Tras seis horas sin comer porque las Catacombe me habían cerrado el estómago, en el Antico Caffé Spinatto de Palermo, fundado en 1860, he redescubierto el canolo.
Lo probé por primera vez en una pizzería bajo el puente de Brooklyn, y después nunca he querido repetir: demasiado denso y dulzón. A los dos segundos me canso.
En este café el canolo es pura delicatessen. Está más tostado y lleva una ligera capa interior ¡de chocolate negro!
Al poco de entrar, en la mesa de al lado una pareja ha pedido unos bollos rellenos de helado. He tardado milésimas de segundo en pedir lo mismo: un brioche con el helado típico de aquí, de pistacho. Un piacere para los sentidos.
Y así es como me he hecho fan del Antico Caffé Spinatto, en Via Principe di Belmonte, 107.
Nota mental: pegar una postal de la bambina Rosalía en la puerta de la nevera y otra en la barra de chocolate negro.
Palermo, 16 de abril de 2011