Si Dios comiera, comería azúcar (…). ¿Acaso no basta tener en la boca un chocolate del bueno no sólo para creer en Dios sino también para sentirse en su presencia? Dios no es el chocolate, es el reencuentro entre el chocolate y un paladar capaz de apreciarlo.
Leí Biografía del hambre, de Amélie Nothomb, sin saber que tratataba sobre la anorexia. El motivo hay que buscarlo en una confluencia de manías: nunca leo las contraportadas y/porque me gusta ir directamente a lo esencial.
Miento, leo la contraportada cuando el libro me ha gustado tanto que quiero que me cuente más. Y entonces exclamo para mí «¡ah! pues es otra forma muy interesante de entenderlo…». Tampoco la portada era para fijarse demasiado, con esa foto de Amélie que recuerda a Helena Bonham-Carter en su cinta más oscura.
Lo que me enganchó a Biografía del hambre fue el título. Es ambicioso y elige un camino que no está trillado. Precisamente estos días Woody Allen ha comentado sobre los títulos de sus películas:
Nunca titulo una película hasta que está terminada, porque si la veo y no es buena no me gusta darle un título agresivo, sino uno que pase desapercibido y no prometa nada, de forma que el público no se sienta defraudado. Pero si la película me parece buena, le doy un título agresivo, potente, y me espero lo mejor [Nota: no se me ocurre ahora una traduccion más ajustada para hope for the best].
Pero luego me pasó lo de siempre: las pistas sobre la anorexia futura las borda, la historia bien, la sucesión de escenarios un éxito -los autores actuales van saliendo de los ambientes claustrofóbicos-, el mix cultural enriquece mucho… pero ¿por qué otra vez un escritor haciendo hablar a un niño como a un adulto?
A los siete años, tuve la clarísima sensación de haberlo vivido todo (…). Doce años era una edad ideal para morir. Había que marcharse antes de que comenzara el proceso de decrepitud.
Es muy fácil, y lo digo sin ánimo de desmerecer el trabajo de Amélie. He aquí una improvisación mía, apenas me ha hecho falta un minuto: Tengo cuatro años y odio las piscinas de bolas. Se mueven mucho y no me dejan pensar. A mí lo que me gusta es robar vasos de cristal, romperlos y jugar a recomponerlos. A veces me corto, pero no hay arte sin riesgo.
En serio, no hay voz narradora que dé menos quebraderos de cabeza. Haced la prueba.
Había otras actividades maravillosas, vaciar la lavadora con Nisho-san y lamer la ropa que ella tendía -mordía las sábanas salivando para sentir ese delicioso sabor a jabón en la boca-.
Esto yo lo he probado, y me he acordado al leerlo en el libro.
Yo, como analista que soy y curiosona por naturaleza, primero me voy a la contraportada, segundo a la ficha biografica y por ultimo si todo eso ha sido faborable, entonces empiezo el relato.
Este por cierto no lo he leido.
Lo de los escritores haciendo hablar a un niño como adulto.Creo que les sirve para autoanalizarse, se buscan y se idealizan, se magnifican.
En fin, si puedo lo leere.
[…] de ella es las entrevistas que le hacen: es su mejor personaje. Mi primera toma de contacto fue con La biografía del hambre y la voz narradora me ralló bastante. Termino con su receta para sobrellevar la […]