9.03 de la mañana en Tokio. Acabo de montar en el shinkansen (tren bala) rumbo a Kyoto. Según me dicen, no es más rápido que el AVE y su velocidad media es de 250 km/h. Para llegar en menos tiempo podría haber tomado el nozomi, que no efectúa paradas pero también es más caro. Antes de subir al shinkansen, un ejército de mujeres con uniforme rosa ha limpiado los vagones a velocidad de vértigo. Esta operación se repite cada vez que un tren llega al fin del trayecto, ya lo vi en el Narita Express que me trajo del aeropuerto.
El inicio del viaje está siendo algo molesto porque estamos viviendo la experiencia “bocata de chorizo en el tren” en versión nipona. No sé qué están comiendo los de atrás (¿encurtidos?) pero es tan intenso el olor que no me deja concentrarme. Además, unas compañeras de vagón han derramado su bebida y han provocado un río de café que ha movilizado a los revisores, que armados con cajas de tissues se han agachado a limpiar el suelo. ¿Cómo se hubiera resuelto este incidente en España? Pero acortemos, que hay cosas que contar de la demoledora jornada de ayer.
En Japón se celebra estos días la Golden Week y mucha gente está de vacaciones. Esto tiene sus ventajas -aunque en hora punta, en el metro íbamos holgados- y sus desventajas: los sitios turísticos están llenos. Lo comprobé ayer al visitar los templos de Kamakura, a 50 km de Tokio.
Aunque no hubiera un solo templo, la visita a Kamakura merecería la pena porque es una delicia subir por sus colinas boscosas y respirar la calma de algunos rincones, con la nota desasosegante de los cuervos, que están por todas partes y a veces parecen hablar en vez de grajear. Que se lo digan a Murakami xD
Por la ruta de los templos de Kamakura es frecuente ver a los monjes del lugar, con el pelo rapado, la túnica morada y las chanclas de madera que llevaba Marlon Brando en La casa de té de la luna de agosto.
También hay casa de té aquí, pero sobre todo hay campanas centenarias, caminos porticados, fuentes para lavarse las manos y varios templos como el de Tsurugaoka Hachiman-gū, el más tumultuoso con diferencia.
Pero el plato fuerte de Kamakura es el Gran Buda (Daibutsu), con más de 700 años de antigüedad. Es el segundo más grande de Japón. Estaba en un templo pero un tsunami lo engulló y dejó el inmenso buda de bronce al descubierto. Se puede visitar el interior y observar los diferentes arreglos llevados a cabo para hacerlo más resistente a los caprichos de la naturaleza. Por las paredes, los fieles han ido buscando la forma de incrustar o encajar monedas.
Tras visitar los templos comimos en la calle principal de Kamakura, un precioso paseo con las clásicas puertas de acceso a los templos (torii) en rojo intenso. El restaurante debía de ser de los más turísticos, porque no solo ofrecía un tipo de comida (tempura, sushi, parrilla) sino todas las opciones, algo muy poco frecuente en Las zonas de Tokio visitadas estos días. Pedí un plato de sashimi que incluía un pescado no identificado que según comprobaciones posteriores resultó ser pez mantequilla. Por su textura mantecosa ya se adivinaba. No fue precisamente un bocado sabroso.
Supongo que vosotros habreis incrustado tambien alguna monedita, tal vez da suerte y esa no hay que perderla.
Me gusta mucho lo de las comidas, creo que cuando vuelvas, habras aborrecido todos los pescados crudos.
Y donde se ponga una fritura Malagueña, que para eso se invento el fuego, que se quite lo crudo
Y el arroz en paellita
Yo puse una moneda pero no tuve paciencia para ver dónde incrustarla. Aquí es que son muy estoicos…
Me muero por un pescaíto o una paella. Si tuviera que vivir aquí entraría comida española como fuera 🙂
El tema gastronómico para mí está siendo lo peor del viaje. No me llama nada lo que ofrecen 🙁