Sin entrar en temas de nutrición, pseudociencias y remedios holísticos -bastante hay ya escrito por ahí…- me gusta esta forma tan gráfica que usa este doctor para explicar cómo es un buen pan saludable de grano integral: es aquel que, como algunos alemanes, más que con cuchillo hay que cortarlo con un cortafiambres.
Si pisas el pan y no se aplasta, entonces te lo puedes comer.
Publicada el diciembre 29, 2016 por
Rosana Ferreres
Siempre los he probado, sin saber qué son, en los bufets de desayuno de los hoteles. Los latkes son unas tortitas de patata que se cocinan en Hanukkah, la fiesta de las luces judía, que suele caer en fechas próximas a la navidad. Celebra la victoria de los judíos macabeos frente a los griegos en el 165 a.C.
Es habitual tomarlos con crema agria o compota de manzana. Los he probado crujientes, finos, gruesos, compactos, sueltos… Ahí va la receta de los latkes.
Publicada el noviembre 30, 2013 por
Rosana Ferreres
Basta que no tenga tiempo ni ganas de cocinar para que no deje de pensar en comida, hasta tal punto que me he entretenido haciendo una lista de platos memorables:
El pan bimbo con nocilla. Tiene que ser un pan de bolsa recién abierta, y cantidades generosas de nocilla para que aprietes y se derrame por los lados.
Publicada el noviembre 4, 2012 por
Rosana Ferreres
Hace dos meses que volví de Islandia y todavía consulto a menudo la temperatura de Reykjavik y Akureyri en el iPhone, señal de que me marcó. Y eso que sabía que iba a la tierra del hielo y que era casi en temporada baja. Aterricé en el aeropuerto de Keflavik de madrugada con vestido de verano y sandalias después de ocho horas de canícula en Düsseldorf. Fue el único momento del viaje en el que el frío resultó un alivio.
Recién aterrizados en Keflavik. Lluvia y noche cerrada
Se me ha hecho muy pesado escribir sobre Islandia después del atracón de posts cegados por lo cool que es hacer hoy en día este viaje de moda. Los propios islandeses son conscientes y contribuyen de forma exagerada. Me da mucha rabia que un destino esté de moda, bueno, me irrita que todas las facetas de la vida lo estén: las razas de los perros, la sal con la que cocinamos, el saludo en los emails… Una moda al final puede servir para avanzar, pero a estos niveles también nos vuelve más tontos.
Como sobre el dramatismo del paisaje islandés está todo escrito, me voy a ceñir a lo que más me gustó.
Dettifoss Cuando estaba allí solo era capaz de decir una cosa: «qué animalada». Habrá cataratas más grandes en el mundo, seguro, ¿pero a alguna te dejan acercarte tanto??? Antes del viaje había visto cientos de fotos de las cataratas islandesas, y lo que más me impactaba era ver lo cerca que estaba la gente. El caso es que una vez allí avanzas y avanzas, porque además en Islandia apenas hay vallas ni áreas seguras acotadas, y las pocas veces que hay -en Godafoss, si no recuerdo mal- familias enteras con niños saltaban la cuerda y todos al borde del precipicio a hacerse fotos. Visitamos Dettifoss un día de ventisca. Camino a la cascada vi regresar a más de un turista en un estado penoso. Una vez allí te calabas en menos de un segundo, mi móvil sobrevivió de milagro. Si mirabas hacia el agua veías la muerte cara a cara. Dettifoss es la catarata más voluminosa de Europa y estar allí para mí fue la experiencia más alucinante del viaje.
Dettifoss: una salvajada estar cerca de esto!!
En Islandia hay una cascada cada 10 metros y algunas de las más famosas no son tan impresionantes como esperas. Pero Dettifoss y Gullfoss son de las que cortan la respiración.
Casi casi dentro de Gullfoss!
Las cabañitas en Snaefellsness
Y, en general, toda esta península, siempre con el volcán de Julio Verne en el horizonte. Reconozco que no siempre acertamos con el alojamiento y alguno fue de los más inmundos en los que he estado en mi vida. Pero ninguna noche del viaje dormí mejor que en las cabañitas de Hofn. Tiene bastante que ver el hecho de que estaban prácticamente para estrenar, ¡olían a limpio! En madera, con la calefacción en su punto justo y unas vistas increíbles tras los visillos. Antes de dormir paseamos un buen rato por las playas doradas y desoladas. Estar allí resultaba adictivo. ¡Me hubiera quedado 15 días!
Desde mi ventana: amanece en Snæfell
Playa de Hofn
Subir al volcán Snaefell fue más fácil de lo esperado, el camino de tierra estaba perfecto y había todo tipo de vehículos ascendiendo hasta la lengua glaciar. También algún senderista, como siempre… Juraría que aquí han grabado más de un anuncio de coches. Respecto al paisaje volcánico, resulta hipnótico pero no tan impactante si ya has visto otros antes de ir a Islandia. Algún canario me ha hecho este mismo comentario. Mi asignatura pendiente es ver un volcán en erupción.
Dentro del coche en Snæfell
Iglesia de Búðir en Snaefellness
En el pueblo de Rif, también en Snaefellsness, me tomé una riquísima sopa de pescado en Gamla Rif. Me supo a gloria, imagino que precisamente porque no sabía demasiado a pescado. También me sirvieron unas tostas de tomatitos cherry y queso feta que fueron una alegría después de días de platos hipercalóricos.
Gamla Rif
Sopa de pescado en Gamla Rif, ¡riquísima!
Un plato mediterráneo en Gamla Rif
El niño enloquecido de Hverfell
En la zona de Myvatn, al norte de Islandia, una de las excursiones más espectaculares es la subida al cráter de Hverfell. El parking está al pie del volcán, y nada más salir del coche vimos a un niño español gritando enloquecido «¡un volcán, un volcán!». La siguiente vez que lo supimos de él estaba al fondo del cráter, habría tardado 5 minutos en hacer todo el recorrido cuesta arriba y hasta el interior del cráter.
Cráter Hverfell, en la región de Myvatn
Otro gran momento de la visita a Myvatn fue el errático barrido circular que hicimos al pequeño bosque de Hofdi. Es uno de los pocos del país y puedo jurar que lo recorrimos entero. Íbamos en busca de la grieta Grjótagjá, que resultó estar ¡fuera del bosque!
Bosque Hofdi, en Myvatn
Laguito subterráneo con agua a 45ºC en la grieta Grjótagjá, en Myvatn
Los baños naturales de Myvatn
Con lluvia y una sensación térmica de frío polar -estábamos a 8º pero el viento soplaba con fuerza- me costó tomar la decisión de meterme en la laguna. Pensar en el recorrido desde los vestuarios hasta el agua caliente me ponía los pelos de punta. Pero la experiencia fue de lo más reconfortante. En algunas zonas el agua ardía y hasta resultaba sofocante. Estuvimos dentro alrededor de media hora, pasado este tiempo empezabas a sudar y el cuerpo te pedía algo de frescor.
Baños de Myvatn
Akureyri, la capital del norte
Es pequeñita, recogida y empinada. Desde el otro lado del fiordo Eyjafjördur, junto al que se extiende la ciudad, es posible hacerse una idea de las dimensiones. Recuerdo sobre todo el knitting café en el que cenamos y la calle principal decorada con vestidos que colgaban entre los edificios.
Akureyri, la capital del norte
Un monísimo «knitting» café de Akureyri decorado ad hoc
Vestidos en la calle principal de Akureyri
En Strikid, restaurante situado en una azotea junto al fiordo, me tomé un delicioso risotto. Mis acompañantes probaron el reno y no les defraudó.
Cena en Strikid, Akureyri
El arcoíris
No nací en tierra de lluvias, así que el arcoíris me sigue emocionando tanto como cuando era pequeña. En Islandia vimos tantos y de forma tan continuada que nos llegamos a acostumbrar. Pero al principio no podía creer que tuviera ante mí aquel arco tan íntegro, nítido, bien definido y hasta doble.
Pero qué bonito!! Por la Road One, la carretera que circunvala Islandia. Rumbo a Egilsstadir
El Ártico, de vuelta de Husavik
El cantor de Ásbyrgi y la grieta de Pingvellir
Comparo estos dos paisajes porque ambos parecen obra de un mazazo brutal. Del cañón de Ásbyrgi no tengo buen material porque el paisaje no cabía en la foto. Adentrándonos en su zona boscosa llegamos a un lago con una acústica increíble. Un turista -creo que alemán- se arrancó a cantar ópera:
Ásbyrgi
El parque nacional de Pingvellir tiene interés tanto histórico como geológico. Aquí se estableció el primer parlamento islandés. La inmensa fisura Almannagjá que lo parte en dos no es otra que la falla atlántica que va separando progresivamente el continente americano del europeo.
Pingvellir
Las ovejas, de tres en tres
De ganadería sé muy poco, pero algún motivo habrá para que las ovejas siempre vayan en trío. Se suele decir que en Islandia el número de ovejas duplica al de habitantes. Las de la foto de abajo están ni más ni menos que por la Road One, la principal carretera del país. Estampas así vimos miles.
Ovejas por la Road One, la carretera principal de Islandia
Siempre de tres en tres!!
Los icebergs de Jokursalon
Está claro que hay más -y colosales- en otros sitios, pero yo nunca había visto un iceberg. La laguna de Jokursalon de entrada parece pequeña, pero cuando el guía nos contó que nos encontrábamos navegando sobre el punto más hondo de Islandia ya tuve suficiente inmensidad bajo mis pies. Como anécdota recordó que durante el rodaje en la laguna de la entrega de 007 Muere otro día cerraron la salida al océano de tal forma que se congeló y hasta pudieron habilitar un campo de golf en el hielo.
Icebergs en Jokursalon
Los aeropuertos en medio de la ciudad Como odio volar me fascinan los aviones. En I Feel Bad About My Neck, una Norah Ephron septuagenaria hizo una lista de cosas que comprendió demasiado tarde en la vida. Una de ellas era que «el avión no se va a estrellar». Pues bien, yo creo que sí y espero llegar a esa edad y rebasarla pensando lo mismo que ella. Volé a Islandia en un Bombardier CRJ 900 NextGen, que para mí es poco más que una avioneta. Para más inri lo operaba German Wings, algo así como la regional de Lufthansa. Y con esto había que cruzar el Atlántico Norte. A la ida fue un infierno, y a la vuelta, con más de una hora de turbulencias calculo que hasta las Feroe, una tortura infinita. En Reykjavik y en Akureyri disfruté de lo lindo viendo despegar aviones en pistas construidas casi dentro de la ciudad.
Avión despegando en Reykjavik
El vikingo en bañador de Geysir En muchos reportajes sobre Islandia se comenta que su gran interés geológico reside en que es un terreno muy joven que aún está haciéndose, basta con ver las fumarolas, volcanes activos, charcas de lodo hirviendo y géisers. A unos metros de Geysir, el padre de todos los géisers, encontramos a un valiente en bañador. Le robé esta foto algo borrosa. A los que duden de si en Islandia se hace de noche, diré que a finales de agosto sí que llegas a ver noche cerrada, pero que esta imagen se tomó pasadas las 22 pm.
Paseando al fresco en bañador, Geysir
Como es sabido, el géiser que dio nombre a este fenómeno no brota con tanta frecuencia como hace un siglo porque unos turistas lo taponaron. Pero a unos pasos está Strokkur, que sí nos dio un espectáculo. Apenas hubo que esperar diez minutos.
Para finalizar el día, el géiser Strokkur dándolo todo
Los desayunos de Reykjavik
Los hipsters que nos alquilaron el apartamento de Reykjavik dejaron un cuadernito con sus sitios favoritos de la capital. Tanto en Grái Köturinn como en Prikið servían el hipercalórico The Truck. Mejor describirlo con fotos: lo que se ve junto al Truck de la segunda foto es el bagel que desayuné yo en Grái Kôrurinn. ¡Me muero por volver a Nueva York y desayunar bagel calentito con queso todos los días! Como era de esperar, el archirrecomendado Café París de Reykjavik resultó ser un tourist trap en toda regla. Hay que evitarlo a toda costa. Allí me sirvieron el batido más insípido que he probado.
The Truck, primer desayuno energético en Islandia
Segundo día en Reykjavik y segundo desayuno energético: The Truck
The soup of the day
Estaba convencida de que me alimentaría de perritos y hamburguesas, pero tuve la suerte de encontrarme con otras opciones. Lo que más agradecí fue la costumbre de ofrecer la sopa del día, muchas veces con posibilidad de refill. Nunca era lo que nosotros conocemos como sopa, sino contundentes cremas de champiñones, coliflor o espárragos. Eran tan saciantes que no quiero imaginar la cantidad de mantequilla y nata que llevaban. La mejor de todas la probé en Kjöt og Kúnst, un restaurante geotérmico de Hveragerði. No medí lo suculenta que sería la sopa y decidí acompañarla de una tortilla. Esperaba una simple tortillita y me encontré con esta masa de unos 6 huevos rellena de todo tipo de verduras y acompañada de pan, patatas, ensalada, pan -hecho en el horno geotérmico- y la omnipresente mantequilla. En algunos momentos del viaje pasé hambre, pero ese día no. Como curiosidad, en Islandia no hay McDonalds, pero sí montones de KFC y Subway.
Crema de champiñones en Kjöt og Kúnst
Tortilla de verduras en Kjöt og Kúnst
Los sandar
Son pura desolación, kilómetros y kilómetros de arena negra que en algunos puntos se hacen movedizas. Este tipo de paisajes es el que buscaba yo en Islandia.
Los sandar, otra maravilla de la naturaleza con nombre islandés
El avión que aterrizó en la playa cerca de Vik
Está allí desde 1973. Lo vi en decenas de vídeos antes de viajar a Islandia pero no estaba en las guías y fue algo difícil encontrar las coordenadas. Acercarnos y meternos dentro fue uno de los momentos más peliculeros del viaje.
Se quedó sin combustible y tuvo que aterrizar aquí en 1973. Está cerca de Vik
Los puentes que se estrechan… y el puente entre dos continentes
Cuando alcanzabas un puente era habitual que la carretera, ya de por sí angosta, se estrechera y solo hubiera un carril para atravesarlo. Si había tráfico -poco habitual en la mayor parte del país- tocaba detenerse y negociar.
La Road One por los Fiordos del Este
El puente entre dos continentes está cerquita de Reykjavik. No tiene ninguna espectacularidad pero detetenerse en medio resulta casi trascendente 🙂
Puente entre dos continentes. Une la placa americana con la eurasiática, que se separan 2 cm al año
Puente entre dos continentes en la península de Reykjanes (Brú milli Heimsálfa)
El campo geotermal de Seltun Fumarolas, calderas de lodo, intenso olor a azufre… Islandia está haciéndose, no hay duda.
Quería recorrer la campiña inglesa en coche desde que vi Shadowlands (1993).
Y no pude esperar más después de las dos temporadas de Downton Abbey. Cómo echo de menos esa música…
También tuvo mucho que ver alguna de mis tantas lecturas ligeras. Así son las casas de las celebrities en los Cotswolds: Hugh Grant, Lilly Allen, Kate Moss, Damien Hirst…
Casa de Hugh Grant en los CotswoldsCasa de Damien Hirst en Gloucestershire
La idea de English rose, la máxima expresión de la belleza para los ingleses, tuvo que nacer por fuerza en los Cotswolds. Goodbye England’s rose, le cantó Elton John a Lady Di cuando murió. Cientos de rosas adornaban las casas de Bibury, que según las guías es el pueblo más bonito de Inglaterra.
Bibury
Bibury
Allí es común, como en los demás pueblos de la zona, colocar estatuillas en las ventanas.
Bibury
Atención a la declaración de orgullo british en este Mini: True Brit, no German shit.
Bibury
Es el campo más civilizado que he pisado. Se nota que hay gente con mucha clase, cultivada y muy viajada. Seguro que más de un paseante era profesor de Oxford, que queda a unos kilómetros.
Es el coche emblemático para recorrer la campiña: un pequeño descapotable rojo.
El tiempo fue el esperado tratándose de Inglaterra. Pasabas de correr a por el chubasquero a parar el coche en seco porque había salido el sol y la estampa era impresionante. Recuerdo una carretera entre Stanway y Stanton en la que me hubiera quedado a vivir. Cualquiera que haya leído a Virginia Woolf sabrá que cuando sale un rayo de sol -sea en Londres o en la campiña- hay que detenerse y disfrutarlo.
Paisaje de los Cotswolds
Paseé por tantos pueblos que confundo los nombres. Algunos eran grandes y otros apenas unas casas a cada lado de la carretera, todas impecablemente rehabilitadas. Las manor houses, casas de los antiguos terratenientes o landlords, se alzaban en localizaciones privilegiadas. Aunque las propiedades estaban valladas, siempre había alguna puerta por la que invitaban a cruzar a quienes quisieran pasear por sus campos.
Para paseantes
En Winchcombe me encontré a estos monaguillos entrando en la iglesia antes de que cayera el mayor chaparrón del viaje.
De Broadway se me quedaron grabadas las amplísimas calles de las que toma el nombre el pueblo.
Broadway
De Chipping Campden, las galerías y el Market Hall, un mercado del siglo XVII sorprendentemente pequeño para los estándares actuales.
Chipping CamdenChipping Camden Market Hall
En Stow-on-the-world está el que se proclama el hotel más antiguo de Inglaterra, The Royalist.
The Royalist Hotel, en Stowe-on-the-world
La tiendita de Barbour en la plaza principal -Market Square- nos da una idea de lo que gastan en ropa los vecinos.
Stow-on-the-Wold
La zona de Lower Slaughter la recuerdo como el secreto mejor guardado de los Cotswolds, tan apacible y recóndita. Paseando junto al canal llegas a un molino de agua del XIX que hoy es una tea shop.
Lower SlaughterMolino de agua en Lower SlaughterLower Slaughter
Bourton-on-the-Water es conocido como la Venecia de los Cotswolds, aunque no hay laguna ni canales, solo un río que atraviesa la población. Tal vez es lo más turístico que encontré.
Bourton-on-the-water
Burford es la parada de shopping. Por lo visto Kate Winslet tiene casa en los alrededores. Allí me tomé un riquísimo Chelsea bun.
En los Cotswolds hay cocina mediterránea por todas partes. Ocurre lo mismo que con la japonesa: la han adoptado todos los ambientes preocupados por lo saludable. Fue un gran alivio porque no soy muy amiga de la comida british. Aunque uno de los días desayuné un estupendo porridge con azúcar Demerara.
«Hot porridge with Demerara sugar» para desayunar…
¡Me muero por volver!
En algún lugar de la campiñaEn algún lugar de la campiñaEn algún lugar de la campiña11 comentarios
Al final de Tess of the D’Ubervilles (1891), de Thomas Hardy, hay un sacrificio simbólico de la protagonista en Stonehenge. Pasa la noche allí, sobre las piedras que aún están calientes tras horas de sol, y al amanecer es apresada por la policía.
El vídeo es de la miniserie que se grabó en 2008 y que protagonizó Gemma Aterton.
Pero la adaptación más conocida es la de Roman Polankski con Natassja Kinski como Tess. La película es lánguida, eterna y bastante antipática. Como se rodó en 1979 la estética reinante no le favorece precisamente. La vi por casualidad en la TV hace un par de meses sin pensar que semanas después estaría en Stonehenge.
Stonehenge
Sorprendentemente, el monumento no está nada apartado y es visible desde la carretera. No me lo podía creer cuando me acercaba con el coche. Suerte que este mismo mes han decidido cerrar la A344.
Una vez allí, tras dar la vuelta completa a esta maravilla del 3000 a.C. (que hasta tiene réplica de cartón piedra) lo que apetece es caminar sin rumbo por el ondulado grassland que la rodea, subir a las pequeñas colinas y admirar el paisaje por el lado en el que no hay carretera.
Alrededores de Stonehenge
… tomando unas fresas de Salisbury.
Fresas en StonehengeFresas en Stonehenge
Como curiosidad, en 2011 Michael Winterbotton rodó otra versión de Tess of the d’Ubervilles que se acaba de estrenar. Está ambientada en Rajastán y se titula Trishna. La protagonista es Freida Pinto.
En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética tradicional japonesa lo esencial está en captar el enigma de la sombra.
El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki (1933) fue la segunda lectura preparatoria antes de viajar a Japón. Rechazo instintivamente los libros con títulos etéreos porque la abstracción no me hace imaginar nada, y si no imagino no me interesa y por tanto no leo. Pero este ensayo no se podía llamar mejor, porque según explica Tanizaki en Japón todo lo bello brota de la oscuridad, del mismo modo que aquí cuando se hace la luz se hace la belleza.
Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una radiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra.
En sus escasas 90 páginas hay montones de ejemplos de belleza que nace de la oscuridad. Hay que analizarlos con reservas porque se escribieron hace casi un siglo y su autor, en la cincuentena por entonces, nos pone sobre aviso: Nada nos autoriza a creer que algún viejo haya manifestado estar contento con el estado de las cosas de su época:
Pintura de Yumeji Takehisa
Vivir en la oscuridad (esto ya sabemos que es común a otras culturas) Las mujeres de antes solo existían realmente de cuello para arriba y desde el borde de las mangas, el resto desaparecía enteramente en la oscuridad. En aquellos tiempos las mujeres de ambientes superiores a la clase media salían muy raramente y si lo hacían, era completamente acurrucadas en lo mas profundo de un palanquín, por miedo a que las pudieran vislumbrar desde la calle; no es pues nada exagerado decir que, confinada generalmente en una habitación de sus oscuras mansiones, totalmente sepultadas día y noche en la oscuridad, solo revelaban su existencia por el rostro.
Ohaguro, la belleza de los dientes negros
Los trajes de colores lavados Las jóvenes y las mujeres de las casa burguesas, incluso bajo el antiguo régimen militar, utilizaban colores increíblemente apagados, en un palabra, el traje no era más que una parcela de la sombra, solo una transición entre la sombra y el rostro.
El ennegrecimiento estético de los dientes (ohaguro) El maquillaje incluía entre otras cosas el ennegrecimiento de los dientes; cabe preguntarse si la finalidad de esta operación no era, una vez rebosante de oscuridad todo el espacio excepto el rostro, poner una pincelada de sombra hasta en la boca.
Piensen en la sonrisa de una joven, a la vacilante luz de una linterna, que de vez en cuando hace centellear unos dientes laceados de negro de entre unos labios de una azul irreal de fuego fatuo: ¿puede uno imaginarse un rostro más blanco?
Las cejas afeitadas Las mujeres de antes también se afeitaban las cejas: ¿no era esa otra manera de realzar el brillo de su rostro?
La presentación de la comida en vajilla oscura: Nuestra cocina armoniza con la sombra Se ha dicho que la cocina japonesa no se come sino que se mira; en una caso así me atrevería a añadir: se mira, ¡pero además se piensa!
Si la cocina japonesa se sirve en un lugar demasiado iluminado, en una vajilla predominantemente blanca, pierde la mitad de su atractivo. Observemos por ejemplo el color de la sopa de mismo que consumimos todas las mañanas.
El shòyu, esa salsa viscosa y reluciente, sobre todo si se usa esa variedad espesa que se llama tamari, como se hace en la región de Kyoto para condimentar el pescado crudo, las legumbres confitadas o hervidas, gana mucho visto en la sombra y forma con la oscuridad una armonía perfecta.
El tofu, el kamaboko, la harina de patata, los pescados blancos, en fin, todos los alimentos blancos, no pueden quedar realzados si se ilumina su entorno. Para empezar, el arroz, solo con verlo presentado en una caja de laca negra y brillante colocada en un rincón.
El uso tradicional de la vajilla de laca -que realza la comida japonesa- frente a la de cerámica, que ya ha ganado la batalla Una vajilla de cerámica no es nada desdeñable, es cierto, pero a las cerámicas les faltan las cualidades de sombra y profundidad de las lacas. Son pesadas y frías al tacto; permeables al calor, no sirven para alimentos calientes; además, el menor golpe les saca un ruido seco, mientras que las lacas, ligeras y suaves al tacto, no lastiman el oído.
Fuera del arte del té o de algunas circunstancias solemnes, ya sólo utilizamos cerámica, excepto para las bandejas y los cuencos de sopa, porque hemos llegado a considerar la laca rústica y desprovista de elegancia: ¿pero no será simplemente por culpa de la claridad que proporcionan los nuevos medios de iluminación? En realidad se puede decir que la oscuridad es la condición indispensable para apreciar la belleza de una laca.
En la actualidad también se fabrican «lacas blancas» pero, de siempre, la superficie de las lacas ha sido negra, marrón o roja.
La iluminación tenue de los templos (ok, aquí las iglesias suelen ser tenebrosas) En las inmensas salas de los monasterios la luz está tan mitigada, debido a la distancia que las separa del jardín, que su macilenta penumbra es igual en verano que en invierno, haga buen o mal tiempo, por la mañana, a mediodía o por la noche.
Kencho-ji, Kamakura
La luz indirecta en las casas La iluminación de las casas es hoy más que suficiente para leer, escribir o coser; aumentarla es un autentico derroche y, al suprimir los últimos resquicios de la sombra, se da la espalda a todas las concepciones estéticas de la casa japonesa.
Cuando iniciamos la construcción de nuestras residencias, antes que nada desplegamos el tejado como un quitasol que determina en el suelo un perímetro protegido del sol, luego, en esa penumbra, disponemos la casa. En el interior de la habitación, los shòji no dejan entrar más que un reflejo tamizado de la luz que proyecta el jardín. Esa luz indirecta y difusa es un elemento esencial de la belleza de nuestras residencias.
Toko no ma
El toko no ma Hueco practicado generalmente en la pared de la habitación principal, perpendicular al jardín y que desempeña un papel capital en la decoración de la casa japonesa tradicional. Ahí es donde se cuelga un cuadro escogido en función de la estación y se coloca algún objeto artístico de bronce o de cerámica, o algún adorno floral. El gusto de los dueños de la casa se juzga por la armonía conseguida entre estos tres elementos.
Tenemos en nuestras salas de estar ese hueco llamado tako no ma que adornamos con un cuadro o con un adorno floral; pero la función esencial de dicho cuadro o esas flores no es decorativa en sí misma, pues más bien se trata de añadir a la sombra una dimensión en el sentido de la profundidad.
Los decoración con detalles dorados Nuestros contemporáneos, que viven en casas claras, desconocen la belleza del oro. Pero nuestros antepasados, que vivían en mansiones oscuras, experimentaban la fascinación de ese espléndido color, pero también conocían sus virtudes prácticas. Porque en aquellas residencias pobremente iluminadas, el oro desempeñaba el papel de un reflector.
Mientras que el brillo de la plata y de los demás metales se apaga muy deprisa, el oro en cambio ilumina indefinidamente la penumbra interior sin perder nada de su brillo.
Si en los tejidos antiguos se usaban con profusión hilos de oro y de plata, es evidente que se hacia por la misma razón.
La pátina de la plata y el cobre
Los colores que a nosotros nos gustan para los objetos de uso diario son estratificaciones de sombra: los colores que ellos prefieren condensan en sí todos los rayos del sol. Nosotros apreciamos la pátina sobre la plata y el cobre; ellos la consideran sucia y antihigiénica, uno están contentos hasta que el metal brilla a fuerza de frotarlo. En sus viviendas evitan cuanto pueden los recovecos y blanquean techo y paredes.
La importancia de la oscuridad en el teatro kabuki En la actualidad, en los escenarios iluminados a la occidental, sus vivos colores caen inevitablemente en la vulgaridad y cansan enseguida. Los interpretes de los papeles femeninos del kabuki no dan sensación de autenticidad. La culpa es, por supuesto, de la iluminación demasiado cruda del escenario.
Y también en el teatro no En el no, la parte del cuerpo que deja ver el traje es ínfima, como mucho el rostro y el cuello y la mano desde la muñeca hasta la punta de los dedos.
Si por desgracia tuviese que recurrir como el kabuki a los modernos sistemas de iluminación, es seguro que bajo el impacto de esa luz brutal sus virtudes estéticas saltarían en pedazos. Es, pues, absolutamente esencial que el escenario del no permanezca en su oscuridad original y, cuanto más antiguo sea el edificio, mejor.
La oscuridad que reina en el escenario del no no es sino la oscuridad de las mansiones de aquellos tiempos.
La iluminación de las películas Nuestro cine difiere del americano tanto como del francés o del alemán por los juegos de sombras, por el valor de los contrastes.
Estos cinco minutos de Los sueños (1990) de Akira Kurosawa son sublimes:
Pero no solo de sombras habla Tanizaki:
Los refinados retretes Lo que sí está verdaderamente concebido para la paz del espíritu son los retretes de estilo japonés. Es en la construcción de los retretes donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento.
Papel japonés «Kizukishi»
El papel japonés Nuestros papales, agradables al tacto, se pliegan y arrugan sin ruido.
El amor por el té Se dice que los amantes de té, al oír el ruido del agua hirviendo, que a ellos les evoca el viento en los pinos, experimentan un arrebato parecido tal vez al que yo siento.
Y la hora de tomar el sake: por la tarde
Conclusión: Nosotros los orientales creamos belleza haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes.
Escogí tres lecturas rápidas y no traumáticas para ambientarme antes de partir hacia Japón. Tenía poco tiempo y con la perspectiva del vuelo no estaba en condiciones de digerir a Mishima y sus coqueteos con la muerte. Ahora lamento no haber elegido alguna más reciente. Por orden:
Estupor y temblores (1999), de Amélie Nothomb El elogio de la sombra (1933), de Junichiro Tanizaki Una cuestión personal (1964), de Kenzaburo Oé
Salvo el de Tanizaki, que al fin y al cabo es un ensayo, los otros dos sí que fueron un poco perturbadores.
Estupor y temblores, de Amélie Nothomb
Siempre existe un modo de obedecer. Eso es lo que los cerebros occidentales deberían comprender.
Me habían recomendado esta lectura por lo bien que retrata la férrea jerarquía en las empresas niponas. El título hace referencia a la forma en que el emperador exigía a sus súbditos que se presentaran ante él en el antiguo Japón. Algo parecido acaba sintiendo la protagonista a medida que su posición en la compañía se va degradando hasta acabar limpiando retretes en silencio porque sus superiores le obligan a olvidarse del japonés y ceñirse a su rol de occidental.
Quizás el cerebro nipón sea capaz de obligarse a sí mismo a olvidar un idioma. El cerebro occidental carece de esos recursos.
Amélie Nothomb pasó parte de su infancia en Japón, así que algo de autobiográfico tendrá la novela.
Ella [su jefa] me habló de su infancia en la región de Kansai. Yo le hablé de la mía, que se inició en la misma provincia, no lejos de Nara, en el pueblo de Shukugawa, cerca del monte Kabuto […] Allí es donde late el corazón del antiguo Japón.
Pagoda de cinco pisos en el templo Kohfukuji, Nara
Leer las notas que tomé de Estupor y temblores ha servido para matizar las impresiones que saqué de la visita a Japón.
Sobre la belleza
O esa primera excursión a Ginkaku-ji recién llegados a Kyoto, con la lluvia arreciando y apenas un alma en el Paseo de los Filósofos.
De pequeña, la belleza de mi universo japonés me había impactado tanto que todavía me alimentaba con aquella reserva afectiva.
Las que no tienen derecho a soñar llevan nombres que invitan a soñar, como Fubuki [«tormenta de nieve»]. Los padres se permiten los lirismos más delicados cuando se trata de bautizar a una niña.
Cuando se trata de ponerle nombre a un niño, en cambio, las creaciones onomásticas son, a menudo, de una hilarante sordidez […] El señor Saito le había puesto a su hijo Tsutomeru, o sea «Trabajar».
La filosofía de trabajo Nothomb recalca el sadismo de la cultura de oficina japonesa. Estos ciudadanos, dice, privilegiados para otros habitantes del planeta, entregan su entera existencia a la empresa y están convencidos de que nunca se trabaja demasiado. Quejarse es deshonroso y hablar de tus incapacidades te lleva al abismo, siguiendo la máxima de André Maurois: No hables demasiado mal de ti mismo: podrían creerte. No respetar una jerarquía puede suponer el ostracismo a un trabajador, y nada desconcierta más a la protagonista que una disculpa de su superior.
Un japonés que se excusa de verdad, esto sólo ocurre una vez en cada siglo. Me horrorizó que el señor Saito consintiera rebajarse tanto por culpa mía.
No era raro que algunos empleados se quedaran toda la noche en sus despachos si había plazos que cumplir.
Año Nuevo: tres días de descanso ritual y obligatorio. Semejante farniente tiene algo traumático para los japoneses. Durante tres días y tres noches ni siquiera está permitido cocinar. Se comen platos fríos, preparados con antelación y almacenados en unas espléndidas cajas lacadas. Entre aquellos alimentos festivos, destacan los omochi: pasteles de arroz por los que, antaño, me pirraba.
Perdían, esperando el ascensor, un tiempo que habrían podido dedicar a la compañía. En Japón, a eso se le llama sabotaje: uno de los más graves crímenes para los nipones, tan odioso que, para denominarlo, se utiliza la palabra francesa, ya que hace falta ser extranjero para imaginar una bajeza semejante.
Hasta hace poco, con contrato o sin él, uno siempre era contratado para siempre, uno no podía abandonar su empleo sin cuidar las formas. Por respeto a la tradición, tenía la obligación de presentar mi renuncia a cada escalón jerárquico.
Para un japonés, limpiar retretes no era un trabajo honorable pero tampoco indigno.
¿Y, fuera de la empresa, qué les esperaba a aquellos contables de cerebro lavado por los números? La cerveza obligatoria con colegas tan trepanados como ellos, horas de metro abarrotado, una esposa que ya duerme, el sueño que te aspira como el desagüe de un lavabo que se vacía, las escasas vacaciones en las que nadie sabe qué hacer: nada que merezca el nombre de vida.
Cerveza y yakitori: lo que toman habitualmente los japoneses al salir del trabajo
La locura y la excentricidad Los sistemas más autoritarios suscitan, en las naciones en las que se aplican, los casos más sorprendentes de desviaciones -y, por eso mismo, una relativa tolerancia respecto a las excentricidades humanas más apabullantes-. No sabemos lo que es un excéntrico hasta que conocemos a un excéntrico japonés. ¿Había dormido bajo los escombros? Estaban curados de espanto. Japón es un país que sabe lo que significa «volverse loco».
Los comportamientos groseros
Preferí no preocuparme demasiado por estos detalles que comenta la protagonista, aun a riesgo de pecar de irritante occidental:
Ante mi enorme asombro, se sonó, lo que en Japón constituye uno de los colmos de la grosería.
Resulta vergonzoso tener curvas.
Sudarás. Y ya nadie podrá dudar de tu vulgaridad.
Mañana de canícula en el Castillo Nijo, Kyoto
Los occidentales, sucios y rastreros
Nothomb lo lleva al extremo, espero…
Se comporta de un modo tan rastrero com los demás occidentales: antepone su vanidad personal a los intereses de la empresa.
¡Si por lo menos pudiéramos hacerles comprender que apestan, tendríamos en Occidente un mercado fabuloso para desodorantes finalmente eficaces!
Persona muda y grosera como una yanqui…
El suicidio
No hay que visitar el bosque de los suicidos para saber que el suicidio en Japón es menos raro que aquí.
Como todo el mundo sabe, Japón es el país con la mayor tasa de suicidios.
Si te suicidas, tu reputación será deslumbrante y se convertirá en el orgullo de tus allegados. Ocuparás un lugar de honor en el panteón familiar: ésa constituye la mayor esperanza que puede albergar un ser humano.
La comida Proliferan las cadenas y formatos occidentales pero los sabores se adaptan, como ocurre con todas las cocinas cuando se exportan.
Los japoneses consumían cada vez más mantequilla y la obesidad y las enfermedades cardiovasculares no dejaban de ganar terreno en el país.
Se trata de chocolate blanco con sabor a melón verde, una especialidad de Hokkaido. Han reproducido a la perfección el sabor del melón japonés.
Sunshine Street. Ikebukuro, Tokio
La Segunda Guerra Mundial Fabuki practicaba el revisionismo soft tan habitual entre los jóvenes del país del Sol Naciente: sus compatriotas no tenían nada que reprocharse respecto a la última guerra, y sus incursiones en Asia tenían como objetivo proteger a los indígenas de los nazis.
La tradición propia y ajena Con razón no se lo piensan para derribar un templo y reconstruirlo:
Nada que dure menos de diez mil años tiene valor alguno.
Los nipones, que tanto se ofenden cuando los demás no respetan sus códigos, jamás se escandalizan de sus propias derogaciones respecto a las conveniencias ajenas.
Heian, Kyoto
La belleza femenina
No todas las japonesas que vi eran guapas, pero la que era guapa resultaba casi irreal.
Todas las bellezas emocionan, pero la belleza japonesa resulta todavía más desgarradora. En primer lugar porque esa tez de lis, esos ojos suaves, esa nariz de aletas inimitables, esos labios de contornos tan dibujados, esa complicada dulzura de los rasgos ya bastan para eclipsar los rostros más logrados.
Sus modales las estilizan y las convierten en una obra de arte que va más allá de lo racional.
Es una belleza que ha sobrevivido a tantos corsés físicos y mentales, a tantas coacciones, abusos, absurdas prohiciones, dogmas, asfixia, desolación, sadismo, conspiración de silencio y humillaciones, una belleza así constituye un milagro de heroísmo.
Cómo ha de ser la mujer
Si por algo merece ser admirada la japonesa -y merece serlo- es porque no se suicida. Conspiran contra su ideal desde su más tierna infancia. Moldean su cerebro: «Si a los veinticinco años todavía no te has casado, tendrás una buena razón para sentirte avergonzada» «Si sonríes perderás tu distinción» «Si tu rostro expresa algún sentimiento, te convertirás en una persona vulgar» «Si mencionas la existencia de un solo pelo sobre tu cuerpo, te convertirás en un ser inmundo» «Si, en público, un muchacho te da un beso en la mejilla, eres una puta» «Si disfrutas comiendo, eres una cerda» «Si dormir te produce placer, eres una vaca» «No aspires a disfrutar porque tu placer te destruirá» «No aspires a enamorarte porque no mereces que nadie se enamore de ti: los que te amarían te amarían por tu apariencia, nunca por lo que eres» «No esperes que la vida te dé algo, porque cada año que pase te quitará algo» «Ni siquiera aspires a una cosa tan sencilla como alcanzar la tranquilidad, porque no tienen ningún motivo para estar tranquila»
«Deberás ser irreprochable, por la simple razón de que es lo mínimo a lo que se puede aspirar»
«Cuando estés aislada en un retrete por la humilde necesidad de liberar tu vejiga, tendrás la obligación de vigilar que nadie pueda escuchar la melodía de tu arroyo: así pues, deberás tirar de la cadena sin cesar»
«Tienes la obligación de tener hijos, a los que tratarás como a dioses hasta los tres años, edad en la que, de repente, los expulsarás del paraíso para alistarlos al servicio militar, que durará desde los tres hasta los dieciocho años y, más tarde, desde los veinticinco años hasta el día de su muerte»
«El único periodo libre de tu vida […] es entre los dieciocho y los veinticinco años»
En el tren, Tokio
El hombre y el matrimonio
El primero no sale muy bien parado…
Había tenido el abrumador privilegio de descubrir que el macho japonés no es en absoluto distinguido. Así como la japonesa vive aterrorizada por el más mínimo ruido que pueda producir su persona, el japonnésse despreocupaba totalmente de ese detalle.
Tiene dos años menos que usted. Según la tradición nipona, es la diferencia de edad perfecta para que sean un anesan niobo, una «esposa hermana mayor». Los japoneses piensan que éste es el mejor matrimonio: la mujer tiene justo un poco más de experiencia que el hombre. Así, le hace sentirse cómodo.
Harajuku, Tokio
Como dato curioso extraido del libro: cabellos, dios y papel se nombran de la misma forma en japonés: kami.
Respecto a Amélie, realmente lo que más me gusta leer de ella es las entrevistas que le hacen: es su mejor personaje. Mi primera toma de contacto fue con La biografía del hambre y la voz narradora me ralló bastante. Termino con su receta para sobrellevar la rutina:
Es típico de seres que ejercen oficios lamentables construirse lo que Nietzsche denominaba «otro mundo», un paraíso terrenal o celeste en el que se empeñan en creer para consolarse de lo infecto de su condición. Cuanto más vil es su trabajo, más hermoso es su edén mental.
Cualquier cosa me sorprendía al pisar suelo nipón. Para empezar, fue llegar al aeropuerto de Narita y ¡solo veía japoneses!
Guardo una lista de todo lo que me chocaba como occidental que visitaba por primera vez Asia y en particular Japón:
1. Los cuervos
Por las mañanas, nada de trinos de gorriones: lo que se oye son cuervos. Me desperté con su grajeo en un piso 32 pensando que si descorría la cortina iba a ver Tokio arrasado mientras bandadas de cuervos planeaban sobre sus ruinas.
2. La seguridad
En cualquier cafetería puedes dejar el bolso abierto con el iPad dentro y el móvil sobre la mesa cargándose y bajar al piso de abajo, irte al baño… nadie se lo va a llevar. Si estás muy cansado, hasta puedes echar una cabezadita sin miedo a que se lleven tus cosas.
3. La gente dormida
En cualquier lado y postura, sin necesidad de apoyar la cabeza o recostarse. Por ejemplo, en la mesa de un McDonalds con la bandeja delante y el móvil al lado.
En el metro a Omotesando, Tokio
4. Las cafeterías y restaurantes en plantas altas
Aunque hay millones de establecimientos a pie de calle, es de lo más común ver en la puerta de cualquier edificio carteles anunciando los restaurantes que hay arriba. De hecho, son frecuentes los rascacielos que acogen zona comercial, plantas de oficinas y un par de pisos dedicados a la restauración. Los carteles son todos del mismo formato: nombre del restaurante + foto de sus platos. Y nada de mezclas occidentales: el que es de sushi no te va a servir tempura o carnes.
6. Las toallitas húmedas
Otra cosa que te ponen en la mesa nada más te sientas en el restaurante. La versión low cost es un tissue húmedo en una bolsita. Las he visto también fuera de Japón pero allí es impensable no ponerlas. Yo lo implantaría en España.
Shabu-shabu en Kyoto
7. No hay papeleras
Y cuando hay, ten suerte de que admita lo que vas a echarle, porque el reciclaje se sigue a rajatabla. Los occidentales debemos de tener fama de malos separadores de basuras: los camareros venían corriendo a quitarme la bandeja si me veían con intención de distribuir yo misma los restos en las papeleras.
Gion, el barrio de las geishas de Kyoto
8. Las reconstrucciones
Salvo alguna excepción – Nara, por ejemplo-, a mí todos los templos, pagodas, castillos y monumentos me parecieron construidos anteayer. Están en todo su esplendor, las maderas naranjas relucen. Por lo que he leído, son reproducciones absolutamente fieles mejoradas para resistir catástrofes. A mí me resultaba tan chocante -acostumbrada a visitar claustros con relieves erosionados, fortalezas con pasadizos húmedos, piedras desgastadas por los siglos…- que tuve que resetear para no pensar que estaba en un parque temático sobre las tradiciones de Japón.
Nara. El edificio de madera más grande del mundo
9. Al cine por la mañana
Me disponía a desayunar mientras los japoneses entraban en el cine. Pensé que solo estaban comprando las entradas, pero no, también se metían en las salas.
Desayuno en el Kripsy Kreme de Shibuya, Tokio
10. Las letrinas
… y los WC con mandos, sobre los que no me explayo porque hay bastante literatura. Sabía que era habitual encontrarse letrinas en Asia pero no contaba con que también había en Japón. Son modernas, no hay que imaginarse nada raro. Tienen pedal para que salga el agua y sumidero. En muchos casos hay símbolos en la puerta para avisarte de lo que te espera dentro -letrina o WC occidental-. Y en algunos servicios público te dan las dos opciones y tú eliges.
WC nipón
11. Los lavabos infantiles
Vi en algunos baños lavabos a la altura de mi rodilla pensados para las más pequeñas.
12. Las mascarillas
Se ven por todas partes. Rara vez miras a tu alrededor y no ves alguna.
Shibuya, Tokio
13. Las plantas 13 En los rascacielos japoneses no se saltan la planta 13.
La noche que visitamos el New York Bar del Hotel Park Hyatt, Tokio
14. Las fundas de ganchillo en los asientos de los taxis
El gusto japonés por el crochet, las puntillas y los encajes no conoce límites. Imposible ver un taxi sin sus fundas de ganchillo. En el tren de Nara a Kyoto los asientos tenían fundas de plástico ¡que imitaban el crochet!
Taxis en Kamakura
15.Los niños solos en el tren
Desde muy pequeños van al colegio solos en el tren con su clásica y carísima mochila rígida y uniformados.
16. Subir por la izquierda, bajar por la derecha
Estorbaba continuamente en las escaleras mecánicas porque me colocaba en el lado incorrecto.
En el tren, Tokio
17. Las marcas en los andenes
Indican dónde va a estar la puerta de cada vagón y si es solo para mujeres o está habilitado para discapacitados, embarazadas, personas con niños o ancianos.
18. Las reverencias del personal de los trenes
Las hacen al entrar y al salir de cada vagón y al tomar posiciones en el andén antes de subir al tren.
Personal de limpieza del Shinkansen
19. Los que cantan las estaciones
En la cabina que hay al fondo del último vagón del tren va una persona que anuncia por megafonía la próxima estación y las conexiones. Nada de grabaciones.
Vuelta a Kyoto desde Osaka
20. La limpieza de los trenes
En cada final de línea precintan los accesos a los vagones y un ejército de personal de la limpieza los asea y gira los asientos para que siempre vayan en el sentido del tren.
21. Los vagones de fumadores
Aquí ya no quedan, fue una sorpresa encontrármelos incluso en el Shinkansen. Me tocó viajar en uno y la experiencia fue muy ochentera.
22. Los cubículos para fumadores
Estaban por la calle, en las estaciones… En los templos eran prácticamante la única zona para sentarse y descansar. En este caso no eran cubículos sino barracones con bancos, mesas y ceniceros.
Zona de fumadores de Ryoan-ji, Kyoto
23. La velocidad de los ascensores
Pasando en tren por el distrito financiero Shiodome de regreso de Odaiba me dejó asustada la velocidad de los ascensores en los edificios de oficinas. Además, estaban acristalados y eran exteriores. ¡Fuera vértigo! Recuerdo que en la Landmark Tower de Yokohama está el segundo ascensor más rápido del mundo.
En el tren a Odaiba, Tokio
24. Las máquinas de vending
Paredes enteras repletas de bebidas extrañas a cual más dulce. A mí no me conquistaron.
Eligiendo algo que beber. Akihabara, Tokio
25. Las profesiones extrañas
Por ejemplo, marcadores de la cola del autobús.
En la estación de autobuses de Kyoto hay «marcadores de cola», carteles humanos para saber por donde va la cola del bus
26. La purificación en los templos
Del mismo modo que los católicos toman agua bendita y se santiguan, en los templos sintoístas que visité había fuentes con cacitos para purificarte. Primero vertías el agua en la mano derecha, luego en la izquierda y a continuación bebías con la mano izquierda el agua recogida con la mano derecha -la vertías siempre con el cacito, no podías poner la mano directamente bajo el chorro-.
Fuente para purificarse antes de entrar en Tsurugaoka Hachimangu Shrine, en KamakuraAgua purificadora en Fushimi-Inari
27. Las monedas incrustadas
Esta foto no es la más representativa, pero la moneda en la cabeca y en el brazo nos dan una idea. En las estatuas y monumentos sagrados era común ver monedas incrustadas en salientes y recovecos. Hice el intento dentro del Gran Buda de Kamakura y la moneda rodó por el suelo al instante.
Engaku-ji, Kamakura
28. Las alpargatas colosales en los templos
Si había Buda, había alpargata. En el acceso a los templos colgaban grandes alpargatas por si un día decidía abandonar la posición del loto.
Senso-ji, Tokio
29. Las pintoras de los templos
Una bella estampa de Engaku-ji es la de las señoras pintando acuarelas por sus jardines.
Mujeres pintando en Engaku-ji, Kamakura
30. Las bandejas para el dinero
Recuerdan a los bares de aquí, salvo que en Japón no se deja propina. En todos los establecimientos, fueran comercios o restaurantes, colocan una bandeja para dejar el dinero y el cambio. Además, son muy cuidadosos al tocar tanto los billetes como las tarjetas.
Mercadillo de Asakusa, Tokio
31. Las crepes
Tienen más éxito que los barquillos para servir los helados. En el metro emitían sin parar un spot de crepes Haagen Dasz.
Este anuncio de Haagen Dasz lo vi decenas de veces en el tren
32. Las pâtisseries
La bollería y panadería europea parece que está pegando fuerte. Yo tengo debilidad por estos productos y desde muchos metros de distancia ya olía que había una pâtisserie cerca.
Bollería en Ikebukuro, TokioLos gofres del Manneken de Ginza, Tokio
33. Las maquetas de comida de plástico
Cada restaurante tiene en el escaparate sus platos en fieles reproducciones de plástico. Lo más curioso que vi fue un establecimiento de cocina española que ofrecía paella con huevos fritos por encima.
Maqueta de comida
Hamburguesa de jamón serrano en Akihabara, Tokio
34. La cocina hawaiana
Vi muchos establecimientos de cocina hawaiana. 35. La gente que grita por las calles Suelen ser chicas. Están de pie en la puerta de las tiendas y parecen cantar la oferta del local. En Akibahara van disfrazadas (cosplay), pero en otras zonas visten sin muchas estridencias, aunque suelen ir uniformadas. Este griterío persistente se mezcla en los barrios más concurridos con la megafonía de los camiones-anuncio.
Harajuku, TokioShinjuku, TokioShibuya, Tokio
35. El siniestro «do not eat»
Desfallecida en Narita compré un gofre que venía en una bolsita. Iba acompañado de un sobrecito similar al que encuentras dentro de los bolsos al abrirlos por primera vez. Pensé que era alguna salsa para endulzarlo, pero se leía claramente «do not eat». Dramático si no lees ni inglés ni japonés.
Desayuno en Narita
36. El turismo estadounidense e hindú
En realidad, apenas encontré turismo internacional, aunque sí mucho local porque visité Japón en plena Golden Week. Salvo algún francés, lo que más había era norteamericanos y familias hindúes.
37. La esvástica budista
Desconocía este símbolo, y la primera vez que lo ves impresiona bastante. Es una esvástica girada, símbolo budista que habitualmente se ve en los templos. Según he sabido después representa la eternidad, los cuatro elementos -fuego, agua, viento y tierra- y también sirve como indicador de que una comida es vegetariana y puede ser consumida por budistas estrictos.
Esvástica a la inversa
38. Los trajeados
También hay millones en Occidente pero allí intuí un protocolo y una jerarquía muy acusados. Vi a un trajeado afeitándose en el andén del tren con una maquinilla eléctrica.
39. El perro japonés
Si aquí ahora solo se ven bulldogs, allí proliferaban los Akita Inu (raza nipona). Además, es muy común pasear al perro en carrito, a solas o varios juntos.
Akita Inu
40. Las casas cerradas
No pude atisbar una sola casa japonesa por dentro. Las cortinas siempre están corridas, por no hablar de las viviendas de Gion, que directamente están selladas tras densos estores y hasta tablones.
Gion, el barrio de las geishas de Kyoto
41. Las terrazas anodinas
En los bloques de viviendas nadie pone plantas en las terrazas. Pero sí es común ver ropa tendida, me llamaron la atención unos enganches redondos para sujetar el nórdico recién lavado a los barrotes de la terraza.
Rumbo a Arashimaya, Kyoto
42. Los móviles rosas
Como si fueran teléfonos de princesas Disney. Además, les encanta adornarlos con strass. He visto más iPhones blancos que en ningún lado, y muchos los llevaban hombres.
43. Hombres con paraguas blancos
En Kyoto solo había un modelo de paraguas: el transparente con varillas y mango blanco. Lo usaban indistintamente hombres y mujeres.
Ginkaku-ji, Kyoto
44. El maquillaje impecable
Las japonesas no solo tienen la piel perfecta, es que se maquillan como nadie. Los neceseres que ves en el tren y el metro no pueden estar más equipados. Son capaces de pasar un trayecto de una hora sin parar de arreglarse en el vagón.
45. El tinte castaño claro
Les favorece muchísimo y es el color de pelo que más se ve aparte del negro natural.
46. El turismo con tacones
Pasear por la arena y por los jardines de los templos es posible con tacones. He visto a muchas más japonesas haciendo turismo arregladas que informales.
Visita al templo de Kiyumizu-dera, Kyoto
47. Ni gafas de sol ni sombreros
El look del turista nipón que conocía solo se ve fuera de Japón. Allí rara vez llevan sombrero para protegerse del sol, salvo las señoras mayores, y casi nadie usa gafas de sol. He visto sombrillas, pero poquísimas si lo comparamos con lo mucho que las utilizan cuando visitan España. Tal vez tenga que ver el que todavía fuera primavera.
Omotesando, Tokio
48. American Eagle hace furor
Sobre todo entre los hombres, porque visto está que a ellas les va el look romántico. Había cientos de bolsas de la marca por la calle y en los centros comerciales.
Ginza, Tokio
49. El gusto por lo que aquí sería cursi
Hay estampados de corazones y lazos por todas partes, no solo en Harajuku, aunque allí es la norma. Caso extremo: una chica peinada con dos coletas adornadas con fresas de plástico.
Harajuku, TokioHarajuku, TokioHarajuku, Tokio
50. El uniforme de las veinteañeras
Hay una tribu en cada país que marca la tendencia: chicas veinteañeras que van en grupo vestidas sin salirse del guión. En Japón su uniforme es el de estas fotos:
Shibuya, TokioShibuya, TokioShibuya, TokioShibuya, TokioOmotesando, TokioHarajuku, TokioHarajuku, TokioHarajuku, TokioHarajuku, Tokio
Y termino con los innombrable antes y (casi) durante el viaje.
1. Los terremotos
Durante el día no me acordaba de lo que había pasado en Japón en marzo de 2011. Pero por las noches vivía terremotos psicológicos. Estaba en plantas altas (32 y 34 en las dos estancias en la capital nipona), tanto que cada vez que descorría la cortina me apabullaba ver la inmensidad de Tokio a mis pies. ¡Esa ciudad tiene 13 millones de habitantes! Pero lo peor no fue la aprensión, sino constatar en el desayuno que sí, que la noche anterior se había producido un terremoto de magnitud 5 con algo. Para los japoneses será lo más corriente, para mí no…
2. Las 12 horas de avión (+2 de conexión)
Pensé que aterrizaría en Tokio con algún tipo de demencia. No soporto estar en el aire. La sensación de «a tomar por saco, se acabó todo» me puede durar todo el vuelo. Es tal el trauma que hoy no me acuerdo de nada, no sé si por el pánico o por los orfidales: ¿qué comí? ¿dormí? Vi tres o cuatro películas y solo recuerdo el título de dos y ni siquiera sé cómo acababan. Terminé en el avión Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé, y en Tokio tuve que releer las últimas páginas para ver que hacían al final con el niño.
3. El regreso
Por todo lo anterior me había vetado pensar en el regreso. Primero superemos ese trance, me decía, y luego veremos si la vida sigue. Una vez allí, ¿qué forma había de regresar por tierra firme partiendo de, por ejemplo, Vietnam? Para la próxima visita a Japón he consultado la ruta en coche en Google Maps. El resultado es 7 días + 19 horas sin contar noches hasta Hanoi pasando por Afganistán, Irán o Myanmar. Después bordeas la costa oriental china y en Shanghai coges un ferry hasta Osaka o Kobe.
Por todo esto mis expectativas del viaje eran nulas. Ni lo pensaba. Y es lo mejor porque he vuelto deslumbrada y hasta me parece una traición pensar en el siguiente.
Estoy sobrevolando Rusia en el famoso Airbus 380 de Air France. Me lleva de Tokio-Narita hasta París-Charles de Gaulle, donde conectaré con el vuelo a Madrid. Hace unas horas estaba en el piano bar del Hotel Cerulean, en Shibuya, tomando un cóctel con vistas privilegiadas del Tokio nocturno.
La última jornada tokiota fue relajada, de saborear cada minuto restante. Por la mañana tomamos el metro para visitar el mercadillo tradional japonés de Asakusa.
Tras algunas compras no quise irme sin probar uno de esos dulces que había visto en tantos puestos callejeros. Elegí una especie de buñuelo de albaricoque, rosa por fuera, pan frito por dentro, denso dulce de albaricoque en el centro.
En los alrededores del mercadillo descubrimos un Tokio diferente, otro más, lejos de la modernidad de Shinjuku, Shibuya, Omotesando, Ginza o Akihabara. Las calles eran estrechas y la decoración más parecía de hace 40 años que de hoy.
Avanzando por el mercadillo llegamos a la pagoda de cinco plantas de Asakusa, que me empeñé en fotografiar junto a los cerezos en flor del recinto.
Bahía de Tokio
Tras una nueva visita relámpago a la tienda Mandarake de Akihabara partimos hacia Odaiba, en la Bahía de Tokio. No pudo haber mejor plan para nuestra última tarde nipona. En la ultramoderna zona de Shiodome, muy cerquita de Ginza, tomamos el tren con el que cruzamos el Rainbow Bridge sobre la bahía. Circula con neumáticos (como un autobús) y sin conductor, esto lo supe después de hacer el trayecto de ida y vuelta.
En Odaiba comimos carne cocinada «estilo kobe» (riquísima) y pasé un buen rato junto a un Gundam «tamaño real». Un Gundam es una armadura controlada por un hombre desde la cabeza; hace furor entre varias generaciones de japoneses y cientos de frikis del resto del planeta. Medía unos 30 metros y a las horas marcadas se ponía en movimiento: rotaba la cabeza y expulsaba humo (pequeño chasco, esperaba que alzara los brazos al menos).
Después, un idílico paseo por las playas de la Bahía de Tokio, en las que está prohibido bañarse. Muchos grupos se sentaban para ver la puesta de sol sobre el skyline del distrito financiero, con el Rainbow Bridge a la izquierda.
El parecido con las vistas del skyline de Nueva York desde Dumbo es indiscutible, a lo que no pongo pegas porque está en mi top 5 de lugares para recordar toda la vida. Incluso han encajado una Estatua de la Libertad en los jardines de una de las islas, pues todo ese terreno que se ve al otro lado del barrio de oficinas es artificial y está ganado al mar. Lo que no vi en el East River fueron los vivarachos peces que saltaban sin cesar en las aguas de la Bahía de Tokio.
De regreso, el tren que une la isla de Odaiba con el distrito financiero nos regaló curiosas estampas de oficina y ascensores subiendo y bajando a una velocidad desconcertante.
Cruce de Shibuya de noche
Por la noche, un último vistazo al cruce de Shibuya desde la propia estación de tren. Después de días buscando el ángulo perfecto, descubrimos que para verlo bien no había que hacer gasto en el Starbucks o en ningún otro establecimiento del cruce. Bastaba con asomarse a las cristaleras de la planta superior de la estación.
Ya solo faltaba hacer las maletas y despedirse de Tokio desde las alturas en el piano bar Bello Visto, en la planta 40 del Hotel Tower Cerulean. Tanto que recordar de estos días…