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Al sur de Granada, de Gerald Brenan

Virginia Woolf tiene la mentalidad más abierta de todo el grupo de Bloomsbury, después de Maynard Keynes (…) Hay escritores cuya personalidad se asemeja a su obra, y hay otros que al saludarles y conocerles resultan totalmente distintos de ella. Virginia Woolf pertenecía decididamente al primer grupo (…) Hablaba tal como escribía, de una forma igualmente íntima.

No sabía que Virginia Woolf aparecía en uno de los capítulos de Al sur de Granada (1957), el libro en el que Gerald Brenan evoca sus años en La Alpujarra granadina al tiempo que disecciona una cultura rural fascinante para un inglés recién llegado de luchar en la Gran Guerra. La Woolf visita a a Brenan acompañada de Leonard Woolf. Tiempo antes lo harían la pintora Carrington y el escritor Lytton Strachey, entre otros miembros del clan Bloomsbury.

Estaba demasiado atada a su grupo por su nacimiento, sus aficiones sociales, sus deseos de lisonja y alabanza, y solamente podía echar una ojeada distante e incómoda al exterior. Su sentido de la precariedad de las cosas, que impregna de seriedad a su obra, procedía de su vida privada, de la impresión por la muerte de su hermano Toby y de su experiencia de la locura.

 

 

Brenan, junto con Chris Stewart, tiene la culpa de que tantos ingleses se hayan establecido en La Alpujarra. Yo misma compré Al sur de Granada y El loro en el limonero, segundo tomo de las vivencias de Stewart en esta región, al hacer una parada en Trevélez el mes pasado.

Nieve en las cumbres de Sierra Nevada durante un atardecer en Trevélez

Desconozco cuánto hay de vigente en las notas etnológicas y antropológicas de Al sur de Granada, una crónica escrita en primera persona bajo el poderoso influjo de La rama dorada de Frazer y publicada años después que Los pueblos de España (1946), de Julio Caro Baroja. Brenan explica que las gentes del sur de Europa poblaron y civilizaron Gran Bretaña, o que la arquitectura de La Alpujarra únicamente se encuentra en Argelia y el Atlás marroquí. Más notas curiosas:

Sobre el paladar español y el agua:
Los españoles, como frecuentemente se ha señalado, aprecian en el agua no sólo la abundancia, sino también el sabor. Su paladar, tan basto por lo general para apreciar el vino, es de una exquisita sensibilidad cuando saborea el líquido natural.

Sobre el flamenco:
El viajero del norte, cuyas orejas acusan el impacto de lo que suele considerar un maullido desagradable, supone de una manera bastante natural que esta forma de cantar tiene un origen morisco o arábigo.

Sobre el cortijo andaluz:
El gran cortijo o granja de los llanos andaluces es un descendiente directo de la villa romana.

Sobre el sedentarismo español:
Aunque son capacedes de grandes esfuerzos cuando es necesario, los españoles (con la excepción de los naturales de las provincias lluviosas del Cantábrico) son preferentemente sedentarios y amantes de la ciudad.

Las nubes de La Alpujarra tienen una existencia individual y se mantienen en el mismo lugar durante semanas, dice Gerald Brenan. En la imagen, los pueblos de Bubión y Capileira vistos desde Pampaneira.

Sobre Granada
El lugar, de resonancias líricas, de situación, detalles, tonos y formas tan elegantes, evocaba Toscana o Umbría más que la dura y leonada piel de España (…) A pesar de su latitud, tiene un carácter y un clima mucho más norteño que Nápoles (…) Las lluvias, en invierno, superan a las del sur de Inglaterra (…) Los ciudadanos de esta poética ciudad están muy lejos de casar con la idea que tenemos sobre el carácter andaluz. Con sus cipreses y sus álamos, sus corrientes de agua y su elevado emplazamiento, parece destinada a ser una ciudad como Florencia, en la que las artes y la poesía, la pintura y la música arraigan y florecen. Pero nunca ha sido así, excepto durante un corto periodo antes de la guerra civil.

Y sobre la vida campesina española y su vínculo con la tragedia griega clásica:
Los que han vivido mucho tiempo en los pueblos del sur de Europa se habrán percatado de cuántos de estos insignificantes dramas de la vida campesina recuerdan a los de la tragedia griega clásica. Las parcas, las furias, las lujurias y los odios catastróficos, ejemplos de hubris y pasión demoniaca, se aclimatan, aunque vestidas pobremente y a un nivel muy inferior, en estas comunidades, porque el apasionado temperamento de los sureños, al no encontrar salida válida en la pobreza y la estrechez de sus vidas, permite que sus deseos y resentimientos se acumulen hasta convertirse en obsesiones.

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