Anoto aquí la historia de fantasmas que el arzobispo de Canterbury me contó en Addington (…); un mero boceto, vago, general, impreciso, puesto que no otra cosa le había referido (…) una dama que no poseía el arte de narrar ni claridad alguna. Es la historia de unos niños (…) que, muertos presumiblemente los padres, quedan al cuidado de sirvientes en una vieja casa de campo. Los sirvientes, malvados y corrompidos, corrompen y depravan a los niños; los niños se vuelven viles, capaces de ejercer el mal en un grado siniestro. Los sirvientes mueren (…) y sus apariencias, sus figuras, vuelven para poseer la casa y a los niños, a quienes parecen tentar y a quienes invitan y convocan desde más allá de lugares peligrosos, el profundo barranco tras una cerco derruido, etc, de modo que al entregarse a su poder los niños pueden destruirse, perderse. No se perderán mientras alguien los mantenga alejados; pero estas malignas presencias insisten una y otra vez, intentando hacer presa de ellos. Es cuestión de que los niños «vayan hacia allá». La pintura, la historia, es demasiado oscura e inacabada, pero inspira la realización de un efecto extrañamente horripilante. Ha de contarla -es tolerantemente obvio- un testigo u observador externo. «
Henry James escribió estas líneas en su cuaderno de notas el 12 de enero de 1859. El resto ya lo conocemos : o )