‘Ah, no te preocupes por Hitler. Hitler te hubiera querido’. No sé si he contado esto antes, pero creo que es el motivo por el que escribí ‘La flecha del tiempo’. No quería que Hitler me quisiera. Deseaba que me odiara.
Lo cuenta Martin Amis en una entrevista que publica The Times, una de esas que te hacen recuperar la fe en la inteligencia.
[En uno de sus libros] Saul Bellow le dice a Venus que hay una diferencia entre los hombres y las mujeres en el último asalto de su existencia. Los hombres rompen la costumbre de toda una vida y empiezan a echarse la culpa; las mujeres también rompen con la costumbre de toda una vida y dejan de sentirse culpables. Es una buena noticia para las mujeres.
Si empiezan a culparse en la vejez, ¿será porque buscan entonces lo que nosotras hemos necesitado mucho antes? Y si nosotras dejamos de echarnos las culpas, ¿será porque ya nos da igual aquello que pensábamos que necesitábamos? Siempre que he leído artículos de escritoras que entran en la madurez he tenido esa impresión, y también al oír hablar a mujeres de más de 50-55.
La idea de algo que está creciendo es la que lleva a mucha gente a aficionarse a la jardinería en la vejez. Quieren estar rodeados de cosas que crecen (…) El hecho de estar encogiéndote y muriéndote hace que te resulte tan agradable.
(Habréis visto que tengo problemas con la carga de imágenes y los comentarios… No sé por qué)
Impresionante. Casi como en las caras de Bélmez, la fotillo de Martin Amis de niño se muestra un poco más, de arriba abajo, cada vez que he entrado a ver si había comentarios. Ya le veo hasta la bariguilla, esa zona infantil que tanto ama Putin.
Bueno, a lo que no íbamos: me ha sorprendido la idea de los viejitos y la jardinería. Últimamente pienso que la adolesciencia y primera juventud es espacial (precisamente por ser tan territorial, el asesinato del padre es tan necesario, ya que el territorio es pequeño para dos. Y como patología principal, el disfrute con todo lo que sea decir «pedo, caca, culo, pis»).
Después se va entrando en una situación más compleja y madura: el continuo espacio-temporal. Quizá el control simultáneo y fluido de los dos factores como uno solo dé una medida de la propia madurez. (Como patología principal, olvidarse del espacio y llorar con demasiada exclusividad el paso del tiempo… «¡Eh, amable viejito, que estamos aquí, en la misma sala, y lo estamos pasando bien»!).
Lo de dedicarse al espacio, pero en la faceta vertical, me descoloca, aunque me parece de lo más interesante.
Gracias, gracias, doña Hormi. ¡Me ha encantado!