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M Train, de Patti Smith

No es fácil escribir sobre nada

Así empieza Patti Smith su libro de memorias M Train (2015). Tan especiales son su lenguaje e imaginario que la sensación al terminarlo es de haber leído un poemario.

Con «fascinación por la melancolía» repasa momentos de sus 70 años mientras busca el mejor café y elige el rincón más apartado de cafeterías que van echando el cierre una tras otra.

Fred «Sonic» Smith (su marido, 1948-1994), Jean Genet, Paul BowlesRoberto Bolaño , Sylvia PlathWilliam Burroughs son nombres recurrentes, sobre todo el primero:

Conocí al músico Fred «Sonic» Smith en Detroit. Fue un encuentro inesperado que alteró lentamente el curso de mi vida, infiltrándose en todo: mis poemas, mis canciones, mi corazón.

Cuando murió:

La mañana de Halloween con Fred en una ambulancia a toda velocidad por Detroit, hacia el mismo hospital donde nacieron nuestros hijos. Volver a casa sola después de medianoche en medio de una fuerte tormenta. Fred no nació en un hospital. Nació durante una tormenta eléctrica en la casa de sus abuelos en West Virginia.

De Roberto Bolaño lamenta su muerte antes de tiempo:

Morir en lo más alto a los 50 años. Su pérdida y su obra no escrita nos niegan por lo menos un secreto del mundo. 

De Sylvia Plath visita la tumba en más de una ocasión:

Una vez fui desde Londres hasta Leeds y Heptonstall para visitar la tumba de Sylvia Plath. Caminé entre las agujas de pino, después por la nieve, y regresé en primavera. La visite más que la tumba de mi propia madre. Pero no siento a mi madre allí: está conmigo donde yo esté; en la sonrisa de mi hija, en los susurros que me tranquilizan cuando descarrilo.

¿Con qué me quedo?

Con las líneas que dedica a sus hijos:

Repaso los garabatos de mi hijo en una copia de biblioteca de Yoshitsune, y releo las primeras páginas de «El ocaso», de Osamu Dazai, cuya frágil cubierta está decorada con pegatinas de Transformers. 

Queremos lo que no podemos tener. Reclamamos cierto momento, sonido, sensación. Quiero escuchar la voz de mi madre. Quiero ver a mis hijos cuando eran niños. Manos pequeñas, pies rápidos. Todo cambia. Hijo crecido, padre muerto, hija más alta que yo, llorando por un mal sueño. Por favor, quedaos para siempre, les digo a las cosas que conozco. No os vayáis. No crezcáis. 

Con su guiño a la habitación propia de Virginia Woolf:

Escribí en aquella habitación hasta que mi hijo creció y se convirtió en su cuarto. A partir de entonces escribí en la cocina.

Con cómo retrata un particular momento vital sin ídolos ni presiones:

¿Cómo puedo no tener nada que leer? A lo mejor no es por falta de libros, sino de una obsesión.

Y con dos misiones: visitar Rockaway Beach (Queens, Nueva York) y leer El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov.

 

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