La semana pasada, la ministra Carmen Calvo contó en El hormiguero que los ojos son el último vestigio de nuestro pasado anfibio.
A partir de ese día miro de otra forma a los ojos. Cuando tengo a alguien delante y estudio su mirada, pienso, «¿son ojos de sapo, de ranita buena o de salamandra?». También hay un anfibio llamado «tritón», pero nunca lo he visto…
En un cuento para niños se explica la historia de un pez aventurero que quiso abandonar el agua y descubrir la tierra. Lo intentó muchas veces, tantas que sus branquias se acostumbraron a respirar el oxígeno del aire, pero los ojos le dolían terriblemente y sólo soportaba estar fuera de su hábitat natural unos minutos.
Un día, decidió ignorar aquel escozor insoportable y arrastrarse por la arena alejándose cada vez más de la orilla. Sus ojos empezaron a supurar un líquido salado. Lloraba y ese llanto anuló el dolor. Puede que gracias a la valentía y al llanto de aquel pez estemos todos aquí.
Así que no va muy desencaminada la ministra.
Me ha sonado ese cuento al estilo de las Just so stories de Kipling, que traduje hace muuuchos años para una editorial con sede en Madrid. Lo he estado buscando por si procede de ahí y no lo encontré por casa. En Internet hay miles de fichas, pero las primeras son para vender el libro y no dan información de los títulos de los relatos.
La verdad es que algo de cierto debe haber en lo que dice la Ministra, porque la gripe, que es nuestro estado más acuoso, nos deja con ojos de rana.
Winsta y Hormiga, ¡qué caras de ver os hacéis!