Caitlin Flanagan habla en The New Yorker sobre las acaloradas discusiones que mantuvo Pamela L. Travers con Disney hasta que dieron con una versión de su Mary Poppins que fuera comprensible para el público estadounidense.
Para empezar, no era nada común que una familia norteamericana de clase media tuviera una niñera, por lo que los guionistas (los hermanos Sherman) se inventaron una familia disfuncional en la que cobrara sentido un personaje como Mary Poppins: un padre siempre ausente, una madre muy ocupada y niños que necesitaban atenciones.
Cuando Walt Disney se reunió con los guionistas y les preguntó si sabían qué era una nanny, ellos respondieron con toda naturalidad que por supuesto: una cabra (en el inglés de los niños, nanny goat significa «cabra»).
Travers vivió 96 años y nunca perdonó que convirtieran a su criatura vanidosa e incorruptible en una simple criada. Tampoco que restaran protagonismo al tema central de Mary Poppins: el desamparo del niño desatendido por sus padres, ese que ella sufrió cuando era pequeña.