La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia.
(Para contribuir a la confusión general, Aldo Pellegrini).
Esto me recuerda a la forma en que se ha enseñado siempre la poesía: fomentando la imbecilidad. Con una nota al lado del libro en la que cada palabra se asocia al significado particular que (dicen) le da el poeta. Imaginemos a un poeta que nos cuenta algo así: «cuando digo verde, hablo de la fuerza de la naturaleza; tierra es mi infancia perdida; olivo es mi temor a envejecer…». Pensaríamos que nos toma el pelo.
Seguro que para los poetas es todo un regalo llegar a los lectores inocentes.