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Que no pase nada

Empecé a darme cuenta de lo extraordinaria que era Los Soprano cuando comprobé -muy pronto- que casi me entusiasmaban más aquellos capítulos en los que «no pasaba nada», en los que no había acción, ni asesinatos, ni amenazas, ni conspiraciones, ni apenas intriga, y si había alguna discusión era de índole doméstica.

Lo comentaba recientemente Javier Marías en un especial de EPS que atribuía el éxito de las series de la HBO a su respeto por la inteligencia de la audiencia.

A mí me está pasando lo mismo que a Marías, con Los Soprano y todavía más con Mad Men (el título es lo peor de esta serie). Si Proust hubiera sido guionista lo habría sido de esta serie. Apenas pasa nada, pero la psicología de los personajes está tan bien perfilada y el apunte histórico es tan enriquecedor que a mí me tiene conquistada. Entonces aún no había hippies pero sí beats y subterraneans, y los bohemios no paraban de fumar.

En Mad Men incluso el físico de los actores, tan saludable, se corresponde con el de 1960. El peinado de Don Draper, las curvas de Joan, las faldas de vuelo de Peggy… todo remite a una época en la que el ideal de belleza no era tan destructivo.

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