La idea de vivir ocho años en la selva sin la música de Bach me parece espantosa.
Hay un libro que se me pasó comentar: El afinador de pianos, de Daniel Mason. Tengo la corazonada de que Mason partió de una imagen y de un sonido al escribirlo: la del piano en medio de la selva y la de su música en plena naturaleza. Dos ideas que por sí solas justifican una novela, aunque mientras la leía no dejaba de pensar que, si yo hubiera sido Mason, en lugar de un libro hubiera hecho una película. Como libro recuerda a El corazón en las tinieblas, pero como película no hubiera sido Apocalipse Now, sino algo mucho más edulcorado y con mucho realismo mágico.
– Clementi, sonata en fe menor sostenido, opus veinticinco, número cinco -dijo Katherine, y él asintió con la cabeza.
En una ocasión Edgar le había dicho que le recordaba a un marinero perdido en el mar, mientras su amada lo esperaba en la playa. Las notas eran el sonido de las olas y de las gaviotas.
Se quedaron sentados, escuchando.
– ¿Él regresa?
– En esta versión sí.