Después de ducharme con champú (nota para puristas y víctimas del marketing: no pasa nada, peor sería lavarse la cara con exfoliante de pies), confieso que hoy he estado dos veces en el Purgatorio, y las dos he vuelto.
Camino a San Vito di Capo, el gran centro de veraneo del noroeste de Sicilia, atraviesas Custonaci y Purgatorio. Las laderas de las montañas que rodean Custonaci, la cittá di marmo, están comidas por canteras. Aquí la contaminación visual no importa, y si no que se lo pregunten a los que tienden la ropa en la calle.
Purgatorio es una pedanía de Custonaci, donde bastaría con hacer una foto en la señal de la entrada si los sicilianos no condujeran de forma tan atolondada.
San Vito li Capo no tiene otro glamour – ¿quién lo busca en Sicilia?- que el apacible Mediterráneo, azul y turquesa según le dé el sol, y una finísima arena blanca sobre el fondo escarpado y rocoso de la Riserva Naturale dello Zingaro. Junto a la chiesa de San Vito, que parece una fortaleza mirando al mar, venden unos riquísimos helados artesanos. Hoy ha caído otro de pistacho, con brioche por supuesto.
Palermo, 17 de abril de 2011
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