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Ni como usted ni como yo

Permítanme que les hable de los muy ricos. No son como usted ni como yo.

Veo en El niño bien (1926), de F.S. Fitzgerald, unas cuantas boutades que ni pintadas para la explosión de realities, reportajes y callejeros sobre el mundo de los ricos.

Fitzgerald remarca que la «gente bien» de Nueva York tiene un acento muy peculiar, cosa que sigue ocurriendo. Para mí no es tan reconocible como el de las Katy Perrys (gross!) o los Sawyers (Yo yourself, Pillsbury), pero lo he ido asimilando gracias, precisamente, a ese afán de los últimos años por documentar la ostentación.

Todos somos bichos raros, más raritos detrás de nuestras caras y nuestras voces de lo que queremos que sepan los demás o de lo que sabemos nosotros mismos.

Cuando habla de una familia «que había contribuido a levantar Nueva York», explica que «era rica antes de 1880». Los autores del cruce de siglo (XIX-XX) dieron una de mis épocas predilectas de la literatura anglosajona, de ahí quizá mi devoción por La edad de la inocencia, Henry James, Virginia Woolf, D.H. Lawrence, Fitzgerald… con el contrapunto «feísta» de la carnicería de Gangs of New York -algo anterior- o Faulkner. Cuánto gusta ahora ese lado sucio; que le pregunten a Guy Ritchie.

Durante el resto de su vida lo acompañó una especie de impaciencia con todos los grupos en los que él no era el centro, fuera por dinero, por posición o por autoridad.

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