Casi todo el mundo intenta alguna vez escribir una carta de suicida, tanto si tiene talento para escribirla como si carece de él. Lo que importa es la carta. La terminamos, y luego continuamos nuestro viaje a través del tiempo.
Lo cuenta Martin Amis en El Mundo. Son esas cartas no enviadas sobre las que llegó a haber un blog hace años (¿existe todavía?).
Es como esos emails de ajuste de cuentas que todas (no sé si todos) hemos escrito. Al principio los envías sin pensártelo dos veces, años después los editas para eliminar las salidas de tono, y cuando has ganado autocontrol los dejas reposar unos días en la carpeta de borradores y luego los borras.
Yo nunca he escrito una carta de suicida, ¿qué motivos iba a poner? Ninguno tiene bastante peso, por más que, como me contó Nreska, pertenezca al grupo social que más suicidios registra con diferencia.
Inquietante aquel estudio ¿verdad? Comprobar que hay personas que se sienten fracasadas y sin salida por no tener pareja, ni hijos o el trabajo de sus vidas más allá de los treinta.
Escribir una nota de suicidio debe ser muy fuerte, no me lo puedo llegar a imaginar. ¿Y un poema de suicidio? Sirva de ejemplo el de Serguei Esenin
Adiós, amigo mío, adiós
tú estás en mi corazón.
Una separación predestinada
promete un encuentro futuro.
Adiós, amigo mío,
sin estrechar la mano ni palabra
no te entristezcas y ninguna
melancolía sobre las cejas
morir en esta vida no es nuevo,
pero tampoco es nuevo el vivir.
Fíjate, empiezas un post con una cita de Martin Amis y yo lo derivo con mi comentario a Rusia. ¿Redondo no? 😀
Acabo de recordar. No se puede considerar una nota de suicidio pero sí es lo último que escribió Marina Tsvietaieva poco tiempo antes de suicidarse.
Es hora de dejar el cárabe,
es hora de cambiar el léxico,
es hora de apagar la lámpara
encima de la puerta…
Más rusos… 😉