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Bola de sebo

En la segunda mitad del XIX, Guy de Maupassant describía así el físico de una mujer muy deseada en su relato Bola de sebo:

La mujer que iba a su lado era una de las que se llaman galantes, famosa por su gordura prematura, que le valió el sobrenombre de Bola de sebo; de menos que mediana estatura, mantecosa, con las manos abotargadas y los dedos estrangulados en las falanges -como rosarios de salchichas gordas y enanas-, con una piel suave y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal modo complacía su frescura, que muchos la deseaban porque les parecía su carne apetitosa. Su rostro era como una manzanita colorada, como un capullo de amapola en el momento de reventar; eran sus ojos negros, magníficos, velados por grandes pestañas, y su boca provocativa, pequeña, húmeda, palpitante de besos, con unos dientecitos apretados, resplandecientes de blancura (Bola de sebo, 1888).

Sólo hay un detalle preocupante en Bola de sebo: su mote. Hoy sebo equivale a colesterol malo. La belleza de todo lo demás depende los ojos de quien la mire. ¡Qué lástima que el ideal esté tan mediatizado! La descripción de Maupassant es un crescendo de sensualidad.

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