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Categoría: Escritoras

The Awakening / El despertar, de Kate Chopin

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En el siglo XIX era frecuente que la alta sociedad de Nueva Orleans pasara los veranos en Grand Isle. Y eso que, según leo, los huracanes azotan esa costa casi cada ocho años.

En Grand Isle transcurre gran parte de El despertar (The Awakening, 1899), de Kate Chopin, quien pasó allí diez veranos de su vida.

No es ninguna obra maestra pero, siendo de la fecha que es, se agradece asistir a una historia femenina contada por una escritora. La protagonista -la sra Pontellier- tiene todo a lo que podía esperar una mujer de su época pero interiormente se rebela, con final trágico. Ejemplos:

La señora Pontellier no era maternal.

No veía por qué había que anticiparse y pensar en la ropa de invierno durante el verano.

El año anterior los niños habían pasado parte del verano con la abuela Pontellier en Iberville. Estaba segura de su felicidad y bienestar, no los echó de menos salvo alguna ocasional e intensa nostalgia. Su ausencia era una especie de alivio, aunque no lo admitía ni a sí misma. Parecía liberarla de una responsabilidad que había asumido ciegamente y para la el destino no la había preparado.

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Historias de cautivos

En 1675, a Mary Rowlandson y a sus tres hijos los secuestró la tribu Narrangansett cuando asaltó Lancaster, una de las primeras colonias de Massachusetts. Fueron once semanas que Mary relata en Historia del cautiverio y restitución de la señora Mary Rowlandson (1682), que se adscribe a un género muy popular en aquel momento: las captivity narratives o historias de cautivos.

Al horror inicial lo sucede un acercamiento a este pueblo nativo y sus costumbres. Mary hizo amigos entre los nativos, pero tuvo bastantes roces con la jefa Weetamoo. Su mentalidad puritana no concebía que una mujer mandara sobre un pueblo, pero lo cierto es que el papel de las mujeres en las sociedades nativas americanas no era secundario. Según cuenta Gloria Steinem en My Life On the Road (2015), en las lenguas nativas, Cherokee y otras -como bengalí y otros lenguajes arcaicos- no había pronombres de género como él y ella. Un ser humano es un ser humano. 

Otro ejemplo: En los inicios de esta nación, las maestras blancas de escuelas de nativos contaban que se sentían más seguras en las tribus indígenas que en sus propios pueblos. Etnógrafos y periodistas escribieron sobre lo raras que eran las violaciones. Maltratar a las mujeres estaba entre las tres razones por las que un hombre no podía llegar a ser el líder sabio o «sachem», junto con el robo y el asesinato

My Life On the Road es un libro sobre las seis décadas de activismo de Gloria Steinem. Está muy enfocado al lector norteamericano: repasa marchas y concentraciones por los derechos civiles y recuerda a figuras políticas que aquí no son conocidas. Como icono del feminismo que es, nos regala algunos datos para reflexionar:

Las primeras azafatas eran enfermeras certificadas a las que se contrataba para que los pasajeros se sintieran seguros, en una época en la que volar era algo nuevo, no era raro marearse y los pasajeros tenían miedo.

En Estados Unidos, una mujer tiene más probabilidades de ser maltratada o asesinada en su casa por algún hombre conocido que viajando sola. 

A las amas de casa se las consideraba mujeres sin empleo, a pesar de trabajar más, más tiempo y por menos dinero que cualquier otro trabajador. 

Cuando visito clínicas [abortistas], tengo por costumbre preguntar al personal si alguna vez una manifestante [pro-vida] ha entrado a abortar y luego ha vuelto a manifestarse. Desde Atlanta hasta Wichita, la respuesta ha sido que sí. Sin embargo, como ven lo que sufren estas mujeres y quieren proteger su intimidad, no dicen nada. 

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Serpientes del Medio Oeste

American Gothic, Art Institute of Chicago

Beth M. Howard escribía hace un par de días en el New York Times sobre los años que vivió en la casa de American Gothic (1930), el archiconocido (y parodiado) cuadro de Grant Wood.

Era hace una década y se alquilaba por 250 dólares al mes. ¿Por qué tan barata? Porque merodeaban -incluso irrumpían- turistas a cualquier hora y por contrato había que ser amable con ellos. Otras incomodidades: el ruido que hacían las tuberías, los clavos que sobresalían de la tarima o los «residentes» de los recovecos: serpientes de Gopher o bull snakes de casi dos metros que por lo menos no son venenosas… Hoy ya no se alquila como vivienda, aunque sí para eventos, y está abierta al público.

Al leer sobre las serpientes de la casa me acordé de un libro ambientado en el estado vecino, Nebraska: My Ántonia (1918), de Willa Cather. Trata sobre los pioneros de estas tierras, procedentes de países escandinavos, que se encontraban a menudo ejemplares de cascabel.

Fuchs me contó que los mormones trajeron los girasoles a este país; que durante la persecución, cuando abandonaron Missouri y se adentraron en la naturaleza buscando un lugar donde pudieran adorar a Dios a su manera, esparcieron semillas de girasol a su paso por los valles de Utah (My Ántonia, de Willa Cather).

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Pacific Crest Trail

El Pacific Crest Trail es una ruta de senderismo que une México con Canadá atravesando las principales cadenas montañosas de la costa oeste norteamericana. Cruza tres estados -California, Oregon y Washington- y siete parques nacionales. Cheryl Strayed la recorrió y lo cuenta en su novela Wild: A Journey From Lost to Found. La empecé a leer atraída por su experiencia y por los paisajes y me entretuve googleando cada uno. Como lectura de evasión fue fantástica: su valor artístico es casi nulo pero atrapa con esa habilidad de entretener sin esfuerzo aparente que es patrimonio de los americanos. Wild

En unos meses se estrena Wild, con guión adaptado por  Nick Hornby y protagonizada por Reese Witherspoon. Seguramente incidirá en el viaje interior de Cheryl -la muerte de su madre, un divorcio y el coqueteo con las drogas desencadenaron la aventura- más que en la ruta en sí.

Estaba muy interesada en saber a cuántos depredadores se encontraría, y finalmente los vio a todos: el coyote, el zorro, el oso pardo, el puma, la serpiente cascabel y ¡hasta a un Bigfoot! 🙂 Como compañeros de viaje llevaba tres libros -uno de ellos Mientras agonizo, de Faulkner- y montones de melodías en la cabeza, en particular Twinkle, twinkle, little star.  

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Alfred y Emily, de Doris Lessing

Qué me entusiasma de Doris Lessing (Kermanshah, Persia, 1919): su habilidad para traer al presente cosas que se ha demostrado que no eran para tanto; y la forma de convulsionarnos recordando momentos que parecieron insignificantes. Lo descubrí en El sueño más dulce, que comentaré otro día, y después en Alfred y Emily (2008), novela en la que imagina cómo hubiera sido la vida de sus padres de no haber estallado la Gran Guerra (1914-1918).

Lo que consigue Lessing en las 288 páginas Alfred y Emily es que apartes el libro a menudo para desempolvar, revivir y asimilar el pasado o simplemente comulgar con ella en sus implacables reflexiones.

Por ejemplo, sobre la experiencia bélica como obsesión de una vida:

Hay dos clases de soldados: los que no pueden dejar de hablar de su guerra y los que se callan y jamás dicen una palabra de ella. Mi padre sabía que su discurso obsesivo sobre las trincheras era una forma de liberarse de los horrores.

… sobre la guerra como época feliz (sic). Suena raro, ¿pero no tiene cada persona, familia o grupo su época dorada? La reconocerás porque todas las conversaciones acaban hablando de ella.

Cuando los pacifistas, o las personas que intentan poner freno a la guerra, deciden olvidar que algunos hombres disfrutan profundamente del conflicto, cometen un gran error. Ya en tres ocasiones he oído a hombres hablar sobre un pasado feliz junto a sus compañeros del frente. Lo tienen todo en común.

… sobre la maternidad y sus claroscuros:

Nuestras madres eran mujeres que deberían haber estado trabajando, que deberían haberse ocupado, que deberían haber tenido algún interés en la vida que no fuéramos nosotras, sus atormentadas hijas.

Estar encerrada en un espacio reducido con un niño hiperactivo durante cinco días ocupa un lugar bastante destacado en mi lista de experiencias desagradables.

… sobre lo que no es como lo vimos de pequeños:

Ya era adolescente cuando vi realmente la casa, cuando la comprendí… Una niña no ve más de lo que puede entender.

… sobre los terrenos que dejan de cultivarse. Por un lado te deslumbra su frondosidad, porque nunca los viste así, pero por otro extrañas esa familiaridad de los huertos que han pasado de generación en generación:

Con el abandono, las tierras vuelven al monte.

… sobre la muerte de la novela:

Creo que la eterna proclama «La novela ha muerto» se produce porque ninguno de nosotros ha escrito nada tan bueno como «Guerra y paz», «Anna Karenina» o las obras de Dostoievski.

… sobre ese alimento diabólico que se llama azúcar:

A lo largo de mi vida he visto cómo todos y cada uno de los alimentos han sido alabados por ser esenciales y despreciados por ser malos; aunque el azúcar siempre ha sido malo, malísimo.

… sobre el origen turco del corte de pelo emblemático de los felices años 20:

La melena al estilo garçon o el cabello corto que llevaban sus elegantes amigas se habían puesto de moda por las revueltas y guerras civiles que habían supuesto el final de los Habsburgo. Los sublevados y rebeldes llevaban el cabello muy corto. Turquía, que sufría el mismo caos de rebeliones, aportó al mundo de la moda los peinados que supuestamente estaban inspirados en la imagen popular que se tenía de los harenes.

… y sobre lo que recordaremos cuando seamos ancianos. 

Podemos estar con personas ancianas, o con quien ya tiene cierta edad, y no sospechar nunca que tras esos rostros se ocultan continentes enteros de experiencia. Lo mejor para entenderlo es ser anciano uno mismo, cuando no uno de esos avispados niños con una sensibilidad especial por haber aprendido a permanecer vigilantes, sabedores de que una mirada, un mínimo gesto, puede convertirse en recompensa o premio. Dos personas ancianas son capaces de intercambiar una mirada en la que las lágrimas están implícitas, o la frase «¿Te acuerdas de cuando…?» señala algo que ha valido la pena recordar durante treinta años. Incluso un tono específico de voz, cálido o airado, puede ser sinónimo de un amorío o una enemistad que duró una década. Al escribir sobre los progenitores, hasta los hijos más atentos pueden perderse verdaderas joyas.

Ya me gustaría saber de alguna técnica para retener momentos que no sea hacer fotos o grabar vídeos. Lo resume con mucho almíbar esta canción de Abba capaz de hacer llorar a un bebé (comprobado) y que habré escuchado doscientas veces en los últimos meses (versión con subtítulos en español):

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Harriet Beecher Stowe

Harriet Beecher Stowe

Cuando entra en reposo, el kindle muestra al azar imágenes de grandes de las artes y las ciencias. Uno de ellos es esta señora a la que te imaginas entrando en la parroquia en Solo ante el peligro. Es Harriet Beecher Stowe (1811, 1896), ferviente abolicionista que escribió La cabaña del tío Tom (1852) y uno de esos casos en los que el nombre del autor es borrado por el peso de un título emblemático.

Las lágrimas más amargas que se derramarán sobre nuestra tumba serán las de las palabras no dichas y las de las obras inacabadas.

Como curiosidad, en un encuentro con Lincoln en 1862 él comentó: «¡Así que tú eres la pequeña mujer que escribió el libro que inició esta gran guerra!».

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Virginia Woolf en cómic

Virginia Woolf, de Gazier y Ciccolini¿Por qué dibujar la vida de Virginia Woolf? Conocemos la historia, los nombres y escenarios significativos y el final trágico. Gazier y Ciccolini se afanan en cargarla de nubarrones, literal y metafóricamente. Hojeando el cómic te encuentras tonos cada vez más oscuros y figuras más enjutas.

A pesar de todo, es una forma de dar color al estante que tengo dedicado a los libros de Virginia Woolf.

 

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Desde el Upper West: Nora Ephron & Elvira Lindo

En 2006, Nora Ephron contó en The New Yorker su historia de amor con un apartamento del edificio Apthorp, en el Upper West Side de Nueva York.

El Apthorp lo mandó construir William Waldorf Astor a principios del siglo XX, y Ephron tuvo la suerte de alquilar el apartamento cuando aún no se había rehabilitado, tenía ratones, las chimeneas no funcionaban y había asbestos en los radiadores. Era 1980 y pagaba 500 dólares al mes  que se convirtieron en 12.000 cuando los nuevos dueños convirtieron la finca en el edificio de lujo que es hoy.

La forma de narrar -y de hacer humor- de los judíos americanos me tiene fascinada, estoy saltando de Malamud a Bashevis Singer y Bellow y después de vuelta a Malamud  pasando por Nora Ephron. Me da mucha pena haber descubierto a Ephron como periodista y escritora ahora que ya no está, pero mejor tarde que nunca. Y de paso hago un pequeño homenaje a su talento.

Después de años en el Upper West, ella acabó en el Upper East, donde al parecer el clima es más benévolo lejos de las batidas del río Hudson.

Lugares que no quiero compartir con nadie, de Elvira Lindo

Quien ahora vive en el Upper West es Elvira Lindo. En Lugares que no quiero compartir con nadie habla de este barrio de gente progresista, cultivada y en muchos casos judía cuyos verdaderos protagonistas son los viejos […] Disfrutan de ese ambiente residencial en el que nada es cool pero (casi) todo es auténtico. Los viejos de Manhattan suelen estar en el norte de la isla; los jóvenes, en el sur […] En el noreste, despliegan la extravagancia del dinero; en el noroeste, donde está mi casa, la dejadez indumentaria que está permitida en uno de los barrios más progresistas y claramente diversos de Manhattan.

Un ejemplo de lo que habla es este vídeo, Evolved Style on the Upper West Side.

Y esta ilustración de The New Yorker que firma Roz Chast, nacida en Brooklyn, que incorporan en esta y en otras publicaciones literarias a personajes del «otro lado» de la ciudad, al estereotipo del West Side, individuos de aspecto más desastroso y naturaleza atormentada o enfrentada a las contracciones de su tiempo […] creyentes en esa biblia que es el New York Times.

He sacado mil notas del libro, el que más me ha gustado de los suyos. No tiene un orden claro, es breve y se va por las ramas, dejándose llevar por su cariño hacia cada sitio y su historia: El secreto de esta crónica es que está escrita para mí, para esa persona que yo seré en un futuro.

Para situarnos: Mi barrio, que de sur a norte comienza en Lincoln Square y termina en la Universidad de Columbia, y de este a oeste, el río Hudson a Central Park.

Ahí van mis notas:

… sobre el apego a su barrio de los neoyorkinos en general y de los del Upper West en particular

Lo que caracteriza a un irreductible habitante de Manhattan es que mueve muy pocas veces el culo para salir de la isla.

Los de siempre, los neoyorkinos, viviendo a fondo el barrio que les tocó en suerte, construyendo su propio hábitat dentro de la ciudad para hacerla más habitable y sin sentir la necesidad de abarcarlo todo.

Barbara es tan Upper West que apenas ha cruzado el puente de Brooklyn dos veces desde que llegó a Nueva York en el año 1973.

… Lexington Avenue y alrededores

Lexington, sobre todo el tramo por el que paseo ahora, a la altura de la calle 70, ofrece una autenticidad que sólo los neoyorkinos nostálgicos y sensibles advierten […] Una ciudad de provincias con sus comercios sólidos y un poco anticuados.

Upper West Side
Upper West Side

… el puente  de George Washington

Tornillos y roscas de gran tamaño que he encontrado por el suelo, debajo del George Washington, que te dejan con la inquietud de si es posible que semejante obra de prodigiosa ingeniería pueda ir perdiendo con el paso del tiempo algunas de sus piezas sin que se venga abajo toda su formidable estructura.

George Washington Bridge
George Washington Bridge

… el Nueva York de los Lorca

Lorca en Nueva York
Lorca en Nueva York

Riverside Drive, cerca de Columbia, donde se hospedó y estudió (no mucho) García Lorca en  el año 29.

Conocí este parque hace once años, cuando vine a Nueva York con la intención de escribir un libro para jóvenes sobre Federico García Lorca, y visité esta calle, Riverside Drive, y este parque del Riverside, porque es aquí donde la familia Lorca vino a instalarse.

Ahí, en el Riverside Park, salía don Federico cada tarde a fumarse un puro dándole vueltas, una y otra y otra vez, a por qué se empeñó en que su hijo no emprendiera ese viaje a México que le hubiera salvado de la muerte.

… la ciudad parcheada

Tienen los neoyorkinos un afán ahorrativo que unas veces admiro y otras me inquieta: toda la ciudad está hecha de parches, parches que son consecuencia en ocasiones del poco gasto público pero en otras del poco gasto privado. Es mejor no pensar en el número de apaños, retoques, parches y chapuzas que sostienen la ciudad de Nueva York.

Nueva York será más Venecia que nunca en el siglo XXI, dedicada en cuerpo y alma a mantener su encanto para los turistas en contra del éxodo del tiempo.

The Catcher in the Rye… Salinger (que ambientó El guardián entre el centeno en NYC)

Salinger inauguró la era del descontento juvenil, le dio forma literaria a un discurso desestructurado y poco racional, sacralizó una desazón que responde más a cambios hormonales que a un verdadero inconformismo social.

Twain y Salinger son padres fundadores de la literatura americana moderna, y por tanto, padres nuestros también.

Faulkner habló e iluminó a Salinger.

… los escritores de Brooklyn

Esa zona encantadora de Prospect Park en la que el New York Times asegura que se da la mayor concentración de escritores de todos los Estados Unidos.

Prospect Park, Brooklyn
Prospect Park, Brooklyn

… las madres de Brooklyn

En la zona de Prospect Park, en Brooklyn, las madres constituyen un lobby amenazante, inspiradas por un espíritu castrense de entrega a la crianza y convencidas de que la maternidad ha sido inventada por ellas.

… el East River

Mi amiga Anne Caggiano, natural de Orlando, me contaba el terror que experimentó el día en que, viajando en metro de Manhattan a Brooklyn (obviamente debajo del agua), el tren se quedó parado porque, según el conductor informó por los altavoces, una parte del túnel se estaba inundando.

El embarcadero y el East River, Manhattan al fondo
El embarcadero y el East River, Manhattan al fondo

… la gastronomía

Esta importancia desmedida a la novedad en la cocina se está cargando lugares que además del confit de pato, foie o sopa de cebolla, ofrecían sillones mullidos y rincones tranquilos para charlar.

Los restaurantes orientales llevan asentados en las ciudades americanas tanto tiempo como para que los viejos de hoy recuerden haber comido desde la infancia comida india, china o japonesa.

Algo que hace de los platos exóticos algo realmente casero es que cada noche, de cada uno de esos restaurantes orientales de barrio, sale un repartidor para llevar la cena a muchas casas. Las escaleras de los edificios de Nueva York, a partir de las cinco de la tarde, si no antes, huelen a glutamato y a soja, a curry, a bovril, a salsas agridulces.

Anthropologie… el diseño de un país en el que «todo es grande»

La esencia del diseño americano siempre es rústica, campestre, como la  poesía que con tanta frecuencia celebra la naturaleza […] Todo está hecho para ser usado, usado y usado muchas veces.

Hay tiendas en las qué más que comprar te gustaría vivir. Fishs Eddy es una de ellas o Anthropologie.

El furor por el vintage fue más un invento de la gente joven de esta ciudad que de las revistas de moda.

… los enteradillos

Nueva York es una mina para los enterados, para los enteradillos [afán colectivo por estar a la última].

Esta es una ciudad obsesionada con las filas y con las listas de éxitos.

… los parecidos poco razonables

Un camarero rompió el misterio preguntándome si es verdad que yo era una Kennedy. Dijo que mi mandíbula no engañaba.

Moratalaz

En cuanto me familiarizo con un barrio periférico se me convierte en Moratalaz y Justice Avenue se transformó en Moratalaz en el momento en que mis ojos se acostumbraron a él.

Es mi alma de adolescente periférica de la gran ciudad la que provoca que los comentarios despectivos hacia los lugares con menos encanto me subleven.

Mi especialidad son los barrios feúchos, algo que debe de estar provocado por una fidelidad indestructible al barrio de mi adolescencia.

… un poco de psicología

Enfriar el cerebro es la definición científica de echar una cabezada.

Los ataques contra alguien nunca son abstractos, siempre hieren personalmente.

Más vale no sufrir por aquello que no se puede cambiar.

… la necesidad de visitar Harlem de los españoles que van a Nueva York

Recuerdo a nuestro amigo el hispanista Bill Scherzer comentar con ironía el empeño que tenían los españoles en visitar Harlem […] ¿Cuántos de nosotros hacemos una excursión por placer o curiosidad a las periferias de nuestras ciudades? […] Ese Harlem, si alguna vez existió tal y como nosotros lo imaginábamos, ya no existe […] Cuando tiene verdadera bulla es porque se trata de una zona ruidosa dominada por puertorriqueños o dominicanos.

… y de ir de compras

Los visitantes suelen lanzarse a comprar como si estuvieran dando rienda suelta a sus últimos deseos.

 … y un final entrañable

 Cuando me asalta la duda de si quiero o no vivir entre dos ciudades, procuro pensar que donde está él está mi casa. No siempre me consuela. Y sé que es una afirmación incongruente en unas páginas en las que pretendo rendir homenaje a esta ciudad, pero no puedo terminar de otra manera, ésta es la pura verdad.

Junto con el libro, Elvira Lindo lanzó un tumblr maravilloso sobre Nueva York.

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Cuatro novelas de Elvira Lindo

Recordar a Nora Ephron me hizo pensar en Nueva York otra vez y ahí sigo. Elvira Lindo publicó hace unos meses Lugares que no quiero compartir con nadie, un librito en el que recopila sus vivencias en la Gran Manzana. Lo lees en una tarde si te interesa, es ágil y muy ingenioso. Al acabarlo me hice con todas las novelas adultas de Lindo -nada de Manolito Gafotas- y las leí seguidas de forma tan atropellada que ahora mezclo las historias.

A quien tenga dificultades para escribir y hacerse entender le vendrá bien leer a Elvira Lindo y contagiarse de su voz. Una vez le dijeron a Nora Ephron que no escribiera con palabras que no usaría al hablar, y eso resume el estilo de Elvira. Al español le viene bien ese uso tan corriente, sin complicaciones, casi gamberro pero sin tomarse más licencias que las imprescindibles. Es el mismo de sus columnas, imposible no leer rápido con una prosa así.

Lo que me queda por vivir, de Elvira LindoLo que me queda por vivir (2010)

Es la novela más reciente y madura, tan emotiva que no la recomendaría a lectores de lágrima fácil. Resulta almodovariana por los años que retrata y por el contraste entre la chica de ciudad y los parientes del pueblo. La protagonista tiene un presente casi idílico y un pasado desastroso:

… con un divorcio de juventud imposible de asimilar

Del vicio que produce una conversación patológica, que se enreda durante horas en lo mismo, y de la que yo, al menos, padecí cada frase, por no saber entonces distinguir entre franqueza y falta de piedad o la diferencia entre escuchar las razones del otro y ser agredido.

… con un hijo adulto que recuerda con ternura las torpezas de una madre caótica

Los niños lo escuchan todo, en especial aquello que las madres no quieren que escuchen.

Recuerdas mi mano, la mano de tu madre, la mano que nunca se olvida, como yo no he olvidado la mano de mi madre, ese tacto que mi memoria ha logrado conservar entre tantos recuerdos perdidos. Recuerdas a tu madre, me recuerdas. Tu madre, firme, dura, poderosa como una roca, así me recuerdas hoy para mi asombro. La madre en la que confiaste ciegamente, aunque no lo mereciera.

... recordando cada minuto a una madre que se fue antes de tiempo

Un deseo inconsciente ha trabajado por mí y ha borrado los años de enfermedad y deterioro. En mi memoria vive siempre en esa foto, en ese baile con mi padre. Tiene veinticinco años. La vida no la ha tocado casi.

Mi madre nunca vio París, ni Venecia, ni Roma (Nueva York no entraba entonces en la lista de destinos soñados por una muchacha romántica) […] Jamás tomó un café sin leche, solo fumaba en las bodas y, como tantas veces repitió ante el médico, sin tragarse el humo.

… con una infancia de las de antes

De nosotros se esperaba que saliéramos de casa por la mañana y no molestáramos hasta la hora de comer, que no hiciéramos ruido a la hora de la siesta, que supiéramos defendernos, que no volviéramos lo suficientemente pronto como para incordiar antes de que la comida estuviera lista, ni lo suficientemente tarde como para que los mayores se preocuparan.

… una carrera en los medios que despuntó cuando llegaron las privadas

Del recato y la falta de brillo de los despachos de la radio pública a la ostentación de los nuevos ejecutivos de la televisión privada. Las puertas de estos despachos estaban abiertas, los jefes comían sándwiches a deshora por los pasillos, gesticulando mientras hablaban por los primeros teléfonos móviles; un estilo cocainómano, de simpatía imprudente, de ocurrencias incontenibles, trufaba sus conversaciones, sus gestos, su forma de tratarte, como si nunca estuvieras para ellos a la altura de los tiempos.

… y el alivio de haber abandonado la literatura para hacerse guionista

La distancia de aquellos años y la experiencia de vivir en otro país no me han convertido en escritora como yo esperaba, me han faltado el coraje y la disciplina que tampoco tuve cuando todo el futuro estaba por delante. El abandono definitivo de un sueño juvenil produce también cierto alivio y así me he sentido yo finalmente, aliviada. Entre la vida y la invención de la vida, me tienta más perder el tiempo en la primera […] Escribir mis guiones por encargo, que es lo único que sé hacer, trabajar bajo presión.

Una palabra tuya, de Elvira LindoUna palabra tuya (2005)

Es la historia de dos barrenderas que llevó al cine Ángeles González-Sinde. No es ni de lejos el tipo de literatura que me interesa. Lo mejor es ese título que nadie puede pronunciar sin rematar la frase mentalmente y algunas perlas de Rosario:

… sobre el romanticismo del otoño

Yo empecé a currar con la caída de la hoja, en esa época contratan al doble de gente, y te aseguro que si tienes una idea romántica del otoño ahí se te acaba cualquier romanticismo.

… el esnobismo

La silleta de enea que ella colocaba al lado de la puerta del lavadero para ver mejor y hacer su croché estará en casa de algún progre podrido de dinero, que es el tipo de gente a la que le gustan las cosas viejas de la basura, por puro esnobismo, porque a la gente como yo, que nos ha costado tanto hacernos con una casa propia, nos gustan las cosas nuevas.

... el Madrid feo

En Madrid ocurre lo que no ocurre en ningún lugar del planeta, que la gente pasea por unos sitios inmundos y se asoma a los puentes que cruzan las autopistas como quien se asoma a ver las olas del mar.

.Algo más inesperado que la muerte, de Elvira LindoAlgo más inesperado que la muerte (2002)

Esta novela me recuerda a Javier Marías por su ambientación: adultos urbanos en espacios cerrados y todas las cosas que no se cuentan. Hay mucho desencanto y poco ritmo. Me costó acabarla porque ningún personaje me llegó a interesar. Salvaría la chispa de Tere, la sirvienta de la protagonista, Eulalia, casada con un famoso escritor.

Ser un pijo y venirse aquí es ser gilipollas, hablando en plata. Aquí echas a andar y de pronto se te ha acabao Madrid, o te encuentras con una carretera de circunvalación o con el campo, y qué campo, todo pelao, nada más que vertederos y conejos mutantes […] Y luego los yonkis, que allá donde hay un descampao están ellos.

El otro barrio, de Elvira LindoEl otro barrio (1998)

Elvira Lindo creció en Moratalaz -como yo- y en los cuatro libros lo menciona junto a otros barrios nuevos que han nacido alrededor. En Algo más inesperado que la muerte la sirvienta quiere estrenar un piso en Las Rosas. Y en El otro barrio cruzamos la M30: el protagonista, Ramón Fortuna, vive en la calle Payaso Fofó, junto a la Avenida de la Albufera, en Puente de Vallecas.

Él no tenía, como casi todo el mundo en Vallecas, su familia del pueblo, su casa del pueblo con escaleras y patio y cambra.

Ramón Fortuna no hace honor a su nombre y es una calamidad. Hiere a dos personas y mata a otras dos sin querer y sin moverse de casa.

El otro barrio es la primera novela adulta de Elvira Lindo y una obra de iniciación. El hecho de que el protagonista sea adolescente le aporta una ternura especial. En un momento habla de El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, un autor defnitivo en la trayectoria de la escritora.

Como veo que te gusta leer, te mando una novela, El guadián entre el centeno, que cuenta la historia de un chico, más o menos de tu edad, que atraviesa un momento muy difícil. Creo que este libro te ayudará a sentirte comprendido y acompañado.

Te quedas con la preocupación sobre lo que será de Ramón Fortuna tras su paso por un correccional pero sin perfil de delincuente.

Uno piensa que se puede hacer una clasificación de las personas por el comportamiento. Los psicólogos lo hacen y recomiendan tal trato o tal actitud con cierto chaval. Los actos se repiten pero las personas no. Uno tiene que aprender con cada chico que llega al centro como si no supiera nada.

¿A quién no le hubiera gustado en cualquier época de su vida tomarse unas vacaciones, no ya para descansar del trabajo, sino para descansar de la propia vida?

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