Decía Javier Marías en Cuando fui mortal (el relato) que nos faltan los hechos a los que no asistimos y las conversaciones que no escuchamos, las que se celebran a nuestras espaldas y nos mencionan o nos critican o nos juzgan y nos condenan.
Es como cuando un jefe te trata bien, lo cual te tranquiliza, pero un día de repente te mira raro, y sabes que es porque algo ha pensado de ti, o algo le han dicho, de forma que todo ha cambiado entre él y tú sin estar tú presente. Y te enfadas porque tú no has estado allí para que su imagen de ti empeore, te quieres defender pero no hay manera porque no sabes nada… (es sólo un ejemplo, toco madera, snif). Entonces te gustaría haber sido capaz de congelar su alma.
Creo que estamos dentro del dominio de lo inestable, y que, en esta fase que todavía durará mucho, es esa inestabilidad lo que se fomenta: «esa ilusión no te la quita nadie», «disfruta de eso que tienes», «qué desastre pero qué bonito mientras duró»… «Siempre» no significa «para siempre», sino «aquí y ahora es muy intenso«. No rechazo esta actitud porque también soy inestable, pero entiendo ahora las convenciones, y entiendo que (objetivamente) se fundan sobre el miedo, porque las almas no se pueden congelar. Y si se pudieran, seguro que querríamos congelar la de los demás, pero no la nuestra : o |