(Sigo con anotaciones sobre las lectura de los últimos meses; estaba claro que no me leía un promedio de 700 páginas al día a pesar del horario de verano.)
Una punzada de traición seguida de resignación: es lo que sentí cuando acepté que Lost era una serie de ciencia ficción. O cuando el gato empezó a hablar en Kafka en la orilla, de Haruki Murakami, que, por cierto, también tiene su limbo y sus otros. Fue un giro difícil de encajar en un libro que había arrancado con un sueño de adolescencia:
El día de mi decimoquinto cumpleaños me escapé de casa, me marché a una ciudad desconocida y empecé a vivir en un rincón de una pequeña biblioteca.
¿Os lo imagináis? Una biblioteca, todo por leer, a un lado el mar y al otro la montaña. Así concibo mi vida de jubilada.
De Murakami me gustó lo japonés pero no tanto lo pop. Purista que es una: no hay intimismo posible cuando Johnny Walker y Colonel Sanders en persona salen al encuentro del protagonista. Sabía que justo ahí estaba la esencia de este autor, así que reservaré el resto de sus novelas, que por algún motivo no me encajan como lecturas de verano, para dar alegría al otoño.
Ese tipo de gente que T.S. Eliot llama «hombres huecos». Personas que suplen su falta de imaginación, esa parte vacía, con filfa insensible y que van por el mundo sin percatarse de ello. Personas que intentan imponer a la fuerza a los demás esa insensibilidad soltando, una tras otra, palabras huecas.
Murakami tiene mas dentro que fuera, su imaginacion y sensibilidad es desbordante.
El pasaje de los gatos es buenisimo.
Yo lo entiendo, hay veces que les hablo de tu a tu, quizas hablar con ellos es como hacerlo con uno mismo.