Apenas voy a museos, ni estoy al tanto de dónde están alojadas las obras maestras de la pintura y la escultura. Por eso al caminar por la Tate Modern y darme casi de bruces con El beso, de Rodin, casi sentí escalofríos. No esperaba que estuviera allí. Todavía dudo si era el original o una copia. Eché en falta poder escudriñar las caras y los cuerpos desde arriba, ¿cómo no se les ha ocurrido?
En siete días sólo he visitado la Tate Modern y la National Gallery, donde me llené de alegría al ver, en vivo y en directo, El matrimonio Arnolfini, de Van Eyck. Ese cuadro me lo llevaría a casa. El resto del tiempo me he dedicado a vivir en Londres.