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Categoría: Lecturas ligeras

Brooklyn, de Colm Tóibín

Brooklyn, de Colm TóibínSe lee rápido y no merece más de diez subrayados. Brooklyn (2009), de Colm Tóibín, va directo a mi lista de lecturas ligeras.

Nunca un relato de la inmigración fue tan jovial. La protagonista es Eilis, que en los años cincuenta del siglo XX se marcha a trabajar a Estados Unidos porque la economía familiar se resiente tras la muerte de su padre. Apenas tiene personalidad ni metas importantes en la vida.

Lo que más le gustaba de América, pensaba Eilis esas mañanas, era que mantuvieran la calefacción encendida toda la noche.

En Brooklyn (Nueva York), Eilis trabaja en unos grandes almacenes y vive con varias chicas irlandesas en casa de Mrs Kehoe. En esos dos ambientes descubre la modernidad:

Todas sus compañeras de piso, excepto Dolores, y algunas chicas del trabajo iban a ir a ver «Cantando bajo la lluvia», que se iba a estrenar.

Mrs Kehoe preguntaba a los otros dos si debía comprar un televisor para hacerle compañía por las tardes. Le preocupaba, decía, que se pasara de moda y se fuera a quedar con él. Tanto Tony como el padre Flood le aconsejaron que comprara uno, y eso solo sirvió para que insistiera más en que no había garantía de que fueran a seguir haciendo programas y no quería arriesgarse. «Cuando todo el mundo tenga uno, yo me compraré uno», dijo.

Después de mucho leer sobre la comunidad judía de Nueva York, este libro retrata la irlandesa:

«Partes de Brooklyn», respondió el padre Flood, «son iguales que Irlanda. Están llenas de irlandeses».

Con alguna incursión en la italiana:

Diana y Patty le habían advertido de que nadie se cambiaba en la playa en Italia. Los italianos se habían llevado a América la costumbre de ponerse el bañador debajo de la ropa antes de salir, evitando el hábito irlandés de cambiarse en la playa, lo cual era, según Diana, poco elegante e indigno, como mínimo.

Tony brillaba a pesar del hecho de que su familia vivía en dos habitaciones o que trabajara con sus manos.

Eilis está inspirada en una mujer de Enniscorthy, la localidad natal de Tóibín, y tal vez por eso el personaje parece algo velado, como si se resguardara su intimidad. A mitad de la novela parece que empieza la tensión -¿volverá Eilis a Brooklyn después del viaje inesperado a Irlanda o se quedará allí como si los días en América hubieran sido un sueño?-. Pero al final la decisión da igual, la tensión se difumina y el desenlace es tan ligero como todo el libro.

Lo que más he disfrutado es la escapada dominical a Coney Island para pasar un día de playa y luego comer perritos en Nathan’s. ¡Cuántos recuerdos!

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¿A qué cosa te gustaría poner tu nombre? – Libros de Nora Ephron (I): No recuerdo nada y otras reflexiones

Norah Ephron, I Remember NothingSi pudieras dar tu nombre a algo, ¿qué sería? El juego lo proponía Nora Ephron  (1941-2012) en su último ensayo, el divertido y afiladísimo No recuerdo nada y otras reflexiones (2010). A mí se me ocurren bastantes cosas: un volcán, un chocolate fondant, un vestido, una clase de tomate, un detergente, un risotto, una coca, un merengue… ¡cuánta comida!

Cuando murió Nora Ephron me leí todos sus libros. Como dice Elvira Lindo, honro a los muertos dejando que ocupen mi mente durante un rato (no recuerdo de qué libro, artículo o entrevista saqué esta cita). Además de directora (Algo para recordar, Tienes un email, Julie & Julia), guionista (Cuando Harry encontró a Sally) y novelista (Heartburn -Se acabó el pastel-) de éxito, Ephron fue chica del correo, clipper y fact checker en Newsweek, reportera del New York Post, articulista sobre el papel de la mujer en la sociedad estadounidense en Esquire, autora teatral, blogger y hasta becaria de John F. Kennedy.

Su forma de pensar está recogida en varios ensayos, a cual más chispeante. En I Remember Nothing and Other Reflections habla sobre el periodismo, las lagunas de la memoria, Nueva York, la madurez o una de sus grandes pasiones, la cocina, que le llevó a dirigir Julie & Julia, inspirada en la chef televisiva Julia Child. Incluye su famosa lista de las cosas que echaría de menos al morir y las que no. Decenas de medios la reprodujeron cuando publicó el libro y sobre todo cuando nos dejó:

Lo que no echaré de menos:
La piel seca
El email
Mi armario
Lavarme el pelo
Los sujetadores
Los funerales
La enfermedad acechando por todas partes
Las encuestas que dicen que el 32% de los americanos son creacionistas
Las encuestas
Fox TV
El colapso del dólar
Las flores muertas
El ruido de la aspiradora
Las facturas
El email, ya lo he dicho pero quiero enfatizarlo
El cuerpo de letra pequeño
Las conferencias sobre la mujer en el cine
Desmaquillarme por la noche 

Lo que echaré de menos:
Mis hijos
Nick
La primavera
El otoño
Los gofres
El concepto de gofre
El bacon
Pasear por el parque
La idea de pasear por el parque
El parque
Shakespeare in the Park
La cama
Leer en la cama
Los fuegos artificiales
Las risas
Lo que se ve por la ventana
Las luces navideñas
La mantequilla
Una cena en casa para nosotros dos solos
Cenar con amigos
Cenar con amigos en ciudades en las que ninguno vivimos
París
El año que viene en Estambul
Orgullo y prejuicio
El árbol de Navidad
La cena de acción de gracias
One for the table
The Dogwood
Darme un baño
Atravesar un puente hacia Manhattan
Las tartas

Como anuncia el título, un tema recurrente en el ensayo es la memoria cuando falla:

Llevo años olvidando cosas, por lo menos desde que estaba en la treintena. Lo sé porque ya escribí entonces sobre ello.

Me gusta la crítica que hace de esos libros cuyo título es tan poco específico que no hay forma de recordarlo:

«Revés de la fortuna»: ¿cómo puede alguien acordarse de ese título? No tiene que ver con nada.

Y es cómico ver que no recuerda nada de personalidades a las que tuvo la suerte de conocer:

Algunas personas que he conocido de las que no recuerdo nada: Groucho Marx, Ethel Merman, Jimmy Stewart, Alger Hiss, el senador Hubert Humphrey, Cary Grant, Benny Goodman, Peter Ustinov, Jacqueline Kennedy Onassis, Robert Morley, Dorothy Parker.

Pero también toca uno de sus temas preferidos, el periodismo:

Elegí el periodismo. No tengo ni idea de por qué. Debió de ser en parte por Lois Lane, y en parte por un libro maravilloso que me regalaron unas navidades, titulado «El tesoro del gran periodismo».

He aquí la esencia del periodismo: realmente llegas a pensar que vives en el centro del universo y que ese mundo de ahí fuera está en vilo esperando la próxima entrega de cualquiera que sea la publicación para la que escribes.

No sabía mucho sobre nada, y estaba en una profesión en la que no lo necesitaba. Me encantaba la rapidez. Me encantaban los titulares. 

Habla sobre su ciudad, Nueva York (aunque creció en Beverly Hills):

El agente de la inmobiliaria nos aseguró que el sur del Village era un barrio en alza, a punto de estar de moda. Esto no fue cierto hasta veinte años después, cuando la zona ya se llamaba SoHo y yo me había marchado tiempo atrás. 

Sobre los errores de ambientación en las películas:

Hay una cosa que me repatea cuando veo películas que transcurren en los cincuenta o primeros sesenta: la gente no para de decir «joder». Creedme, nadie usaba esa palabra como ahora. Y os diré algo más: entonces no se bebía vino. Nadie sabía de vinos. De acuerdo, algunos sí, obviamente, pero la mayoría de la gente tomaba licor durante todo el día. Hace poco vi una película en la que la había pizza para llevar en 1948 y casi me volví loca. No había pizza para llevar en 1948. Apenas había pizza, y apenas había nada para llevar. Son algunas de esas cosas completamente inútiles que sé y que ocupan demasiado espacio en mi cerebro.

Sobre la mujer de antes y sobre su madre en particular, que se hizo alcohólica cuando Nora tenía 15 años:

Las reglas de mi madre: nunca te compres un abrigo rojo; la carne roja evita que te salgan canas; las fajas arruinan los músculos del estómago; los medios y el fin son lo mismo.

La tía Minnie de mi madre fue la primera mujer dentista de la historia mundial.

Sobre la paternidad y la familia:

Por mi experiencia sé que nadie excepto tus mejores amigos se interesa de verdad por tus hijos. 

Siempre piensas que un relámpago va a hacer que mágicamente tus padres se conviertan en las personas que te gustaría que fueran, o que volvieran a ser los que eran.

Sobre el pelo en la madurez:

Los remolinos han vencido, y crean un hueco pequeño que no llega a ser una calva. Está ahí cuando me levanto; entonces lo arreglo y desaparece. Y un par de horas después vuelve a aparecer. 

Sobre libros:

Casi todos los libros que se publican como memorias se escribieron inicialmente como novelas, pero el agente/editor dijo: «Funcionaría mejor como memorias». 

Sobre la comida:

Una tortilla fabulosa lleva dos huevos enteros y una yema extra, y por cierto, lo mismo sirve para los huevos revueltos.

Me encanta la sal, la adoro […] Antes había siempre sal en la mesa. Ahora la mayoría de las veces no hay. La razón está en que el chef de esta forma expresa enérgicamente que la comida está aliñada correctamente […] Me ofende que pedir sal parezca una agresión hacia el chef, cuando es justamente lo contrario. Cuando hay sal en la mesa no es lo que yo considero sal. Es lo que se conoce como sal marina, lo que solía llamarse sal kosher, pero ese nombre ya no es glamouroso.

Antes si necesitabas una cuchara para un postre te daban una cucharilla. Eso se acabó, y es una pena […] El postre quieres que dure. Quieres saborearlo. Y no puede durar si te dan una cuchara enorme para tomarlo.

Sobre el fracaso:

Un par de mis fracasos al final resultaron éxitos de culto, lo que es tu última esperanza para un fracaso, pero la mayoría de mis fracasos se quedaron en fracasos. 

Los fracasos se quedan contigo de una forma que nunca lo hará un éxito. Te torturan. 

Lo principal que aprendes de un fracaso es que es perfectamente posible que tengas otro. 

Y algunas frases con sabor a despedida:

Tomas tantas pastillas por la mañana que no te queda sitio para el desayuno.

Todo el mundo se muere. No puedes hacer nada contra eso. Comas o no comas seis almendras al día. Creas o no creas en Dios.

Asumir que puede que solo me queden unos pocos años buenos me ha golpeado con fuerza.

Mi idea de un mundo perfecto es una natilla helada en Shake Shack y un paseo por el parque (seguido de un Lactaid). Mi idea de una noche perfecta es una buena función teatral y una cena en Orso (pero sin ajo, o no podré dormir).

Siempre estábamos allí a finales de junio, mi época del año favorita, cuando el sol no se pone hasta las nueve y media de la noche y te sientes como si fueras a vivir para siempre. 

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Cómo ser adorable, según Audrey Hepburn

Me encanta la gente que hace reír. Sinceramente, creo que es lo que más me gusta, reír. Espanta multitud de males. Probablemente es lo más importante en una persona (Audrey Hepburn).

En La Formiga d’Or-Happy Books de Barcelona me hice con How to be Lovely, de Melissa Hellstern, un reciente best seller en Estados Unidos. La autora se dedica a recopilar citas de Audrey y de quienes la conocieron, con una breve introducción de cosecha propia por capítulo (qué menos).

Audrey intuyó desde las primeras etapas de su vida y su profesión que la autoestima basada en la fama o en la belleza es efímera, así que siempre fue ella misma: realista, consciente y bondadosa. (Robert Wolders, marido de Audrey).

Al terminar el libro (una hora después de empezarlo) pensé en lo gratificante que puede ser publicar una obra así (decenas de fotos, mil espacios en blanco, breves citas de Audrey, de sus personajes y de sus compañeros…): glamour light para leer en el metro y ventas millonarias. La sorpresa llega al descubrir que Hellstern tardó ¡cinco años! en finalizar el libro. No voy a ser mala, pensaré que le fue dando forma en los pocos ratos libres que le dejaban otras ocupaciones.

El problema con la gente que no tiene vicios es que, por lo general, podemos estar seguros de que tendrán virtudes un tanto molestas (Elizabeth Taylor).

La aportación de Liz es mi favorita. Y Audrey era realmente adorable. ¿Se puede aprender a ser adorable? Lo dudo mucho. Naces adorable, o con mal carácter, o despistado… y así te quedas 🙂

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Flush

Entre ellos se encontraba el abismo mayor que puede separar a un ser de otro. Ella hablaba. Él era mudo. Ella era una mujer; él, un perro. Así, unidos estrechamente, e inmensamente separados, se contemplaban.

En Flush, Virginia Woolf relata el comienzo de la amistad (epistolar) entre Elizabeth Barrett y Robert Browning (su futuro esposo) desde el punto de vista del perrito de Elizabeth. El perrito es Flush, que ve como Elizabeth llora de emoción al leer las cartas de Robert, y que meses después se sentirá desplazado, cuando Browning por fin visite a Elizabeth y se inicie su relación amorosa:

Morder a Mr. Browning era morderla también a ella. El odio no es sólo odio: es también amor (…) Mr. Browning era Miss Barrett… Miss Barrett era Mr. Browning; el amor es odio y el odio es amor. Se estiró, gimoteó e irguió la cabeza.

Flush es un spaniel que está celoso. Elizabeth se peina al estilo spaniel. Sus fotografías dan miedo (he puesto la más amable que he encontrado).

My letters! all dead paper, mute and white!
And yet they seem alive and quivering
Against my tremulous hands which loose the string
And let them drop down on my knee tonight.
This said—he wished to have me in his sight
Once, as a friend: this fixed a day in spring
To come and touch my hand. . . a simple thing
,
Yes I wept for it—this . . . the paper’s light. . .
Said, Dear, I love thee; and I sank and quailed
As if God’s future thundered on my past.
This said, I am thine—and so its ink has paled
With lying at my heart that beat too fast.
And this . . . 0 Love, thy words have ill availed
If, what this said, I dared repeat at last!

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¡Noticia bomba!

Hay tres libros que habré empezado a leer no menos de cinco veces desde que tengo uso de razón. Me los aconsejaban, imagino, pensando que eran una buena forma de que una lectora en potencia se adentrara en la gran literatura. Son:

  • El hombre que pudo reinar, de Kipling
  • Crónicas marcianas, de Ray Bradbury
  • ¡Noticia bomba! (Historias de periodistas), de Evelyn WaughDel de Kipling me asustaba el propio título: luchas de poder entre hombres… y para hombres (con perdón). Ni siquiera he sido capaz de ver la película. De las crónicas me tranquilizaba la posibilidad de leer un par de ellas y abandonarlo luego, ya que la ciencia ficción, antes y ahora, difícilmente me atrapa. Y las batallitas de periodistas que prometía ¡Noticia bomba! me interesaban muy poco.

    Bien, acabo de terminar ¡Noticia bomba! Hoy sé bien quién es Evelyn Waugh, así que recurrí a él en busca de una buena dosis de gran novela británica, algo del estilo de Retorno a Brideshead. Nada más lejano que The Scoop, una novela de humor, naif, ligera… Leed:

    – ¿No sabe usted por casualidad dónde se encuentra Reykjavik?
    – No.
    – Lástima. Creí que a lo mejor lo sabría. No hay en toda la redacción nadie que lo sepa.

    Quien pregunta es nada menos que el jefe de la sección de Internacional del periódico. Es el tipo de humor que hay en el libro. Humor de antes, periodismo de siempre, todo lo que se relata en el libro te lo imaginas en blanco y negro.

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