Hace dos meses que volví de Islandia y todavía consulto a menudo la temperatura de Reykjavik y Akureyri en el iPhone, señal de que me marcó. Y eso que sabía que iba a la tierra del hielo y que era casi en temporada baja. Aterricé en el aeropuerto de Keflavik de madrugada con vestido de verano y sandalias después de ocho horas de canícula en Düsseldorf. Fue el único momento del viaje en el que el frío resultó un alivio.

Se me ha hecho muy pesado escribir sobre Islandia después del atracón de posts cegados por lo cool que es hacer hoy en día este viaje de moda. Los propios islandeses son conscientes y contribuyen de forma exagerada. Me da mucha rabia que un destino esté de moda, bueno, me irrita que todas las facetas de la vida lo estén: las razas de los perros, la sal con la que cocinamos, el saludo en los emails… Una moda al final puede servir para avanzar, pero a estos niveles también nos vuelve más tontos.
Como sobre el dramatismo del paisaje islandés está todo escrito, me voy a ceñir a lo que más me gustó.
Dettifoss
Cuando estaba allí solo era capaz de decir una cosa: «qué animalada». Habrá cataratas más grandes en el mundo, seguro, ¿pero a alguna te dejan acercarte tanto??? Antes del viaje había visto cientos de fotos de las cataratas islandesas, y lo que más me impactaba era ver lo cerca que estaba la gente. El caso es que una vez allí avanzas y avanzas, porque además en Islandia apenas hay vallas ni áreas seguras acotadas, y las pocas veces que hay -en Godafoss, si no recuerdo mal- familias enteras con niños saltaban la cuerda y todos al borde del precipicio a hacerse fotos. Visitamos Dettifoss un día de ventisca. Camino a la cascada vi regresar a más de un turista en un estado penoso. Una vez allí te calabas en menos de un segundo, mi móvil sobrevivió de milagro. Si mirabas hacia el agua veías la muerte cara a cara. Dettifoss es la catarata más voluminosa de Europa y estar allí para mí fue la experiencia más alucinante del viaje.

En Islandia hay una cascada cada 10 metros y algunas de las más famosas no son tan impresionantes como esperas. Pero Dettifoss y Gullfoss son de las que cortan la respiración.

Las cabañitas en Snaefellsness
Y, en general, toda esta península, siempre con el volcán de Julio Verne en el horizonte. Reconozco que no siempre acertamos con el alojamiento y alguno fue de los más inmundos en los que he estado en mi vida. Pero ninguna noche del viaje dormí mejor que en las cabañitas de Hofn. Tiene bastante que ver el hecho de que estaban prácticamente para estrenar, ¡olían a limpio! En madera, con la calefacción en su punto justo y unas vistas increíbles tras los visillos. Antes de dormir paseamos un buen rato por las playas doradas y desoladas. Estar allí resultaba adictivo. ¡Me hubiera quedado 15 días!


Subir al volcán Snaefell fue más fácil de lo esperado, el camino de tierra estaba perfecto y había todo tipo de vehículos ascendiendo hasta la lengua glaciar. También algún senderista, como siempre… Juraría que aquí han grabado más de un anuncio de coches. Respecto al paisaje volcánico, resulta hipnótico pero no tan impactante si ya has visto otros antes de ir a Islandia. Algún canario me ha hecho este mismo comentario. Mi asignatura pendiente es ver un volcán en erupción.


En el pueblo de Rif, también en Snaefellsness, me tomé una riquísima sopa de pescado en Gamla Rif. Me supo a gloria, imagino que precisamente porque no sabía demasiado a pescado. También me sirvieron unas tostas de tomatitos cherry y queso feta que fueron una alegría después de días de platos hipercalóricos.



El niño enloquecido de Hverfell
En la zona de Myvatn, al norte de Islandia, una de las excursiones más espectaculares es la subida al cráter de Hverfell. El parking está al pie del volcán, y nada más salir del coche vimos a un niño español gritando enloquecido «¡un volcán, un volcán!». La siguiente vez que lo supimos de él estaba al fondo del cráter, habría tardado 5 minutos en hacer todo el recorrido cuesta arriba y hasta el interior del cráter.

Otro gran momento de la visita a Myvatn fue el errático barrido circular que hicimos al pequeño bosque de Hofdi. Es uno de los pocos del país y puedo jurar que lo recorrimos entero. Íbamos en busca de la grieta Grjótagjá, que resultó estar ¡fuera del bosque!


Los baños naturales de Myvatn
Con lluvia y una sensación térmica de frío polar -estábamos a 8º pero el viento soplaba con fuerza- me costó tomar la decisión de meterme en la laguna. Pensar en el recorrido desde los vestuarios hasta el agua caliente me ponía los pelos de punta. Pero la experiencia fue de lo más reconfortante. En algunas zonas el agua ardía y hasta resultaba sofocante. Estuvimos dentro alrededor de media hora, pasado este tiempo empezabas a sudar y el cuerpo te pedía algo de frescor.

Akureyri, la capital del norte
Es pequeñita, recogida y empinada. Desde el otro lado del fiordo Eyjafjördur, junto al que se extiende la ciudad, es posible hacerse una idea de las dimensiones. Recuerdo sobre todo el knitting café en el que cenamos y la calle principal decorada con vestidos que colgaban entre los edificios.



En Strikid, restaurante situado en una azotea junto al fiordo, me tomé un delicioso risotto. Mis acompañantes probaron el reno y no les defraudó.

El arcoíris
No nací en tierra de lluvias, así que el arcoíris me sigue emocionando tanto como cuando era pequeña. En Islandia vimos tantos y de forma tan continuada que nos llegamos a acostumbrar. Pero al principio no podía creer que tuviera ante mí aquel arco tan íntegro, nítido, bien definido y hasta doble.


El cantor de Ásbyrgi y la grieta de Pingvellir
Comparo estos dos paisajes porque ambos parecen obra de un mazazo brutal. Del cañón de Ásbyrgi no tengo buen material porque el paisaje no cabía en la foto. Adentrándonos en su zona boscosa llegamos a un lago con una acústica increíble. Un turista -creo que alemán- se arrancó a cantar ópera:

El parque nacional de Pingvellir tiene interés tanto histórico como geológico. Aquí se estableció el primer parlamento islandés. La inmensa fisura Almannagjá que lo parte en dos no es otra que la falla atlántica que va separando progresivamente el continente americano del europeo.

Las ovejas, de tres en tres
De ganadería sé muy poco, pero algún motivo habrá para que las ovejas siempre vayan en trío. Se suele decir que en Islandia el número de ovejas duplica al de habitantes. Las de la foto de abajo están ni más ni menos que por la Road One, la principal carretera del país. Estampas así vimos miles.


Los icebergs de Jokursalon
Está claro que hay más -y colosales- en otros sitios, pero yo nunca había visto un iceberg. La laguna de Jokursalon de entrada parece pequeña, pero cuando el guía nos contó que nos encontrábamos navegando sobre el punto más hondo de Islandia ya tuve suficiente inmensidad bajo mis pies. Como anécdota recordó que durante el rodaje en la laguna de la entrega de 007 Muere otro día cerraron la salida al océano de tal forma que se congeló y hasta pudieron habilitar un campo de golf en el hielo.

Los aeropuertos en medio de la ciudad
Como odio volar me fascinan los aviones. En I Feel Bad About My Neck, una Norah Ephron septuagenaria hizo una lista de cosas que comprendió demasiado tarde en la vida. Una de ellas era que «el avión no se va a estrellar». Pues bien, yo creo que sí y espero llegar a esa edad y rebasarla pensando lo mismo que ella. Volé a Islandia en un Bombardier CRJ 900 NextGen, que para mí es poco más que una avioneta. Para más inri lo operaba German Wings, algo así como la regional de Lufthansa. Y con esto había que cruzar el Atlántico Norte. A la ida fue un infierno, y a la vuelta, con más de una hora de turbulencias calculo que hasta las Feroe, una tortura infinita. En Reykjavik y en Akureyri disfruté de lo lindo viendo despegar aviones en pistas construidas casi dentro de la ciudad.

El vikingo en bañador de Geysir
En muchos reportajes sobre Islandia se comenta que su gran interés geológico reside en que es un terreno muy joven que aún está haciéndose, basta con ver las fumarolas, volcanes activos, charcas de lodo hirviendo y géisers. A unos metros de Geysir, el padre de todos los géisers, encontramos a un valiente en bañador. Le robé esta foto algo borrosa. A los que duden de si en Islandia se hace de noche, diré que a finales de agosto sí que llegas a ver noche cerrada, pero que esta imagen se tomó pasadas las 22 pm.

Como es sabido, el géiser que dio nombre a este fenómeno no brota con tanta frecuencia como hace un siglo porque unos turistas lo taponaron. Pero a unos pasos está Strokkur, que sí nos dio un espectáculo. Apenas hubo que esperar diez minutos.

Los desayunos de Reykjavik
Los hipsters que nos alquilaron el apartamento de Reykjavik dejaron un cuadernito con sus sitios favoritos de la capital. Tanto en Grái Köturinn como en Prikið servían el hipercalórico The Truck. Mejor describirlo con fotos: lo que se ve junto al Truck de la segunda foto es el bagel que desayuné yo en Grái Kôrurinn. ¡Me muero por volver a Nueva York y desayunar bagel calentito con queso todos los días! Como era de esperar, el archirrecomendado Café París de Reykjavik resultó ser un tourist trap en toda regla. Hay que evitarlo a toda costa. Allí me sirvieron el batido más insípido que he probado.


The soup of the day
Estaba convencida de que me alimentaría de perritos y hamburguesas, pero tuve la suerte de encontrarme con otras opciones. Lo que más agradecí fue la costumbre de ofrecer la sopa del día, muchas veces con posibilidad de refill. Nunca era lo que nosotros conocemos como sopa, sino contundentes cremas de champiñones, coliflor o espárragos. Eran tan saciantes que no quiero imaginar la cantidad de mantequilla y nata que llevaban. La mejor de todas la probé en Kjöt og Kúnst, un restaurante geotérmico de Hveragerði. No medí lo suculenta que sería la sopa y decidí acompañarla de una tortilla. Esperaba una simple tortillita y me encontré con esta masa de unos 6 huevos rellena de todo tipo de verduras y acompañada de pan, patatas, ensalada, pan -hecho en el horno geotérmico- y la omnipresente mantequilla. En algunos momentos del viaje pasé hambre, pero ese día no. Como curiosidad, en Islandia no hay McDonalds, pero sí montones de KFC y Subway.


Los sandar
Son pura desolación, kilómetros y kilómetros de arena negra que en algunos puntos se hacen movedizas. Este tipo de paisajes es el que buscaba yo en Islandia.

El avión que aterrizó en la playa cerca de Vik
Está allí desde 1973. Lo vi en decenas de vídeos antes de viajar a Islandia pero no estaba en las guías y fue algo difícil encontrar las coordenadas. Acercarnos y meternos dentro fue uno de los momentos más peliculeros del viaje.

Los puentes que se estrechan… y el puente entre dos continentes
Cuando alcanzabas un puente era habitual que la carretera, ya de por sí angosta, se estrechera y solo hubiera un carril para atravesarlo. Si había tráfico -poco habitual en la mayor parte del país- tocaba detenerse y negociar.

El puente entre dos continentes está cerquita de Reykjavik. No tiene ninguna espectacularidad pero detetenerse en medio resulta casi trascendente 🙂


El campo geotermal de Seltun
Fumarolas, calderas de lodo, intenso olor a azufre… Islandia está haciéndose, no hay duda.


Fotos de Islandia:
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En defensa del vuelo tengo que decir que a mi los CRJ-900 me parecen aviones muy cómodos, que sean filas de 2+2 asientos es una comodidad absoluta para no viajar con acompañantes molestos. Aunque si que es verdad que el viaje de vuelta fue movidito.
Echo de menos los The Truck y los hipsters Islandeses. Me gustaría experimentar Islandia en invierno, tiene que ser sorprendente!
Realmente impresionante, me encantaria viajar alli, no tengo palabras para decir nada mas
[…] La sopa de pescado de Gamla Rif, en la península de Snaefellsness, en Islandia. […]
Hola,
Estuve en 2012 en Islandia acompañando a unos amigos y me gustó tanto que vólví al anño siguiente y vuelvo el próxima año y espero volver muchas veces mas.
Me encanta TODO de Islandia.
Joana