Ser bueno no sirve absolutamente para nada salvo para hacer el ridículo y para que, si no eres bueno, sino buenísimo, y si tienes una suerte espantosa y nos has traído al mundo unos cabrones, cuando seas viejo, tus hijos acepten convertirse en tus padres y, antes de que tú los abandones en la intemperie del mundo, te bañen, te peinen, se rían contigo y te limpien la caca. Visto lo visto, no parece que de momento podamos aspirar a más (Javier Cercas, en El País Semanal).
Y ya es aspirar a mucho. ¿No os parece que somos una de las generaciones peor preparadas para aceptar y soportar la vejez? No solo la nuestra, sino también (¿más?) la ajena.
Exactamente a los diez años aprendí que lo nuevo se hace viejo y la juventud se acaba. No hubo un motivo especial, es que era muy reflexiva. Y me dije: «tengo que acordarme siempre de que a los 10 años ya le quité valor a la juventud».
Por eso, cuando las nuevas generaciones me dicen que critico la sobrevaloración de la juventud porque me quedan menos años que ellos para disfrutarla, la respuesta siempre es: «no, no, esto ya lo pensaba a los 10 años».
Son las 5 de la mañana y seguro que cuando me levante me arrepentiré de haber estado escribiendo a estas horas 🙂