La luz solar tenía la misma densidad de un pétalo de oro: parecía que estábamos atravesando un paisaje de misal.
El número de agosto de Vogue reproducía este fragmento del Cuaderno de viajes de Edith Wharton en el que la escritora evoca escenarios de la Toscana. Hablar del sol y los paisajes de la Toscana no es un gran hallazgo literario, pero en este caso me convence el símil: el pétalo de oro, el misal… Con independencia de que sean imágenes de otra época, al leer la descripción que hace Wharton te das cuenta de que la emoción nace de las comparaciones.
Nunca he sido amiga de las descripciones en literatura, a pesar de que se me ocurren tres o cuatro nombres que han condensado en ellas gran parte de la intensidad de sus obras. Cuando un autor emociona en las descripciones, cuando cobran auténtico sentido dento de la obra literaria, ¿no es porque el autor retrata su alma a través de ellas?
Those light-houses are self-portraits (así explicaba Josephine, la esposa de Edward Hopper, los cuadros en los que el pintor representaba faros).