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Mes: agosto 2004

Autorretratos

La luz solar tenía la misma densidad de un pétalo de oro: parecía que estábamos atravesando un paisaje de misal.

El número de agosto de Vogue reproducía este fragmento del Cuaderno de viajes de Edith Wharton en el que la escritora evoca escenarios de la Toscana. Hablar del sol y los paisajes de la Toscana no es un gran hallazgo literario, pero en este caso me convence el símil: el pétalo de oro, el misal… Con independencia de que sean imágenes de otra época, al leer la descripción que hace Wharton te das cuenta de que la emoción nace de las comparaciones.

Nunca he sido amiga de las descripciones en literatura, a pesar de que se me ocurren tres o cuatro nombres que han condensado en ellas gran parte de la intensidad de sus obras. Cuando un autor emociona en las descripciones, cuando cobran auténtico sentido dento de la obra literaria, ¿no es porque el autor retrata su alma a través de ellas?

Those light-houses are self-portraits (así explicaba Josephine, la esposa de Edward Hopper, los cuadros en los que el pintor representaba faros).

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Retrato de Paulo con gorro blanco

Estoy pensando en robar el Retrato de Paulo con gorro blanco, de Picasso. Está en el Museo Picasso de Málaga. Es pequeño, mide apenas 27 x 22 cm y hace juego con la decoración de mi habitación. El museo es tranquilo y los guardias están algo descentrados (cuando fui, uno me preguntó: do you speak Spanish?).

En realidad el cuadro que yo quería era El grito :-O … pero se me adelantaron.

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Un libro entre las manos

Cuando uno lee sigue viviendo experiencias que tienen tanto peso como lo que le pasa en la calle. Esos distingos entre vida y literatura no tienen sentido y generalmente han dado una poesía con olor a cerrado. Desde muy joven tuve claro que la poesía es un hecho vital y que se aprende a vivir con un libro en las manos.

Lo dice Luis García Montero en el último Babelia. No tienen un color distinto las emociones que produce un libro que las que despierta una experiencia que no sea literaria. Al menos es así cuando lees con entrega, porque también se puede leer con desapego, ¿a que sí?

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Para no asesinarse

La vida mundana, que tantas incertidumbres le causaba antes de conocerla, no era más que un sistema de pactos atávicos, de ceremonias banales, de palabras previstas, con el cual se entretenían en sociedad unos a otros para no asesinarse. El signo dominante de ese paraíso de la frivolidad provinciana era el miedo a lo desconocido (El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez).

Bien, el lunes vuelvo al trabajo, después de tres semanas de no hacer nada por compromiso. Este verano he elegido a Gabriel García Márquez, para armarme de fluidez narrativa y disfrutar de pasiones afrontadas con valentía.

Lo único que me duele de morir es que no sea de amor.

En esta novela hay un personaje-novela que apenas se pasea por diez páginas, o menos. Es el de América Vicuña. El drama que Florentino Ariza cultiva a lo largo de 400 páginas se desploma sobre ella, la mata y me lleva a pensar que todos sufrimos pero todos, todos, hacemos sufrir también.

Pero si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada.

… y de este libro recordaré siempre la tensión de las últimas páginas. No por saber qué les pasaría a los personajes, sino por adivinar qué giro daría a la trama García Márquez para terminar a lo grande. No lo adiviné, y por eso me acabó gustando tanto.

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