Libros no llevo. Para mí el libro es el paisaje y, sobre todo, la gente, los rostros de la gente. Llevarte un libro de casa es como ir a un buen restaurante y llevarte el bocadillo. Cuando voy a un lugar sólo me interesa el libro que la gente lleva escrito en su rostro (Manuel Vicent, el domingo en El País).
Yo no puedo leer cuando hay alrededor una sola cosa que me estimule. El mejor sitio para atacar un libro es el que conozco tan bien que no necesito explorarlo cada minuto. A veces, ni siquiera mi casa. Si busco un rincón nuevo, me distraerá cada sensación nueva que me provoque.
Leería en la oficina, porque la rutina me deja el cerebro libre para que lo llene de fantasías. A altas horas de la noche, con los sentidos a medio gas, vivo los libros mejor que nunca.
Yo no puedo viajar sin libros. Hago una maleta con ropa y otra sólo con libros, ésta última es la que más me cuesta.
Soy también nocturna, a media noche es hermoso leer. También me gusta hacerlo en cafés, esto si que me fascina.
Me uno a los anteriores comentarios: el lector habitual (no diré el manido «compulsivo»), no puede viajar sin maletas y maletas de libros. Y leer en la quietud de la noche, a veces hasta caer, literalmente, vencido por el sueño, es un placer al que es difícil sustraerse.
Del comentario de Manuel Vicent creo que es sólo literatura: ojalá fuese cierto que omnia vademecum porto, o cuánto me inspiran los rostros de la gente… pero en verdad, viajar con un libro es como llevar, contigo, a un Stendhal de bolsillo…
Yo leo en la cama, en los cafés, en los bares y restaurantes si como solo, en los parques,… el leer parece ir siempre asociado a la posición horizontal, no sé por qué 😀
La noche nos envuelve con su tranquilidad para que la lectura nos deleite, pero uno cuando ya son horas le invade el sueño irremediablemente…
Es curioso. A mí me resulta imposible pensar en un viaje sin libros en la maleta. Sin embargo, creo que lo hago por fetichismo ya que, casi siempre, vuelven inmaculados. Los libros viajan conmigo pero el tiempo se me va en recorrer y rumiar, en directo, esos otros mundos. Sólo al regresar vuelven a atraparme las realidades paralelas.
Ah, ¿cómo recordaría las luces, los objetos, la gente, la distancia, si no fuera a partir del recuerdo del libro o libros que leí en ese viaje?
Los libros fijan en el recuerdo cada movimiento. En aquella playa, aquel libro; sobre todo después de comer, paseando por la orilla con el agua por los tobillos. En esa ciudad, aquel poeta que la recorrió.
Sí, sí. Me uno al grupo de los libristas y creo que el autor, el «señorito», se ha pasado queriendo epatar… a no ser (grave sospecha) que haga ya tiempo que no lee ni en los viajes ni en los no viajes.