Costó mucho a público y autores percatarse de la mayor flexibilidad de la prosa para desarrollar una historia. Sólo cuando se extendió la educación y la cultura se desligó la prosa de los asuntos jurídicos o pedagógicos para abarcar otros más imaginativos. Hoy en día incluso resulta trabajoso leer prosa del siglo XVIII, arcaica y disgresiva. Pensemos en Laurence Sterne o en Choderlos de Laclos.