Mirando las tristes lontananzas, sentía la impresión de mascar polvo y manosear tierra seca, y se le crispaban las manos.
¿Alguien usa hoy la palabra «lontananza»?
[En Madrid] el campo no era campo, era un desierto; ¡todo pardo!, ¡todo seco! Se le apretaba el corazón, y se tenía una lástima infinita. «¡Yo debía haberme muerto sin ver esto, sin saber que había esta desolación en el mundo! (…) Estas leguas y leguas de piedra y polvo».
A mí también se me crispan las manos, y además me da dentera, cuando veo tierra seca y polvo. También siento mucha sed.
Las citas son de Doña Berta (1892), de Clarín.
Pues a mí se me metió el desierto en el corazón, para siempre (no el de arena, sino el de «todo seco»), desde que de niño, en los veranos, me alejaba de la colonia cercana a Alicante donde los pasábamos y me perdía por las desolaciones. Como era todo pequeñas subidas y bajadas, crestas y barrancas, no estabas a la vista.
Los escorpiones bajo las piedras y la soledad (con los amigos). El sonido puro y preciso de las voces cuando, como mucho, se oían las cigarras.
Todo puede ser hermoso.