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Adicta a la nostalgia

Es evidente lo que movió a Esther Tusquets a escribir Habíamos ganado la guerra (2007), primer volumen de sus memorias: Yo, hija de los vencedores, a pesar de haber gozado de todos sus privilegios y todas sus ventajas, pertenecía al bando de los vencidos.

Pero yo las he leído para saber cómo se fraguó una escritora clave en mis años universitarios. El lirismo de Varada tras el último naufragio o El mismo mar de todos los veranos está en sus páginas:

Fui, hasta donde me alcanza la memoria, una profesional, una adicta a la nostalgia, capaz de echar de menos hasta lo malo, dice Tusquets, una niña proustiana que confiesa que su soledad consistía puramente en estar sin mamá, la soledad consiste simplemente en la ausencia de la persona amada.

Y lo mejor, lo que hace de estas páginas una lectura absorbente, es la mirada actual de quien ha dejado atrás el intimismo y hasta el miedo. Recuerda Tusquets lo que le dijo Elena Fortún, autora de los libros de Celia: «El miedo es cosa de juventud. Yo he sido terriblemente miedosa. Cuando acabamos de llegar a este mundo desconocido tenemos miedo de todo. Luego, de pronto, nos encontramos con que lo hemos perdido… Tal vez porque le damos menos importancia a todo.» Yo entonces no la creí, pero ahora sé que es verdad.

Habíamos perdido la guerra también guarda guiños a Gironella (una contienda que dejaba al país en ruinas y había ocasionado un millón de muertos) o a Marsé (en Pedralbes vivían todos encerrados con un solo juguete), y desvela alguna pista sobre la obra de esta autora: He escrito mucho sobre mi madre, a veces me parece que sólo he escrito sobre mi madre, o contra mi madre, sin lograr nunca cancelar el conflicto, pasar página, quedar en paz.

Mientras busco un hueco para leer el segundo volumen de las memorias, Confesiones de una vieja dama indigna (2009), me quedo reflexionando sobre esto:

Elegiría la especialidad de Historia y no la de Filología Hispánica, porque no quería mezclar mi gran pasión por los libros con mi trabajo, ¡resulta paradójico que luego me cayera de las nubes, sin yo comerlo ni beberlo, una editorial!

¡Dadme una editorial!

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