Esta fecha es un pretexto ideal para traer aquí la gran novela de amor de William Faulkner, poco amigo de la sensiblería. Hablamos de Las palmeras salvajes, que contiene duras reflexiones sobre el amor:
Dicen que el amor muere entre dos personas. Eso no es cierto. No muere. Lo deja a uno, se va si uno no es digno, si uno no lo merece bastante. Es como el océano: si uno no sirve, si uno empieza a apestar en él, lo escupe en alguna parte para que se muera.
… o sobre su relación con la muerte. Oigamos a Wilburne en los instantes que siguen a la muerte de Carlota:
No es que pueda vivir, es que quiero (…). La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría de qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí. Entre la pena y la nada elijo la pena.
La traducción, tan sentida, es de Borges, que se olvidó de puntuar.