Tengo una historia sentimental para cada una de las seis grandes autovías que parten de Madrid.
A1: es la de los despegues. Entre Madrid y San Sebastián de los Reyes ves los aviones en pleno ascenso. Contengo la respiración para que lleguen bien alto…
A2: la de los aterrizajes. Rezo para que el avión que sobrevuela mi coche no toque tierra antes de lo programado, me pasa casi rozando y me encojo de la impresión. Después de ocho horas de locura, esa autovía me llevó hasta la avenida Diagonal.
A3: la de mi tierra. Voy dejando atrás los campos de cereales y me empiezo a ilusionar en cuanto atravieso los pantanos. La fábrica de CEMEX en Buñol, la nave de Coca-Cola llegando a Valencia, el castillo de Sagunto después… ¡en casa!
A4: la que más lejos me ha llevado. En Andalucía me siento igual de bien que en Levante: ¡el norte no es para mí!
A5: la de mi primera «gran distancia» al volante, ida y vuelta a Lisboa. Me quemé como un camionero; como prueba, fotos entrañables en la torre de Belem.
A6: la más glamourosa, tantos carriles y tantos adosados. La de mi primera escapada de Madrid como conductora, camino de Collado Villalba. Qué recuerdos.
Conozco bien la A2. Según como pase el avión el ruido estremece, pero es cuestión de acostumbrarse.
La glamourosa, la A6, debe tener una bonita historia detrás. Nunca se olvida aquella salida de la ciudad cuando se era primeriza al volante.