Lorne Michaels tiene 77 años y lleva al frente de Saturday Night Live desde su estreno en 1975. No se prodiga demasiado, pero esta semana ha charlado con Dana Carvey y David Spade en su podcast Fly On the Wall.
Michaels es un dios para los cómicos que sueñan con escribir o protagonizar los sketches de su programa. También para Rob Lowe, que se ha hecho podcaster y no hay episodio de Literally! with Rob Lowe en el que no hable del creador de SNL.
El olfato de Lorne Michaels para la comedia es finísimo, quién lo duda a estas alturas. De SNL han salido Bill Murray, Adam Sandler, Will Ferrell, Eddie Murphy, John Bellushi, Chris Rock… Demasiados hombres, sí, pero por suerte en las últimas décadas también muchas cómicas a las que venero, como Tina Fey, Maya Rudolph, Amy Poehler, Kristen Wigg o Kate McKinnon. Si creemos (y yo lo creo) que en un mundo de hombres hay que ser cuatro veces mejor que ellos para colocarse a su nivel, nos podemos imaginar la estatura de estas cómicas.
A Fly On the Wall acudió hace unos meses precisamente Tina Fey. Para ella, el sketch que mejor representa el giro de los tiempos en el humor de SNL es el del iceberg del Titanic. En él, un Bowen Yang caracterizado como el iceberg contra el que chocó el Titanic se queja a Colin Jost de que nadie se haya disculpado por haberle golpeado cuando estaba descansando aquella noche en su casa.
Volviendo a Lorne Michaels, cuando le preguntan por qué cree que a medida que envejecemos nos llaman más el campo y la naturaleza, él responde que no lo ve así:: lo que nos atrae son los paisajes de la infancia. Por eso, dice, él descansa del ajetreo televisivo y de Nueva York en su casa de Amagansett, en los Hamptons. Es lo más parecido a su Toronto natal que ha localizado a corta distancia de NYC
Después de ver el Observatorio Griffith de Los Ángeles recreado en algunas escenas de La La Land he empezado a recordar otros sitios en los que lo había visto anteriormente.
Y en La La Land. No les dejaron rodar en el interior, así que crearon el planetario en los estudios:
El observatorio está al sur de las colinas de Hollywood, en el Parque Griffith, y es un buen lugar para disfrutar de vistas panorámicas de Los Ángeles.
Publicada el septiembre 22, 2015 por
Rosana Ferreres
Martha’s Vineyard nos suena por haber sido destino de vacaciones de varios presidentes americanos, porque allí se estrelló la avioneta de John F. Kennedy Jr. y como localización del primer Tiburón(esto último lo acabo de saber). Pero esta isla frente Cape Cod, Massachusetts, también se estudia porque durante mucho tiempo fue testigo de un particular bilingüismo: el de la lengua hablada y la de signos.
Martha’s Vineyard
La endogamia y la intervención de un gen traído por los primeros colonos ingleses llevaron al nacimiento de muchos sordos en la isla. Tantos que hasta los no sordos empezaron a hablar con señas incluso cuando no era necesario, usando la variedad propia del lugar, conocida como MVSL (Martha’s Vineyard Sign Languaje). Con la afluencia de turistas dejaron de formarse parejas entre los descendientes del gen, y el último sordo nació en la isla en los años cincuenta del siglo XX.
Un detalle curioso de la lengua de signos estadounidense es que, contrariamente a lo que esperaríamos, se parece más a la que se usa en Francia que a la británica. El origen está en la labor del pedagogo francés Laurent Clerc, fundador de la primera escuela para sordos de Estados Unidos en 1817 en Hartford, Connecticut.
El Pacific Crest Trail es una ruta de senderismo que une México con Canadá atravesando las principales cadenas montañosas de la costa oeste norteamericana. Cruza tres estados -California, Oregon y Washington- y siete parques nacionales. Cheryl Strayed la recorrió y lo cuenta en su novela Wild: A Journey From Lost to Found. La empecé a leer atraída por su experiencia y por los paisajes y me entretuve googleando cada uno. Como lectura de evasión fue fantástica: su valor artístico es casi nulo pero atrapa con esa habilidad de entretener sin esfuerzo aparente que es patrimonio de los americanos.
En unos meses se estrena Wild, con guión adaptado por Nick Hornby y protagonizada por Reese Witherspoon. Seguramente incidirá en el viaje interior de Cheryl -la muerte de su madre, un divorcio y el coqueteo con las drogas desencadenaron la aventura- más que en la ruta en sí.
Estaba muy interesada en saber a cuántos depredadores se encontraría, y finalmente los vio a todos: el coyote, el zorro, el oso pardo, el puma, la serpiente cascabel y ¡hasta a un Bigfoot! 🙂 Como compañeros de viaje llevaba tres libros -uno de ellos Mientras agonizo, de Faulkner- y montones de melodías en la cabeza, en particularTwinkle, twinkle, little star.
Se lee rápido y no merece más de diez subrayados. Brooklyn (2009), de Colm Tóibín, va directo a mi lista de lecturas ligeras.
Nunca un relato de la inmigración fue tan jovial. La protagonista es Eilis, que en los años cincuenta del siglo XX se marcha a trabajar a Estados Unidos porque la economía familiar se resiente tras la muerte de su padre. Apenas tiene personalidad ni metas importantes en la vida.
Lo que más le gustaba de América, pensaba Eilis esas mañanas, era que mantuvieran la calefacción encendida toda la noche.
En Brooklyn (Nueva York), Eilis trabaja en unos grandes almacenes y vive con varias chicas irlandesas en casa de Mrs Kehoe. En esos dos ambientes descubre la modernidad:
Todas sus compañeras de piso, excepto Dolores, y algunas chicas del trabajo iban a ir a ver «Cantando bajo la lluvia», que se iba a estrenar.
Mrs Kehoe preguntaba a los otros dos si debía comprar un televisor para hacerle compañía por las tardes. Le preocupaba, decía, que se pasara de moda y se fuera a quedar con él. Tanto Tony como el padre Flood le aconsejaron que comprara uno, y eso solo sirvió para que insistiera más en que no había garantía de que fueran a seguir haciendo programas y no quería arriesgarse. «Cuando todo el mundo tenga uno, yo me compraré uno», dijo.
Después de mucho leer sobre la comunidad judía de Nueva York, este libro retrata la irlandesa:
«Partes de Brooklyn», respondió el padre Flood, «son iguales que Irlanda. Están llenas de irlandeses».
Con alguna incursión en la italiana:
Diana y Patty le habían advertido de que nadie se cambiaba en la playa en Italia. Los italianos se habían llevado a América la costumbre de ponerse el bañador debajo de la ropa antes de salir, evitando el hábito irlandés de cambiarse en la playa, lo cual era, según Diana, poco elegante e indigno, como mínimo.
Tony brillaba a pesar del hecho de que su familia vivía en dos habitaciones o que trabajara con sus manos.
Eilis está inspirada en una mujer de Enniscorthy, la localidad natal de Tóibín, y tal vez por eso el personaje parece algo velado, como si se resguardara su intimidad. A mitad de la novela parece que empieza la tensión -¿volverá Eilis a Brooklyn después del viaje inesperado a Irlanda o se quedará allí como si los días en América hubieran sido un sueño?-. Pero al final la decisión da igual, la tensión se difumina y el desenlace es tan ligero como todo el libro.
Lo que más he disfrutado es la escapada dominical a Coney Island para pasar un día de playa y luego comer perritos en Nathan’s. ¡Cuántos recuerdos!
Al ver la foto de la izquierda me acordé de Segesta y su templo entre margaritas. Como resultó que la falda era de Dolce & Gabbana, pensé que efectivamente podrían haber sacado de ahí la inspiración, porque siempre hay algo de Sicilia en sus creaciones.
Entonces me fui a Style.com y repasé la colección de esta primavera-verano y me pareció ver también las ruinas de Selinunte y de Agrigento.
Publicada el noviembre 30, 2013 por
Rosana Ferreres
Basta que no tenga tiempo ni ganas de cocinar para que no deje de pensar en comida, hasta tal punto que me he entretenido haciendo una lista de platos memorables:
El pan bimbo con nocilla. Tiene que ser un pan de bolsa recién abierta, y cantidades generosas de nocilla para que aprietes y se derrame por los lados.
Publicada el noviembre 4, 2012 por
Rosana Ferreres
Hace dos meses que volví de Islandia y todavía consulto a menudo la temperatura de Reykjavik y Akureyri en el iPhone, señal de que me marcó. Y eso que sabía que iba a la tierra del hielo y que era casi en temporada baja. Aterricé en el aeropuerto de Keflavik de madrugada con vestido de verano y sandalias después de ocho horas de canícula en Düsseldorf. Fue el único momento del viaje en el que el frío resultó un alivio.
Recién aterrizados en Keflavik. Lluvia y noche cerrada
Se me ha hecho muy pesado escribir sobre Islandia después del atracón de posts cegados por lo cool que es hacer hoy en día este viaje de moda. Los propios islandeses son conscientes y contribuyen de forma exagerada. Me da mucha rabia que un destino esté de moda, bueno, me irrita que todas las facetas de la vida lo estén: las razas de los perros, la sal con la que cocinamos, el saludo en los emails… Una moda al final puede servir para avanzar, pero a estos niveles también nos vuelve más tontos.
Como sobre el dramatismo del paisaje islandés está todo escrito, me voy a ceñir a lo que más me gustó.
Dettifoss Cuando estaba allí solo era capaz de decir una cosa: «qué animalada». Habrá cataratas más grandes en el mundo, seguro, ¿pero a alguna te dejan acercarte tanto??? Antes del viaje había visto cientos de fotos de las cataratas islandesas, y lo que más me impactaba era ver lo cerca que estaba la gente. El caso es que una vez allí avanzas y avanzas, porque además en Islandia apenas hay vallas ni áreas seguras acotadas, y las pocas veces que hay -en Godafoss, si no recuerdo mal- familias enteras con niños saltaban la cuerda y todos al borde del precipicio a hacerse fotos. Visitamos Dettifoss un día de ventisca. Camino a la cascada vi regresar a más de un turista en un estado penoso. Una vez allí te calabas en menos de un segundo, mi móvil sobrevivió de milagro. Si mirabas hacia el agua veías la muerte cara a cara. Dettifoss es la catarata más voluminosa de Europa y estar allí para mí fue la experiencia más alucinante del viaje.
Dettifoss: una salvajada estar cerca de esto!!
En Islandia hay una cascada cada 10 metros y algunas de las más famosas no son tan impresionantes como esperas. Pero Dettifoss y Gullfoss son de las que cortan la respiración.
Casi casi dentro de Gullfoss!
Las cabañitas en Snaefellsness
Y, en general, toda esta península, siempre con el volcán de Julio Verne en el horizonte. Reconozco que no siempre acertamos con el alojamiento y alguno fue de los más inmundos en los que he estado en mi vida. Pero ninguna noche del viaje dormí mejor que en las cabañitas de Hofn. Tiene bastante que ver el hecho de que estaban prácticamente para estrenar, ¡olían a limpio! En madera, con la calefacción en su punto justo y unas vistas increíbles tras los visillos. Antes de dormir paseamos un buen rato por las playas doradas y desoladas. Estar allí resultaba adictivo. ¡Me hubiera quedado 15 días!
Desde mi ventana: amanece en Snæfell
Playa de Hofn
Subir al volcán Snaefell fue más fácil de lo esperado, el camino de tierra estaba perfecto y había todo tipo de vehículos ascendiendo hasta la lengua glaciar. También algún senderista, como siempre… Juraría que aquí han grabado más de un anuncio de coches. Respecto al paisaje volcánico, resulta hipnótico pero no tan impactante si ya has visto otros antes de ir a Islandia. Algún canario me ha hecho este mismo comentario. Mi asignatura pendiente es ver un volcán en erupción.
Dentro del coche en Snæfell
Iglesia de Búðir en Snaefellness
En el pueblo de Rif, también en Snaefellsness, me tomé una riquísima sopa de pescado en Gamla Rif. Me supo a gloria, imagino que precisamente porque no sabía demasiado a pescado. También me sirvieron unas tostas de tomatitos cherry y queso feta que fueron una alegría después de días de platos hipercalóricos.
Gamla Rif
Sopa de pescado en Gamla Rif, ¡riquísima!
Un plato mediterráneo en Gamla Rif
El niño enloquecido de Hverfell
En la zona de Myvatn, al norte de Islandia, una de las excursiones más espectaculares es la subida al cráter de Hverfell. El parking está al pie del volcán, y nada más salir del coche vimos a un niño español gritando enloquecido «¡un volcán, un volcán!». La siguiente vez que lo supimos de él estaba al fondo del cráter, habría tardado 5 minutos en hacer todo el recorrido cuesta arriba y hasta el interior del cráter.
Cráter Hverfell, en la región de Myvatn
Otro gran momento de la visita a Myvatn fue el errático barrido circular que hicimos al pequeño bosque de Hofdi. Es uno de los pocos del país y puedo jurar que lo recorrimos entero. Íbamos en busca de la grieta Grjótagjá, que resultó estar ¡fuera del bosque!
Bosque Hofdi, en Myvatn
Laguito subterráneo con agua a 45ºC en la grieta Grjótagjá, en Myvatn
Los baños naturales de Myvatn
Con lluvia y una sensación térmica de frío polar -estábamos a 8º pero el viento soplaba con fuerza- me costó tomar la decisión de meterme en la laguna. Pensar en el recorrido desde los vestuarios hasta el agua caliente me ponía los pelos de punta. Pero la experiencia fue de lo más reconfortante. En algunas zonas el agua ardía y hasta resultaba sofocante. Estuvimos dentro alrededor de media hora, pasado este tiempo empezabas a sudar y el cuerpo te pedía algo de frescor.
Baños de Myvatn
Akureyri, la capital del norte
Es pequeñita, recogida y empinada. Desde el otro lado del fiordo Eyjafjördur, junto al que se extiende la ciudad, es posible hacerse una idea de las dimensiones. Recuerdo sobre todo el knitting café en el que cenamos y la calle principal decorada con vestidos que colgaban entre los edificios.
Akureyri, la capital del norte
Un monísimo «knitting» café de Akureyri decorado ad hoc
Vestidos en la calle principal de Akureyri
En Strikid, restaurante situado en una azotea junto al fiordo, me tomé un delicioso risotto. Mis acompañantes probaron el reno y no les defraudó.
Cena en Strikid, Akureyri
El arcoíris
No nací en tierra de lluvias, así que el arcoíris me sigue emocionando tanto como cuando era pequeña. En Islandia vimos tantos y de forma tan continuada que nos llegamos a acostumbrar. Pero al principio no podía creer que tuviera ante mí aquel arco tan íntegro, nítido, bien definido y hasta doble.
Pero qué bonito!! Por la Road One, la carretera que circunvala Islandia. Rumbo a Egilsstadir
El Ártico, de vuelta de Husavik
El cantor de Ásbyrgi y la grieta de Pingvellir
Comparo estos dos paisajes porque ambos parecen obra de un mazazo brutal. Del cañón de Ásbyrgi no tengo buen material porque el paisaje no cabía en la foto. Adentrándonos en su zona boscosa llegamos a un lago con una acústica increíble. Un turista -creo que alemán- se arrancó a cantar ópera:
Ásbyrgi
El parque nacional de Pingvellir tiene interés tanto histórico como geológico. Aquí se estableció el primer parlamento islandés. La inmensa fisura Almannagjá que lo parte en dos no es otra que la falla atlántica que va separando progresivamente el continente americano del europeo.
Pingvellir
Las ovejas, de tres en tres
De ganadería sé muy poco, pero algún motivo habrá para que las ovejas siempre vayan en trío. Se suele decir que en Islandia el número de ovejas duplica al de habitantes. Las de la foto de abajo están ni más ni menos que por la Road One, la principal carretera del país. Estampas así vimos miles.
Ovejas por la Road One, la carretera principal de Islandia
Siempre de tres en tres!!
Los icebergs de Jokursalon
Está claro que hay más -y colosales- en otros sitios, pero yo nunca había visto un iceberg. La laguna de Jokursalon de entrada parece pequeña, pero cuando el guía nos contó que nos encontrábamos navegando sobre el punto más hondo de Islandia ya tuve suficiente inmensidad bajo mis pies. Como anécdota recordó que durante el rodaje en la laguna de la entrega de 007 Muere otro día cerraron la salida al océano de tal forma que se congeló y hasta pudieron habilitar un campo de golf en el hielo.
Icebergs en Jokursalon
Los aeropuertos en medio de la ciudad Como odio volar me fascinan los aviones. En I Feel Bad About My Neck, una Norah Ephron septuagenaria hizo una lista de cosas que comprendió demasiado tarde en la vida. Una de ellas era que «el avión no se va a estrellar». Pues bien, yo creo que sí y espero llegar a esa edad y rebasarla pensando lo mismo que ella. Volé a Islandia en un Bombardier CRJ 900 NextGen, que para mí es poco más que una avioneta. Para más inri lo operaba German Wings, algo así como la regional de Lufthansa. Y con esto había que cruzar el Atlántico Norte. A la ida fue un infierno, y a la vuelta, con más de una hora de turbulencias calculo que hasta las Feroe, una tortura infinita. En Reykjavik y en Akureyri disfruté de lo lindo viendo despegar aviones en pistas construidas casi dentro de la ciudad.
Avión despegando en Reykjavik
El vikingo en bañador de Geysir En muchos reportajes sobre Islandia se comenta que su gran interés geológico reside en que es un terreno muy joven que aún está haciéndose, basta con ver las fumarolas, volcanes activos, charcas de lodo hirviendo y géisers. A unos metros de Geysir, el padre de todos los géisers, encontramos a un valiente en bañador. Le robé esta foto algo borrosa. A los que duden de si en Islandia se hace de noche, diré que a finales de agosto sí que llegas a ver noche cerrada, pero que esta imagen se tomó pasadas las 22 pm.
Paseando al fresco en bañador, Geysir
Como es sabido, el géiser que dio nombre a este fenómeno no brota con tanta frecuencia como hace un siglo porque unos turistas lo taponaron. Pero a unos pasos está Strokkur, que sí nos dio un espectáculo. Apenas hubo que esperar diez minutos.
Para finalizar el día, el géiser Strokkur dándolo todo
Los desayunos de Reykjavik
Los hipsters que nos alquilaron el apartamento de Reykjavik dejaron un cuadernito con sus sitios favoritos de la capital. Tanto en Grái Köturinn como en Prikið servían el hipercalórico The Truck. Mejor describirlo con fotos: lo que se ve junto al Truck de la segunda foto es el bagel que desayuné yo en Grái Kôrurinn. ¡Me muero por volver a Nueva York y desayunar bagel calentito con queso todos los días! Como era de esperar, el archirrecomendado Café París de Reykjavik resultó ser un tourist trap en toda regla. Hay que evitarlo a toda costa. Allí me sirvieron el batido más insípido que he probado.
The Truck, primer desayuno energético en Islandia
Segundo día en Reykjavik y segundo desayuno energético: The Truck
The soup of the day
Estaba convencida de que me alimentaría de perritos y hamburguesas, pero tuve la suerte de encontrarme con otras opciones. Lo que más agradecí fue la costumbre de ofrecer la sopa del día, muchas veces con posibilidad de refill. Nunca era lo que nosotros conocemos como sopa, sino contundentes cremas de champiñones, coliflor o espárragos. Eran tan saciantes que no quiero imaginar la cantidad de mantequilla y nata que llevaban. La mejor de todas la probé en Kjöt og Kúnst, un restaurante geotérmico de Hveragerði. No medí lo suculenta que sería la sopa y decidí acompañarla de una tortilla. Esperaba una simple tortillita y me encontré con esta masa de unos 6 huevos rellena de todo tipo de verduras y acompañada de pan, patatas, ensalada, pan -hecho en el horno geotérmico- y la omnipresente mantequilla. En algunos momentos del viaje pasé hambre, pero ese día no. Como curiosidad, en Islandia no hay McDonalds, pero sí montones de KFC y Subway.
Crema de champiñones en Kjöt og Kúnst
Tortilla de verduras en Kjöt og Kúnst
Los sandar
Son pura desolación, kilómetros y kilómetros de arena negra que en algunos puntos se hacen movedizas. Este tipo de paisajes es el que buscaba yo en Islandia.
Los sandar, otra maravilla de la naturaleza con nombre islandés
El avión que aterrizó en la playa cerca de Vik
Está allí desde 1973. Lo vi en decenas de vídeos antes de viajar a Islandia pero no estaba en las guías y fue algo difícil encontrar las coordenadas. Acercarnos y meternos dentro fue uno de los momentos más peliculeros del viaje.
Se quedó sin combustible y tuvo que aterrizar aquí en 1973. Está cerca de Vik
Los puentes que se estrechan… y el puente entre dos continentes
Cuando alcanzabas un puente era habitual que la carretera, ya de por sí angosta, se estrechera y solo hubiera un carril para atravesarlo. Si había tráfico -poco habitual en la mayor parte del país- tocaba detenerse y negociar.
La Road One por los Fiordos del Este
El puente entre dos continentes está cerquita de Reykjavik. No tiene ninguna espectacularidad pero detetenerse en medio resulta casi trascendente 🙂
Puente entre dos continentes. Une la placa americana con la eurasiática, que se separan 2 cm al año
Puente entre dos continentes en la península de Reykjanes (Brú milli Heimsálfa)
El campo geotermal de Seltun Fumarolas, calderas de lodo, intenso olor a azufre… Islandia está haciéndose, no hay duda.
Estoy en una cabañita en la costa sur de la península de Snæfellness. Desde la ventana veo el volcán que le da nombre, Snæfell (1.833 m.), la segunda montaña más alta de Islandia después de Hvannadalshnjúkur (2.109,6 m.), que está en el sureste del país bajo el glaciar Vatnajökull. Las alturas son moderadas comparadas con nuestro Teide, por ejemplo, que mide 3.718 m. Pero ya he comprobado que este no es un país de alturas.
En Snæfellness ambientó Julio Verne la bajada al centro de la tierra de su novela de 1864. Este paisaje se empieza a parecer a lo que yo andaba buscando en Islandia después de dos días recorriendo Reykjavik y el Círculo dorado. Las carreteras que recorrimos para llegar desde Pingvellir ya apuntaban maneras:
Aunque hace frío -(10-12°) cuando llegamos ayer por la tarde- y un viento fortísimo, el agua del Atlántico norte no está demasiado fría, y el mar está tan tranquilo que apetece bañarse. La playa que hay frente a la cabaña es inmensa y dorada, sin más criatura viviente que centenares de aves marinas.
Una pena que no haya focas -me muero por ver alguna-, hasta hoy solo he atisbado una nadando en pleno vendaval en Garoskagi, en el extremo noroccidental de la península de Reykjanes.