniendo. Según Rosie, si ya tienes 100 millones de euros y quieres seguir ganando más dinero es que no te has enterado de para qué estamos en este mundo.
Aunque desciende de la aristocracia de Nueva York, en uno de los episodios Cooper recuerda a su niñera y la compara con su madre. La primera era desconocida por todos, pero una figura crucial en su vida; la segunda, Gloria Vanderbilt, protagonizó titulares durante décadas. Me acordé de esas reflexiones al leer estas palabras de Linda Loman en La muerte de un viajante (Death of a Salesman, Arthur Miller, 1949):
Willy Loman nunca ganó mucho dinero. Su nombre nunca salió en el periódico. No es el personaje más interesante que ha existido. Pero es un ser humano, algo terrible le está pasando y hay que prestarle atención. No se puede permitir que caiga en su tumba como un perro viejo. Una persona así necesita que, por fin, le prestemos atención.
Lo cierto es que Willy Lomans hay millones en el mundo, porque Willy Loman somos todos.
Imagínate. Trabajas una vida entera para pagar una casa. Cuando por fin es tuya, ya nadie vive allí (Willy Loman)
La muerte de un viajante ha generado cientos de estudios y análisis, pero yo me quedo con su maestría para ponernos delante un espejo y recordarnos que al final de la vida casi todo lo que aquí y ahora ocupa nuestros pensamientos será insignificante. Así le habla Linda a Willy cuando dice estar descansado:
Tu mente no descansa. Tu mente es hiperactiva, y la mente es lo que cuenta, cariño.
Cuando estalló la Gran Guerra, lo viví no como una tragedia superlativa, sino como la exasperante interrupción de mis planes personales.
Vera Brittain en Malta
Hay un grupo de escritores a los que se conoce como La Generación Perdida. Aunque los estudié ya en el bachillerato, he tenido que leer aVera Brittan para entender con más profundidad el por qué de «generación perdida».
El camino duramente ganado hacia la libertad se cortó para mí cuando en el otro extremo de Europa una bomba serbia mató a un archiduque austríaco.
En su Testamento de Juventud (Testament of Youth, 1933) Vera Brittain relata sus días como enfermera voluntaria durante la Primera Guerra Mundial, primero en Inglaterra y más tarde en Malta y Francia. Virginia Woolf sintetizó el libro como una historia sobre cómo Vera «perdió a su prometido y a su hermano mientras ella manipulaba las entrañas de los heridos de guerra, comía sobras y tenía visiones de personas fallecidas»; aun así, Woolf reconoció el gran valor testimonial de sus 600 páginas.
El libro se lee como una elegía por una generación de hombres y de sueños. Cuando Vera retomó sus estudios en Oxford al terminar la guerra, sus compañeros la veían como una veterana empeñada en contar las penurias y heroicidades en el frente. Hasta que notó que no interesaban tanto como la causa irlandesa, las expediciones al Everest o la apertura de la tumba de Tutankamon.
El inevitable choque generacional disminuye, también de forma inevitable, con el paso de los años.
La vuelta a la normalidad en el Londres de la posguerra estuvo plagada de decepciones para las mujeres como Vera, y en general para la causa femenina. Su labor salvando vidas en hospitales de campaña no fue suficiente para que se las reconociese como enfermeras. Y cuando se aprobó el derecho al voto de las mujeres (1918) se limitó a las mayores de 30, temiendo un peso desproporcionado del voto femenino en una franja de edad que se había quedado con muy pocos hombres.
En la posguerra la neurosis bélica se había transformado en miedo – miedo a los resultados incalculables de causas imprevistas; miedo a la pérdida de poder para los que lo poseían; miedo, por tanto, a las mujeres.
En el libro, Vera Brittain incluye interesantes episodios que se contaban durante la guerra, como cuando los bandos decidieron no dispararse: Una vez, cerca de Ypres, ambos frentes acordaron no dispararse. Para que pareciera que luchaban, siguieron usando sus rifles, pero apuntando al aire.
O cuando algunas mujeres intentaban reencauzar sus vidas con anuncios en el periódico como este que apareció en la Agony Column del Times: Dama cuyo prometido ha muerto en el frente estará encantada de casarse con un oficial que se haya quedado ciego o incapacitado por las heridas de guerra.
Nuestra generación pasará a la historia como la primera en entender que ninguna persona puede vivir aislada del mundo […] La generación de la guerra volvía, a la fuerza, a la vida, pero seguía poseída por el sentimiento desesperado de que la vida es corta.
Jewel ha hablado muchas veces de su pasado homeless y de cómo luchó por no ser un número más en las estadísticas que predecían su fracaso profesional y existencial.
Esta vez ha hecho dos comentarios que no se me van de la cabeza:
– La metáfora de los búfalos: son los únicos animales que corren hacia la tormenta en lugar de escapar de ella; de esa forma la dejan atrás antes que nadie.
– La felicidad y el pensamiento: uno no es feliz por lo que es o por lo que tiene, es feliz por lo que piensa. Esto, al parecer, lo dijo Buda.
Publicada el noviembre 27, 2022 por
Rosana Ferreres
Hacía tiempo que quería leer a Siri Hustvedt, y no sé si ha sido buen idea empezar por La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (The Shaking Woman, 2010). El libro parte de un episodio de agitación incontrolable por todo el cuerpo que sufrió la escritora cuando daba una charla sobre su padre.
El libro no ha envejecido bien, porque muchas de las ideas que plantea son ahora totalmente mainstream por culpa de -o gracias a- lo que esta semana denominó el New York Times «terapia de Instagram«. Lectura recomendada, por cierto, para ponernos en alerta sobre esta moda del autodiagnóstico, el exceso de autoobservación o el individualismo radical post-pandémico. Me ha llegado al alma esta frase:
Nos hemos acostumbrado cada vez más a percibirnos como los protagonistas de nuestra propia vida y a los demás como obstáculos en nuestro camino.
Volviendo al libro de Siri Hustvedt, recopilo algunas de las reflexiones que hoy están por todo Instagram:
Sobre el que una enfermedad se convierta en tu identidad, y el consiguiente estigma:
Los pacientes psiquiátricos a menudo dicen «Ya sabes, soy bipolar» o «Soy esquizofrénico». Se identifican totalmente con su enfermedad en estas frases.
Sobre cómo se han renombrado algunos trastornos:
Mi ataque había sido de histeria. Este término ha sido casi eliminado del discurso médico y sustituido por desorden de conversión, pero bajo el nuevo subyace el antiguo, persiguiéndolo como haría un fantasma […] En el habla cotidiana usamos la palabra histeria para indicar la excitabilidad o exceso de emoción de una persona.
Sobre la separación entre lo físico y lo mental:
Diferenciar lo mental de lo físico es un anacronismo reduccionista del dualismo cuerpo/mente.
Sobre el carácter hereditario de algunos trastornos:
El trastorno maníaco depresivo, también conocido como trastorno bipolar, suele venir de familia; el componente genético es considerablemente mayor que en la esquizofrenia.
Publicada el noviembre 21, 2022 por
Rosana Ferreres
Patti Smith es muy dada a celebrar a otros artistas. Algunos ejemplos: interpretó una canción de Bod Dylan cuando él esquivó recoger el Nobel, compró la casa donde Rimbaud escribió Una temporada en el infierno para preservarla y dedicó todo un libro a sus años junto a Robert Mapplethorpe,
En The Guardian le preguntan el por qué de esa inclinación, y ella responde: Porque magnifican mi vida.
Y cómo la entiendo: de qué oscuridades te puede sacar un libro, un poema o una frase inspirada dicha en el momento justo.
Completa su reflexión con estas palabras: Sigo haciendo mi trabajo, intento cuidarme. Estoy agradecida por tener esta imaginación, pero no creo que me haga más importante que nadie. Soy quien soy, con todas mis imperfecciones- y estoy agradecida.
Cuando los humoristas tienen hijos, y sobre todo si lo suyo es la observational comedy, a menudo incorporan a sus monólogos las experiencias de los primeros años como madres/padres. Si es éxito o sin éxito es donde está el debate. En el New York Times acaban de analizar muy bien este fenómeno que ellos llaman parent trap de la comedia.
Hablar de los bebés, niños o crianza es tan universal como nicho. A la gente que no tiene hijos, no plantea tenerlos en breve o hace mucho que los tuvo, el tema no le interesa o le aburre rápidamente. No hace falta irse a la comedia para darse cuenta de esto, porque pasa lo mismo en nuestras vidas.
Pese a resultarme cercana la temática de estos monólogos, por lo general me decepcionan. Están plagados de ocurrencias que no se diferencian en nada de lo que oímos o decimos cuando charlamos con otros padres y madres en la puerta del colegio. Es un humor que no trasciende, sin ambición y que solo toleramos porque el cómico de turno nos gustó en anteriores stand-ups, y se lo perdonamos a la espera de que su arte vuelva a ganar altura.
Podría hacerse buena comedia con esto, por supuesto, falta que alguien lo consiga.
Laurie tenía siete hermanos y solía pasear a los más pequeños por su pueblo de Illinois, incluso los días más fríos de invierno cuando el lago estaba congelado. Uno de esos días, patinando sobre el lago el hielo se rompió y el carrito en el que empujaba a sus hermanos, un par de gemelos de dos o tres años, se hundió en el lago. Laurie rescató primero a uno, luego al otro, y los llevó a toda prisa a casa para que no se congelaran.
Al llegar a casa su madre le dijo, horrorizada, que era peligroso patinar sobre el lago congelado, que podía haber matado a los gemelos. Y al instante le comentó lo admirada que estaba de lo bien que nadaba y buceaba. Ese cambio de tono y de mensaje, dice Laurie, le transformó para siempre. Se sintió capaz y útil, y desde entonces afrontó la vida de otra manera.
Todos guardamos en el fondo de nuestro corazón alguna divergencia. Todos somos rarunos, aunque, eso sí,
algunos más que otros (Rosa Montero, El peligro de estar cuerda).
La frase de Rosa Montero me tomo la libertad de redondearla con otra cita de su libro, esta vez de Albert Camus: Nadie se da cuenta de que algunas personas gastan una energía tremenda simplemente para ser normales.
El peligro de estar cuerda es un libro para leer a ratos, pero tienen que ser ratos con la mente clara. Trata de las particularidades de los cerebros de creadores y artistas, y también de los de gente que no puede vivir sin compañía del arte. Habla de escritores, pero también de los que no concibimos vivir sin la lectura.
Algunas de las citas que trae son para guardarlas, como esta de Shakespeare: Es una lástima que los locos no tengan derecho a hablar sensatamente de las locuras de la gente sensata.
La frase de Shakespeare no puede ser más actual. Que se lo digan a Kanye West, que estos días va comentando que se siente herido cuando le toman por loco. Es verdad que se lo ha buscado, pero ejemplos así hay todos los días: ¿pierde valor una idea por el hecho de expresarla alguien que tenga diagnosticada una enfermedad mental? ¿una persona con depresión puede decir que un paisaje le pone triste? ¿alguien con ansiedad puede comentar que la cercanía de un evento le paraliza? ¿les vamos a callar diciendo «es por tu enfermedad»?
Otra cita clarificadora, esta vez de Anne Sexton: Mis admiradores creen que me he curado, pero no; solo me he hecho poeta.
El poder curador de la escritura y la lectura está demostrado. Respecto a la escritura, solo hay que pensar en la moda del journaling y el bienestar mental que produce. Respecto a la lectura, todos sabemos que es muy difícil leer cuando la mente está saltando a toda velocidad de un pensamiento a otro, o sobrecargada. Y leer con atención es como meditar: los pensamientos dejan de atropellarse y queda solo uno, o al menos uno domina a todos los demás: el que nace del libro.
Anne Sexton
Muy interesantes también las reflexiones sobre la socialización: Las carencias sociales o sensoriales durante los primeros años de vida dañan la estructura del cerebro —sigue diciendo Kandel—. De manera similar, necesitamos la interacción social para seguir siendo inteligentes en la vejez (Eric Kandel). Si necesitamos más pruebas del papel fundamental de una correcta socialización para nuestra cordura, ahí van: Para el cerebro, el rechazo social es tan importante que literalmente duele: activa la misma matriz neuronal que el dolor (David Eagleman, neurocientífico).
Termino con una descorazonadora cita sobre la vejez: Alguien dijo que uno de los grandes problemas de ser viejo era que no puedes decir en voz alta casi ninguna de las cosas que realmente piensas, porque siempre resultas ridículo o chocante o molesto.