Yo intento practicar el consejo que Flaubert le dio un día a Maupassant: «Hay que mirar un árbol durante mucho tiempo, hasta que ese árbol logre diferenciarse por completo de los demás».
Así habla el flamante Noblel Imre Kertész en El Mundo. Esto me ha recordado que, a veces, sobre todo en la ciudad, encuentras rincones (un árbol, una fachada iluminada por el sol, una vista de la ciudad desde lo alto durante el trayecto en autobús) que están pidiendo a gritos que pase por allí algún artista para inmortalizarlos. Como cuando un genio muere en el anonimato.