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Categoría: Japón

Heian y Kiyumizu-dera (Kyoto)

Ayer por la tarde no pudimos emular la escena de Lost in Translation en la que Scarlett Johansson daba saltitos de piedra en piedra para cruzar uno de los estanques del templo de Heian. El sendero estaba cortado, tal vez por las lluvias. Dimos un tranquilo paseo por el entorno, no tan evocador como el de Ginkaku-Ji pero aun así muy bonito porque ¡esto es Kyoto!

Las piedras que saltaba Scarlett Johansson en Lost in Transation (Heian) #kyoto #japan #japon

Templo Heian #kyoto #japon #japan

A continuación, otro infernal trayecto en autobús, tan incómodo como el del día anterior con un añadido: el demencial atasco que se formó en las cercanías de Gion. Tuvimos que bajar una parada antes para sobrevivir.

Waiting for the bus #kyoto #japon #japan

Y por fin llegamos al templo más famoso y concurrido de Kyoto: Kiyumizu-dera. Salvando las distancias culturales, aquello es como el Montmartre nipón. Desde lo alto hay espectaculares vistas de la ciudad rodeada de densos bosques, con el inconveniente de que parece que hasta el último habitante de Kyoto está allí arriba contigo.

Kyoto desde Kiyumizu-dera #kyoto #japan #japon

Fue una visita masificada ya desde que divisamos la pagoda de la entrada y empezamos a caminar colina arriba por callejuelas de tradicionales casitas bajas. Muchas japonesas visitan el templo vestidas de gala, y esto al turista occidental le regala estampas que no tienen precio.

Subiendo a Kiyumizu-dera #kyoto #japan #japon

Terminos el día en un McDonalds de Kyoto. La oferta no varía respecto a los establecimientos españoles, pero los sabores sí: el mac pollo está algo picante, el ketchup sabe a tomate frito Tomator y el sundae es todo menos dulce.

Y es todo por ahora. Son las 14.54 y estamos a punto de llegar a Nara.

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Cara a cara con Colonel Sanders y Johnny Walker

(Sigo con anotaciones sobre las lectura de los últimos meses; estaba claro que no me leía un promedio de 700 páginas al día a pesar del horario de verano.)

Una punzada de traición seguida de resignación: es lo que sentí cuando acepté que Lost era una serie de ciencia ficción. O cuando el gato empezó a hablar en Kafka en la orilla, de Haruki Murakami, que, por cierto, también tiene su limbo y sus otros. Fue un giro difícil de encajar en un libro que había arrancado con un sueño de adolescencia:

El día de mi decimoquinto cumpleaños me escapé de casa, me marché a una ciudad desconocida y empecé a vivir en un rincón de una pequeña biblioteca.

¿Os lo imagináis? Una biblioteca, todo por leer, a un lado el mar y al otro la montaña. Así concibo mi vida de jubilada.

De Murakami me gustó lo japonés pero no tanto lo pop. Purista que es una: no hay intimismo posible cuando Johnny Walker y Colonel Sanders en persona salen al encuentro del protagonista. Sabía que justo ahí estaba la esencia de este autor, así que reservaré el resto de sus novelas, que por algún motivo no me encajan como lecturas de verano, para dar alegría al otoño.

Ese tipo de gente que T.S. Eliot llama «hombres huecos». Personas que suplen su falta de imaginación, esa parte vacía, con filfa insensible y que van por el mundo sin percatarse de ello. Personas que intentan imponer a la fuerza a los demás esa insensibilidad soltando, una tras otra, palabras huecas.

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