… El iPod lo utilizo en casa. Por la calle, no me gusta aislarme y prefiero oír el murmullo de la gente cuando habla, los diferentes idiomas cuando estoy de gira, el ruido de las calles… (Tamara Rojo en el último Ciberpaís)
Lo mismo me pasa a mí. Sólo puedo utilizar cascos cuando no quiero oír lo que pasa a mi alrededor, algo que nunca me ocurre en la calle. Presiento que, si no oigo, me podrán robar con más facilidad o algún coche me dará un susto. Además, si anulo el sentido del oído, me quedo sin olfato… y tampoco sabría aparcar el coche.
¡Albricias, altricias, altrilces y almireces!
¡Ha vuelto la hormiguita!
Yo podría cruzar con los auriculares puestos barrios tan anodinos como el de Salamanca (Madrid). En los que si es caso son dignas de verse alguna que otra pija: pero ojo, solo las madres que ahora tienen 40 o 50 años, bien cuidadas entonces y ahora: las hijas son un desastre de tanto mimo como han recibido.
Pero los metros, el centro de la ciudad, Tetuán, Malasaña, Lavapiés… ¡Muy bien abiertos todos los ojos y todas las aberturas de las que hablan los libros de sabiduría indios!
El otro día tuve una especie de epifanía por Lavapiés de la que salió un pequeño poema que celebrebaba el estado que me produjo y empezaba así: ¿Cómo colocas los ojos? / Para que quepan cinco mundos.
Ay, hormiga, que la justicia se vende los ojos, que para eso le pagan: pero nosotros, con los ojos, los oídos, las ventanas de la nariz, bien abiertos.
¿Te había dado ya la bienvenida?