En la foto en la que se las ve juntas, Virginia se inclina hacia Vita como un jacinto a punto de romperse, a punto de desaparecer. Vita mira, con ojos de anticipación triste o amenazante, hacia otro lugar del jardín, el parterre que Virginia iba a dejar vacío después de su breve y milagrosa floración. (Luisa Castro, hoy, en El País Semanal)
Se dice que Virginia Woolf conoció gracias a Vita Sackville-West la sensualidad que hasta entonces sólo había explorado en su literatura. Detalles biográficos aparte, no hay duda de que los escasos momentos de intensa felicidad que uno puede alcanzar inspiran algunas de las mejores páginas de Virginia. Esos momentos, y su impacto en nuestro recuerdo hasta el final. Es una constante en sus novelas.
Para mí es una obsesión. No sé en qué momento de tu vida empiezas a discernir cuáles fueron esos momentos. Siempre, hasta el último minuto de la vida, hay espacio para la felicidad, pero esos milagros se manifiestan como mucho dos o tres veces en la vida. Porque hay grados de felicidad. ¿Cuántos de esos milagros tengo ya en mi trayectoria, si es que los tengo, y cuándo vendrá el siguiente, si es que va a llegar? De momento, disfruto no sabiéndolo.