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Lorrie Moore: Pájaros de América

Si casi te quedas dormida pero no te duermes, es meditación.

Un libro es el soporte perfecto para ajustar cuentas con tus congéneres, y más si tus pensamientos son especialmente afilados y ocurrentes. Haces una lista de 50 cosas que no soportas de los demás y la vas dosificando, cada 4-5 páginas dejas caer una y con suerte se integra bien con la historia. También puede ser al revés: escribes y sobre la marcha surgen reflexiones demoledoras. Entonces eres un artista.

Lorrie Moore sí que hace arte en Pájaros de América (si no, por principios no hubiera terminado de leerlo). Tiene algún relato que o lo lees con un poco de distancia o sales muy, muy tocado. Si estás en una fase de tu vida en la que sólo admites las lecturas de humor y/o fantasía, ni te acerques a este libro de 2009. Tiene para todos y en particular para las extrañezas del primer mundo:

El peloteo en el mundo académico (este pensamiento es recurrente en la gran novela americana):
Tienes que entender las publicaciones académicas. Nadie lee esos libros. Simplemente, todo el mundo se pone de acuerdo en publicar lo de los otros. Es una gran estupidez en círculo. Es un acuerdo rentable y gigante. Cuando te paras a pensar en ello, probablemente viola la ley de Sherman.

La medallitis:
Cada estado por separado (Georgia, Misisipí o cualquier otro) compite por atribuirse toda clase de primicias [de la Coca Cola]: se sirvió aquí por primera vez, se embotelló allí por primera vez (primera sed, primer sorbo); es una gran batalla empresarial entre dos bandos.

El no elegir uno dónde nace:
«Estados Unidos, ¿cómo puedes vivir en ese país?», había preguntado el hombre. Agnes se había encogido de hombros. «Tengo la mayoría de mis cosas allí», había dicho, y fue entonces cuando sintió por primera vez el amor y la vergüenza oscura que venían del hogar como puro accidente, el lugar profundo y arbitrario que resultaba ser el suyo.

Las muchas formas de expresar el enfado:
Fueron a comer a un restaurante y  pidieron cosas diferentes, como si los tres fueran desconocidos empeñados en reivindicar sus gustos con mal genio.

Lo que nos hace buenos:
Siempre iban tonteando de aquí para allá, y mentían a sus cónyuges. Pero ¡reciclaban los periódicos!

Las excentricidades, que se atenúan cuando se perpetran en compañía:
Por la mañana fue a visitar a sus padres a Elmhurst. Habían envuelto la casa en plástico para el invierno (las ventanas, las puertas) de modo que parecía una obra de arte vanguardista. «Así la factura de la calefacción no sube tanto», comentaron.

El miedo escénico y cómo nos domina:
Era un miedo mayor que el que se tiene a la muerte, según las revistas. La muerte ocupaba el cuarto lugar. Después de la mutilación, que era el tercero, y el divorcio, el segundo. El número uno, el verdadero miedo al cual la muerte no podía ni aproximarse, era a hablar en público.

El aprender a convivir con la soledad:
Quizá la madre nunca había manifestado afecto por Abby, la verdad es que no; pero le había dado el don de saber llevar bien la soledad, con sus terribles bandazos hacia el exterior y sus caídas suaves hacia la tranquilidad.

La utilidad de la timidez:
La timidez, dice siempre Quilty, es lo que hace que el mundo esté unido. Mejor dicho, es lo que antes hacía que el mundo  estuviera unido, lo salvaba de volverse loco con el caos. Sí, pero ahora… es otra historia.

El gap generacional cuando la educación superior llega a una familia:
Se han educado en exceso y ya no pueden hablar con sus propias madres. Eso los enloquece un poco. Literalmente han perdido la lengua materna.

Y un último apunte: ¿qué tiene la literatura norteamericana con los pájaros?

Un comentario

  1. Rosa Zafra Rosa Zafra

    Realmente interesante

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