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Categoría: Literatura europea siglo XXI

Nick Hornby: Tres novelas

Las madres solteras -brillantes, atractivas, disponibles, millones de ellas por todo Londres- eran el mejor invento del que Will había oído hablar. 

Cuando no quieres leer nada que contenga ni un gramo de dramatismo viene bien ponerse al día con Nick Hornby, por ejemplo. Empecé con About a Boy (1998), no sin reservas porque desde la primera línea imaginé a Will con la cara y los tics de Hugh Grant y porque no me suelen gustar los libros con niño. Pero Marcus tiene 12 años y un pensamiento articulado; te consigue interesar.

Aparte de las referencias a la música, sello de Hornby, la ambientación me ha recordado a películas como Notting Hill o Love Actually. Sobre todo esas comidas familiares en las que se sienta en la mesa un desconocido, con efecto desconcertante pero también tierno. Y la fauna: la adolescente siniestra, la madre soltera con un hijo descerebrado, el treintañero que no crece, el niño con las ideas claras, la madre divorciada y depresiva, el padre que ha rehecho su vida y no pinta nada en la vida de su hijo… Hornby nunca carga las tintas, y ni siquiera un intento de suicidio -fallido- ensombrece la historia.

Juliet, Naked (2009)

Juliet, Naked, de Nick Hornby La crítica lo ha incluido entre los álbumes clásicos sobre rupturas, a la altura del Blood on the Tracks de Dylan o del Tunnel of Love de Springsteen. 

Con Juliet, Naked me acordé esos famosos que eligen desaparecer, tipo J.D. Salinger, dejándonos una última foto robada con gesto furioso. Me costó decidirme a leerlo entero. Dudaba que fuera posible construir una historia de cierto calado a partir de un personaje (Duncan) que vive por y para seguir el rastro de un músico de rock retirado y para analizar cada acorde y cada verso de sus canciones. Era pura adolescencia, me reconocía en él y quería cerrar el libro. Pero luego pensé que alguien haciendo lo mismo por un pintor, escultor o escritor sería un reputado estudioso.

Nos juntamos a una persona porque es como nosotros o porque es diferente, y al final nos separamos exactamente por el mismo motivo. 

JD Salinger
J.D. Salinger

También en esta novela hay un retrato de la relación padre-hijo, sin pretensiones y casi azarosa. El niño es Jackson (6 años) y el padre es Tucker, un rockero retirado con hijos desperdigados por el mundo que en la madurez se encuentra educando a un pequeño y estableciendo vínculos que no tuvo con todos los anteriores. Y está Annie, novia de Duncan, un personaje que Hornby deja un poco cojo a pesar de sus esfuerzos por diseccionarlo.

High Fidelity (1995)

High Fidelity, de Nick HornbyY luego leí High Fidelity e imposible disociarla de esa película que marcó a mi generación. La gran diferencia respecto al libro es que se ambienta en Estados Unidos, y la novela en el Reino Unido:

¿Qué vino primero, la música o la tristeza? ¿Escuchaba música porque estaba triste? ¿O estaba triste porque escuchaba música? ¿Todos esos discos te convierten en una persona melancólica?

A la gente le preocupa que los niños jueguen con armas, y que los adolescentes vean imágenes violentas; nos da miedo que cierta cultura de la violencia los controle. A nadie le preocupa que los chavales escuchen literalmente miles de canciones sobre desengaños y rechazo y dolor y pena y pérdida.

La gente más infeliz que conozco, en cuanto a romanticismo se refiere, es aquella a la que más le gusta la música pop; y no sé si la música pop ha causado esa tristeza, pero sé que han estado escuchando canciones tristes más tiempo del que han vivido vidas infelices.

La música sentimental tiene esa forma de hacerte volver atrás y al mismo tiempo mirar hacia delante, de forma que sientes nostalgia y esperanza al mismo tiempo.

Lo veo todo una vez ha ocurrido, soy muy bueno con el pasado. Pero el presente no lo entiendo.

No es buena idea pretender que una relación tiene futuro si vuestras colecciones de discos son violentamente diferentes, o si vuestras películas favoritas no se fueran a hablar si se encontraran en una fiesta.

No  hay realmente canciones pop sobre la muerte, al menos no las hay buenas. Tal vez por eso me gusta la música pop, y por lo que encuentro la música clásica tan siniestra.

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Brooklyn, de Colm Tóibín

Brooklyn, de Colm TóibínSe lee rápido y no merece más de diez subrayados. Brooklyn (2009), de Colm Tóibín, va directo a mi lista de lecturas ligeras.

Nunca un relato de la inmigración fue tan jovial. La protagonista es Eilis, que en los años cincuenta del siglo XX se marcha a trabajar a Estados Unidos porque la economía familiar se resiente tras la muerte de su padre. Apenas tiene personalidad ni metas importantes en la vida.

Lo que más le gustaba de América, pensaba Eilis esas mañanas, era que mantuvieran la calefacción encendida toda la noche.

En Brooklyn (Nueva York), Eilis trabaja en unos grandes almacenes y vive con varias chicas irlandesas en casa de Mrs Kehoe. En esos dos ambientes descubre la modernidad:

Todas sus compañeras de piso, excepto Dolores, y algunas chicas del trabajo iban a ir a ver «Cantando bajo la lluvia», que se iba a estrenar.

Mrs Kehoe preguntaba a los otros dos si debía comprar un televisor para hacerle compañía por las tardes. Le preocupaba, decía, que se pasara de moda y se fuera a quedar con él. Tanto Tony como el padre Flood le aconsejaron que comprara uno, y eso solo sirvió para que insistiera más en que no había garantía de que fueran a seguir haciendo programas y no quería arriesgarse. «Cuando todo el mundo tenga uno, yo me compraré uno», dijo.

Después de mucho leer sobre la comunidad judía de Nueva York, este libro retrata la irlandesa:

«Partes de Brooklyn», respondió el padre Flood, «son iguales que Irlanda. Están llenas de irlandeses».

Con alguna incursión en la italiana:

Diana y Patty le habían advertido de que nadie se cambiaba en la playa en Italia. Los italianos se habían llevado a América la costumbre de ponerse el bañador debajo de la ropa antes de salir, evitando el hábito irlandés de cambiarse en la playa, lo cual era, según Diana, poco elegante e indigno, como mínimo.

Tony brillaba a pesar del hecho de que su familia vivía en dos habitaciones o que trabajara con sus manos.

Eilis está inspirada en una mujer de Enniscorthy, la localidad natal de Tóibín, y tal vez por eso el personaje parece algo velado, como si se resguardara su intimidad. A mitad de la novela parece que empieza la tensión -¿volverá Eilis a Brooklyn después del viaje inesperado a Irlanda o se quedará allí como si los días en América hubieran sido un sueño?-. Pero al final la decisión da igual, la tensión se difumina y el desenlace es tan ligero como todo el libro.

Lo que más he disfrutado es la escapada dominical a Coney Island para pasar un día de playa y luego comer perritos en Nathan’s. ¡Cuántos recuerdos!

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Alfred y Emily, de Doris Lessing

Qué me entusiasma de Doris Lessing (Kermanshah, Persia, 1919): su habilidad para traer al presente cosas que se ha demostrado que no eran para tanto; y la forma de convulsionarnos recordando momentos que parecieron insignificantes. Lo descubrí en El sueño más dulce, que comentaré otro día, y después en Alfred y Emily (2008), novela en la que imagina cómo hubiera sido la vida de sus padres de no haber estallado la Gran Guerra (1914-1918).

Lo que consigue Lessing en las 288 páginas Alfred y Emily es que apartes el libro a menudo para desempolvar, revivir y asimilar el pasado o simplemente comulgar con ella en sus implacables reflexiones.

Por ejemplo, sobre la experiencia bélica como obsesión de una vida:

Hay dos clases de soldados: los que no pueden dejar de hablar de su guerra y los que se callan y jamás dicen una palabra de ella. Mi padre sabía que su discurso obsesivo sobre las trincheras era una forma de liberarse de los horrores.

… sobre la guerra como época feliz (sic). Suena raro, ¿pero no tiene cada persona, familia o grupo su época dorada? La reconocerás porque todas las conversaciones acaban hablando de ella.

Cuando los pacifistas, o las personas que intentan poner freno a la guerra, deciden olvidar que algunos hombres disfrutan profundamente del conflicto, cometen un gran error. Ya en tres ocasiones he oído a hombres hablar sobre un pasado feliz junto a sus compañeros del frente. Lo tienen todo en común.

… sobre la maternidad y sus claroscuros:

Nuestras madres eran mujeres que deberían haber estado trabajando, que deberían haberse ocupado, que deberían haber tenido algún interés en la vida que no fuéramos nosotras, sus atormentadas hijas.

Estar encerrada en un espacio reducido con un niño hiperactivo durante cinco días ocupa un lugar bastante destacado en mi lista de experiencias desagradables.

… sobre lo que no es como lo vimos de pequeños:

Ya era adolescente cuando vi realmente la casa, cuando la comprendí… Una niña no ve más de lo que puede entender.

… sobre los terrenos que dejan de cultivarse. Por un lado te deslumbra su frondosidad, porque nunca los viste así, pero por otro extrañas esa familiaridad de los huertos que han pasado de generación en generación:

Con el abandono, las tierras vuelven al monte.

… sobre la muerte de la novela:

Creo que la eterna proclama «La novela ha muerto» se produce porque ninguno de nosotros ha escrito nada tan bueno como «Guerra y paz», «Anna Karenina» o las obras de Dostoievski.

… sobre ese alimento diabólico que se llama azúcar:

A lo largo de mi vida he visto cómo todos y cada uno de los alimentos han sido alabados por ser esenciales y despreciados por ser malos; aunque el azúcar siempre ha sido malo, malísimo.

… sobre el origen turco del corte de pelo emblemático de los felices años 20:

La melena al estilo garçon o el cabello corto que llevaban sus elegantes amigas se habían puesto de moda por las revueltas y guerras civiles que habían supuesto el final de los Habsburgo. Los sublevados y rebeldes llevaban el cabello muy corto. Turquía, que sufría el mismo caos de rebeliones, aportó al mundo de la moda los peinados que supuestamente estaban inspirados en la imagen popular que se tenía de los harenes.

… y sobre lo que recordaremos cuando seamos ancianos. 

Podemos estar con personas ancianas, o con quien ya tiene cierta edad, y no sospechar nunca que tras esos rostros se ocultan continentes enteros de experiencia. Lo mejor para entenderlo es ser anciano uno mismo, cuando no uno de esos avispados niños con una sensibilidad especial por haber aprendido a permanecer vigilantes, sabedores de que una mirada, un mínimo gesto, puede convertirse en recompensa o premio. Dos personas ancianas son capaces de intercambiar una mirada en la que las lágrimas están implícitas, o la frase «¿Te acuerdas de cuando…?» señala algo que ha valido la pena recordar durante treinta años. Incluso un tono específico de voz, cálido o airado, puede ser sinónimo de un amorío o una enemistad que duró una década. Al escribir sobre los progenitores, hasta los hijos más atentos pueden perderse verdaderas joyas.

Ya me gustaría saber de alguna técnica para retener momentos que no sea hacer fotos o grabar vídeos. Lo resume con mucho almíbar esta canción de Abba capaz de hacer llorar a un bebé (comprobado) y que habré escuchado doscientas veces en los últimos meses (versión con subtítulos en español):

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