El visitante de un museo a menudo no está interesado en comprender un ideal de belleza. Simplemente acude al museo porque los medios de comunicación le han convencido. En nuestros días, para mucha gente, la tolerancia significa indiferencia. Esta indiferencia anula la diferencia entre la obra de arte que uno debe entender y el objeto que uno debe ver porque es famoso.
(Umberto Eco, ayer en El Semanal).
Hay conversaciones aburridas que son una enumeración de lo último que se ha visto o leído, seguida de un «me gustó», «estuvo bien», «me decepcionó» y otras coletillas igual de memorables. Hay películas que vas casi (auto) forzada a ver para estar al día, tener mundo y dar conversación a hombres y mujeres de hoy, de su tiempo. Y lo mismo pasa con los libros. ¿Por qué tengo que leer sobre la guerra civil si lo que me apetece es disfrutar de un tirón de mil páginas de George Eliot? ¿Por qué tengo que acudir ahora mismo a una exposición de Gauguin si lo que me pide el intelecto es ver cuadros de un prerrafaelista que sólo está a mi alcance en los libros? Me rebelo.