En Lay Lady Lay (Nashville Skyline, 1969), Bob Dylan no parece Bob Dylan. La canción iba a estar incluida en la banda sonora de Cowboy de medianoche, pero no llegó a tiempo.
Más country y melodioso que nunca, dice cosas como:
Why wait any longer for the world to begin You can have your cake and eat it too Why wait any longer for the one you love When he’s standing in front of you
Sus cuentos victorianos tienen notas siniestras, como esas estampas enloquecidas que ven entre sueños sus pequeñas protagonistas. También pasajes hedonistas, como algunas enumeraciones de manjares:
Pavo frío, ensalada de langosta, champiñones estofados, tarta de frambuesa, queso cremoso, champán de una cosecha extraordinaria, merengue, helado de fresa, piñas con azúcar, algunas ciruelas…
(de Historia de Flora)
En sus momentos más sombríos, Parecidos razonables presenta a una criatura horripilante, sin ojos y con una gran boca rebosante de dientes trituradores. Un engendro con el que me encontré por primera vez en Cabeza borradora (David Lynch) y después en los estudios de Francis Bacon.
Los dos se encontraban completamente solos en el bosque, y la enorme boca estaba llena de dientes y de colmillos que comenzaba a rechinar.
(de Historia de Maggie)
En la imagen, Sol ardiente de junio, de Lord Frederick Leighton (1830-1896).
Todo prodigio esconde un hecho científico cuyo significado se nos escapa.
Esta frase pertenece al cómic europeo El maestro de armas, de la serie de De capa y colmillos (más de un millón de lectores en Francia). Me la apunta pacozafra cuando preparo esta entrada sobre mi experiencia lostie.
A mí me engañaron. Quería que lo que pasaba en la isla tuviera un porqué científico. No importaba que hubiera un monstruo sin forma o un Christian llegado de ultratumba (o más allá). Han hecho falta cinco temporadas para asumir que Lost es una serie de ciencia ficción.
Así que en su día leí La invención de Morel con la esperanza de que allí hubiera una explicación científica, pero tampoco. Lo que tiene la novela es algo más de hondura psicológica:
He llegado a ordenar la vida tan bien, que hago todos los trabajos y me queda, todavía, un rato para descansar. En esta amplitud me siento libre, feliz.
Tal vez toda esa higiene de no esperar sea un poco ridícula. No esperar de la vida, para no arriesgarla; darse por muerto, para no morir.
Qué injusto que sea el «moderno» de turno el que tenga que bendecir a una «vieja gloria» para hacer de ella «un gran artista que se reinventa». Lo he pensado al ver el vídeo de Memoria de jóvenes airados, de Loquillo, en el que homenajea a varios ases del baloncesto de hace alguna década.
Me he puesto a pensar, nostálgica de mí, y ahora me pregunto: ¿qué haces si todavía tienes mucho que crear, contar y conmover pero pasas de los 50 y tus años mediáticos quedaron atrás? Hablar de ti será tabú si no es para mofarse, y no solo por la consabida brecha generacional. A mí me gusta mucho la canción de Loquillo, qué le vamos a hacer. ¿Lo puedo contar?
Mi objetivo es poner sobre el papel lo que veo y lo que siento de la mejor manera y de la más simple.
Lo decía Ernest Hemingway. Muchos críticos han quitado valor a sus novelas por el estilo escueto, directo y nítido que emplea. Para otros tantos ese es su gran mérito.