Ayer entrevistaban en Babelia a Jenaro Talens. Sobre su labor de traductor, Talens opina así: «Para que un poema de Hölderlin, por ejemplo, funcione en español hay que hacer otro poema: reconstruir la sintaxis, la imaginería, las referencias (…). Muchas veces, los mejores poemas que uno escribe son los que traduce».
Hace muy poco descubrí una faceta para mí inédita de Emily Dickinson. Me refiero a las traducciones al español de sus poemas. Pese a ser a menudo tristes, sus versos en inglés son robustos, desafiantes en su íntima claridad. Por el contrario, en español su voz aparece como la de una criatura desvalida, no hay lugar apenas para la esperanza ni la alegría:
No se lo dije al jardín
todavía no sea que me conquiste,
no tengo suficiente fuerza ahora
para decírselo a la abeja,
no lo mencionaré en las calles
porque las tiendas me mirarían,
que alguien tan tímido,
tan ignorante tenga el descaro de morir.