Golden lads and girls all must
as chimney-sweepers come to dust
(«Las muchachas y los jóvenes dorados deben todos / como los deshollinadores, acabar en polvo». Traducción de Isabel Sancho).
Joyce Carol Oates recuerda estos versos de Cymbeline (William Shakespeare) en esa vivisección de una relación obsesiva que dicen que es Solsticio.
Para mí, Solsticio es un relato de lo que llaman crisis del cuarto de vida. En español suena algo torpe y en inglés (quarterlife crisis) intuyo que también.
La protagonista, esa golden girl recién aterrizada en la realidad, se encuentra así:
¿Cómo se siente una, a los veintinueve, sin ser objeto del deseo de nadie -se preguntaba-, del amor de nadie, ni del interés particular de nadie? ¿Cómo se siente una, pudiendo dormir toda la noche de un tirón, pudiendo trabajar doce o más horas al día? (…) Le gustaba estar agotada, se le había convertido en una droga, como andar durante horas…(…) Le encantaba vaciarse, escurrirse de energía (…) Cuando tenía tiempo libre, especialmente los fines de semana, trabajaba en la casa, fregando capas de mugre, limpiando ventanas, lijando, puliendo…

En la fotografía, el Gran Vidrio de Duchamp (The Bride Stripped Bare by Her Bachelors, Even), que tiene un papel destacado en la novela.