Solían decirnos en el instituto que Valle-Inclán hacía teatro para leer, no para ver en escena. Así que cuando me propuse a asistir a la representación de Luces de Bohemia (1920) en el Teatro Fernán Gómez de Madrid no paré de pensar en la dificultad tanto de montar una obra con una escenografía tan barroca como de acercar el texto a las nuevas generaciones.
Me encontré con un escenario minimalista, apenas una mesa, unos taburetes y las consabidas mamparas móviles. Los actores vestían ropas contemporáneas, salvo alguna concesión a esos uniformes bohemios que no han variado en siglo y medio.
A los conocedores les habrá gustado la puesta al día, o no, pero quien fuera a presenciar un clásico, y más aún, a descubrirlo, habrá tenido que documentarse muchísimo al salir. En esta adaptación tan depurada, ni los «¡Muera Maura!» ni la explicación del esperpento son comprensibles para un profano.