Lorne Michaels tiene 77 años y lleva al frente de Saturday Night Live desde su estreno en 1975. No se prodiga demasiado, pero esta semana ha charlado con Dana Carvey y David Spade en su podcast Fly On the Wall.
Michaels es un dios para los cómicos que sueñan con escribir o protagonizar los sketches de su programa. También para Rob Lowe, que se ha hecho podcaster y no hay episodio de Literally! with Rob Lowe en el que no hable del creador de SNL.
El olfato de Lorne Michaels para la comedia es finísimo, quién lo duda a estas alturas. De SNL han salido Bill Murray, Adam Sandler, Will Ferrell, Eddie Murphy, John Bellushi, Chris Rock… Demasiados hombres, sí, pero por suerte en las últimas décadas también muchas cómicas a las que venero, como Tina Fey, Maya Rudolph, Amy Poehler, Kristen Wigg o Kate McKinnon. Si creemos (y yo lo creo) que en un mundo de hombres hay que ser cuatro veces mejor que ellos para colocarse a su nivel, nos podemos imaginar la estatura de estas cómicas.
A Fly On the Wall acudió hace unos meses precisamente Tina Fey. Para ella, el sketch que mejor representa el giro de los tiempos en el humor de SNL es el del iceberg del Titanic. En él, un Bowen Yang caracterizado como el iceberg contra el que chocó el Titanic se queja a Colin Jost de que nadie se haya disculpado por haberle golpeado cuando estaba descansando aquella noche en su casa.
Volviendo a Lorne Michaels, cuando le preguntan por qué cree que a medida que envejecemos nos llaman más el campo y la naturaleza, él responde que no lo ve así:: lo que nos atrae son los paisajes de la infancia. Por eso, dice, él descansa del ajetreo televisivo y de Nueva York en su casa de Amagansett, en los Hamptons. Es lo más parecido a su Toronto natal que ha localizado a corta distancia de NYC
Se lee rápido y no merece más de diez subrayados. Brooklyn (2009), de Colm Tóibín, va directo a mi lista de lecturas ligeras.
Nunca un relato de la inmigración fue tan jovial. La protagonista es Eilis, que en los años cincuenta del siglo XX se marcha a trabajar a Estados Unidos porque la economía familiar se resiente tras la muerte de su padre. Apenas tiene personalidad ni metas importantes en la vida.
Lo que más le gustaba de América, pensaba Eilis esas mañanas, era que mantuvieran la calefacción encendida toda la noche.
En Brooklyn (Nueva York), Eilis trabaja en unos grandes almacenes y vive con varias chicas irlandesas en casa de Mrs Kehoe. En esos dos ambientes descubre la modernidad:
Todas sus compañeras de piso, excepto Dolores, y algunas chicas del trabajo iban a ir a ver «Cantando bajo la lluvia», que se iba a estrenar.
Mrs Kehoe preguntaba a los otros dos si debía comprar un televisor para hacerle compañía por las tardes. Le preocupaba, decía, que se pasara de moda y se fuera a quedar con él. Tanto Tony como el padre Flood le aconsejaron que comprara uno, y eso solo sirvió para que insistiera más en que no había garantía de que fueran a seguir haciendo programas y no quería arriesgarse. «Cuando todo el mundo tenga uno, yo me compraré uno», dijo.
Después de mucho leer sobre la comunidad judía de Nueva York, este libro retrata la irlandesa:
«Partes de Brooklyn», respondió el padre Flood, «son iguales que Irlanda. Están llenas de irlandeses».
Con alguna incursión en la italiana:
Diana y Patty le habían advertido de que nadie se cambiaba en la playa en Italia. Los italianos se habían llevado a América la costumbre de ponerse el bañador debajo de la ropa antes de salir, evitando el hábito irlandés de cambiarse en la playa, lo cual era, según Diana, poco elegante e indigno, como mínimo.
Tony brillaba a pesar del hecho de que su familia vivía en dos habitaciones o que trabajara con sus manos.
Eilis está inspirada en una mujer de Enniscorthy, la localidad natal de Tóibín, y tal vez por eso el personaje parece algo velado, como si se resguardara su intimidad. A mitad de la novela parece que empieza la tensión -¿volverá Eilis a Brooklyn después del viaje inesperado a Irlanda o se quedará allí como si los días en América hubieran sido un sueño?-. Pero al final la decisión da igual, la tensión se difumina y el desenlace es tan ligero como todo el libro.
Lo que más he disfrutado es la escapada dominical a Coney Island para pasar un día de playa y luego comer perritos en Nathan’s. ¡Cuántos recuerdos!
En 2006, Nora Ephron contó en The New Yorker su historia de amor con un apartamento del edificio Apthorp, en el Upper West Side de Nueva York.
El Apthorp lo mandó construir William Waldorf Astor a principios del siglo XX, y Ephron tuvo la suerte de alquilar el apartamento cuando aún no se había rehabilitado, tenía ratones, las chimeneas no funcionaban y había asbestos en los radiadores. Era 1980 y pagaba 500 dólares al mes que se convirtieron en 12.000 cuando los nuevos dueños convirtieron la finca en el edificio de lujo que es hoy.
La forma de narrar -y de hacer humor- de los judíos americanos me tiene fascinada, estoy saltando de Malamud a Bashevis Singer y Bellow y después de vuelta a Malamud pasando por Nora Ephron. Me da mucha pena haber descubierto a Ephron como periodista y escritora ahora que ya no está, pero mejor tarde que nunca. Y de paso hago un pequeño homenaje a su talento.
Después de años en el Upper West, ella acabó en el Upper East, donde al parecer el clima es más benévolo lejos de las batidas del río Hudson.
Lugares que no quiero compartir con nadie, de Elvira Lindo
Quien ahora vive en el Upper West es Elvira Lindo. En Lugares que no quiero compartir con nadie habla de este barrio de gente progresista, cultivada y en muchos casos judía cuyos verdaderos protagonistas son los viejos […] Disfrutan de ese ambiente residencial en el que nada es cool pero (casi) todo es auténtico. Los viejos de Manhattan suelen estar en el norte de la isla; los jóvenes, en el sur […] En el noreste, despliegan la extravagancia del dinero; en el noroeste, donde está mi casa, la dejadez indumentaria que está permitida en uno de los barrios más progresistas y claramente diversos de Manhattan.
Y esta ilustración de The New Yorker que firma Roz Chast, nacida en Brooklyn, que incorporan en esta y en otras publicaciones literarias a personajes del «otro lado» de la ciudad, al estereotipo del West Side, individuos de aspecto más desastroso y naturaleza atormentada o enfrentada a las contracciones de su tiempo […] creyentes en esa biblia que es el New York Times.
He sacado mil notas del libro, el que más me ha gustado de los suyos. No tiene un orden claro, es breve y se va por las ramas, dejándose llevar por su cariño hacia cada sitio y su historia: El secreto de esta crónica es que está escrita para mí, para esa persona que yo seré en un futuro.
Para situarnos: Mi barrio, que de sur a norte comienza en Lincoln Square y termina en la Universidad de Columbia, y de este a oeste, el río Hudson a Central Park.
Ahí van mis notas:
… sobre el apego a su barrio de los neoyorkinos en general y de los del Upper West en particular
Lo que caracteriza a un irreductible habitante de Manhattan es que mueve muy pocas veces el culo para salir de la isla.
Los de siempre, los neoyorkinos, viviendo a fondo el barrio que les tocó en suerte, construyendo su propio hábitat dentro de la ciudad para hacerla más habitable y sin sentir la necesidad de abarcarlo todo.
Barbara es tan Upper West que apenas ha cruzado el puente de Brooklyn dos veces desde que llegó a Nueva York en el año 1973.
… Lexington Avenue y alrededores
Lexington, sobre todo el tramo por el que paseo ahora, a la altura de la calle 70, ofrece una autenticidad que sólo los neoyorkinos nostálgicos y sensibles advierten […] Una ciudad de provincias con sus comercios sólidos y un poco anticuados.
Upper West Side
… el puente de George Washington
Tornillos y roscas de gran tamaño que he encontrado por el suelo, debajo del George Washington, que te dejan con la inquietud de si es posible que semejante obra de prodigiosa ingeniería pueda ir perdiendo con el paso del tiempo algunas de sus piezas sin que se venga abajo toda su formidable estructura.
George Washington Bridge
… el Nueva York de los Lorca
Lorca en Nueva York
Riverside Drive, cerca de Columbia, donde se hospedó y estudió (no mucho) García Lorca en el año 29.
Conocí este parque hace once años, cuando vine a Nueva York con la intención de escribir un libro para jóvenes sobre Federico García Lorca, y visité esta calle, Riverside Drive, y este parque del Riverside, porque es aquí donde la familia Lorca vino a instalarse.
Ahí, en el Riverside Park, salía don Federico cada tarde a fumarse un puro dándole vueltas, una y otra y otra vez, a por qué se empeñó en que su hijo no emprendiera ese viaje a México que le hubiera salvado de la muerte.
… la ciudad parcheada
Tienen los neoyorkinos un afán ahorrativo que unas veces admiro y otras me inquieta: toda la ciudad está hecha de parches, parches que son consecuencia en ocasiones del poco gasto público pero en otras del poco gasto privado. Es mejor no pensar en el número de apaños, retoques, parches y chapuzas que sostienen la ciudad de Nueva York.
Nueva York será más Venecia que nunca en el siglo XXI, dedicada en cuerpo y alma a mantener su encanto para los turistas en contra del éxodo del tiempo.
… Salinger (que ambientó El guardián entre el centeno en NYC)
Salinger inauguró la era del descontento juvenil, le dio forma literaria a un discurso desestructurado y poco racional, sacralizó una desazón que responde más a cambios hormonales que a un verdadero inconformismo social.
Twain y Salinger son padres fundadores de la literatura americana moderna, y por tanto, padres nuestros también.
Faulkner habló e iluminó a Salinger.
… los escritores de Brooklyn
Esa zona encantadora de Prospect Park en la que el New York Times asegura que se da la mayor concentración de escritores de todos los Estados Unidos.
Prospect Park, Brooklyn
… las madres de Brooklyn
En la zona de Prospect Park, en Brooklyn, las madres constituyen un lobby amenazante, inspiradas por un espíritu castrense de entrega a la crianza y convencidas de que la maternidad ha sido inventada por ellas.
… el East River
Mi amiga Anne Caggiano, natural de Orlando, me contaba el terror que experimentó el día en que, viajando en metro de Manhattan a Brooklyn (obviamente debajo del agua), el tren se quedó parado porque, según el conductor informó por los altavoces, una parte del túnel se estaba inundando.
El embarcadero y el East River, Manhattan al fondo
… la gastronomía
Esta importancia desmedida a la novedad en la cocina se está cargando lugares que además del confit de pato, foie o sopa de cebolla, ofrecían sillones mullidos y rincones tranquilos para charlar.
Los restaurantes orientales llevan asentados en las ciudades americanas tanto tiempo como para que los viejos de hoy recuerden haber comido desde la infancia comida india, china o japonesa.
Algo que hace de los platos exóticos algo realmente casero es que cada noche, de cada uno de esos restaurantes orientales de barrio, sale un repartidor para llevar la cena a muchas casas. Las escaleras de los edificios de Nueva York, a partir de las cinco de la tarde, si no antes, huelen a glutamato y a soja, a curry, a bovril, a salsas agridulces.
… el diseño de un país en el que «todo es grande»
La esencia del diseño americano siempre es rústica, campestre, como la poesía que con tanta frecuencia celebra la naturaleza […] Todo está hecho para ser usado, usado y usado muchas veces.
Hay tiendas en las qué más que comprar te gustaría vivir. Fishs Eddy es una de ellas o Anthropologie.
El furor por el vintage fue más un invento de la gente joven de esta ciudad que de las revistas de moda.
… los enteradillos
Nueva York es una mina para los enterados, para los enteradillos [afán colectivo por estar a la última].
Esta es una ciudad obsesionada con las filas y con las listas de éxitos.
… los parecidos poco razonables
Un camarero rompió el misterio preguntándome si es verdad que yo era una Kennedy. Dijo que mi mandíbula no engañaba.
En cuanto me familiarizo con un barrio periférico se me convierte en Moratalaz y Justice Avenue se transformó en Moratalaz en el momento en que mis ojos se acostumbraron a él.
Es mi alma de adolescente periférica de la gran ciudad la que provoca que los comentarios despectivos hacia los lugares con menos encanto me subleven.
Mi especialidad son los barrios feúchos, algo que debe de estar provocado por una fidelidad indestructible al barrio de mi adolescencia.
… un poco de psicología
Enfriar el cerebro es la definición científica de echar una cabezada.
Los ataques contra alguien nunca son abstractos, siempre hieren personalmente.
Más vale no sufrir por aquello que no se puede cambiar.
… la necesidad de visitar Harlem de los españoles que van a Nueva York
Recuerdo a nuestro amigo el hispanista Bill Scherzer comentar con ironía el empeño que tenían los españoles en visitar Harlem […] ¿Cuántos de nosotros hacemos una excursión por placer o curiosidad a las periferias de nuestras ciudades? […] Ese Harlem, si alguna vez existió tal y como nosotros lo imaginábamos, ya no existe […] Cuando tiene verdadera bulla es porque se trata de una zona ruidosa dominada por puertorriqueños o dominicanos.
… y de ir de compras
Los visitantes suelen lanzarse a comprar como si estuvieran dando rienda suelta a sus últimos deseos.
… y un final entrañable
Cuando me asalta la duda de si quiero o no vivir entre dos ciudades, procuro pensar que donde está él está mi casa. No siempre me consuela. Y sé que es una afirmación incongruente en unas páginas en las que pretendo rendir homenaje a esta ciudad, pero no puedo terminar de otra manera, ésta es la pura verdad.
Publicada el septiembre 17, 2011 por
Rosana Ferreres
¿Recordáis el episodio de Cómo conocí a vuestra madre en el que Ted Mosby echaba pestes de New Jersey?
En resumen: las chicas ya pueden meterse en esa cloaca que es el Holland Tunnel, que Ted haría cualquier cosa por ligar, pero ¡no piensa ir a New Jersey! Que, dicho sea de paso, no es ni remotamente «más o menos lo mismo que Nueva York».
Eso hice yo: descender hasta las profundidades del río Hudson por el Holland Tunnel en mi flamante Lincoln alquilado -no sin antes atravesar a lo grande Times Square- y emerger bajo el gran cartel de Jersey City. Experiencia tensa porque en mi top de momentos traumáticos, junto a volar y sucedáneos, está la sensación angustiosa de tener un «gran río americano» sobre mi cabeza o bajo mis pies, léase cruzar cualquier puente que conduzca a Manhattan.
Salir de Midtown Manhattan en coche no es complicado si no hay atascos, y en mi caso eran las 7 de la mañana: todo recto por la Séptima hasta el citado Holland Tunnel, e inmediatamente después disfrutarás de una curiosa estampa de Lower Manhattan desde New Jersey, con la Estatua de la Libertad de espaldas.
Lo siguiente fue atravesar el industrial y frondoso estado de New Jersey, The Garden State, por la New Jersey Turnpike -la primera turnpike de muchas- rumbo a Lancaster, Pennsylvania.
Publicada el septiembre 11, 2011 por
Rosana Ferreres
Ya puedes usar una cámara de mala calidad, que las fotos de Coney Island (Brooklyn) salen perfectas con esa luz inmensa de la costa, las decadentes atracciones de feria con el cielo azul de fondo y el muelle interminable adentrándose en el océano.
En Coney Island la fauna cambia. No encontrarás aquí a las neoyorkinas de petite robe noire, con su pedicura impecable, su bolsita de alimentos orgánicos y su hartura de los turistas. En el paseo marítimo y aledaños están todos los demás, incluido el establecimiento original de Nathan’s, cadena de hot dogs creada en 1916 por el inmigrante polaco Nathan Handwerker y que hoy acoge una popular competición de perritos calientes. Probé uno y quince días después creo que aún me queda en el cuerpo la grasa de su salsa de queso.
Algunas atracciones del luna park de Coney Island siguen en pie aunque su actividad cesara hace tiempo. Por ejemplo, el Parachute Jump, una altísima estructura roja desde la que hasta 1968 era posible lanzarse en paracaídas.
O la vieja montaña rusa de madera Cyclone, todavía en uso y declarada monumento histórico en 1991. Desde abajo impresiona el estruendo de los tablones al crujir cuando alguien se atreve a montar. El protagonista de Annie Hall creció bajo el Cyclone, y eso marca.
Publicada el septiembre 11, 2011 por
Rosana Ferreres
Llegas al Whitney Museum buscando a Edward Hopper y solo encuentras su Sunday Morning (1930). Te sabe a poco, aun sabiendo que los devotos de los sites inspiracionales matarían por la décima parte de lo que evoca este óleo.
Así que recorres el museo planta a planta y pasas un buen rato con las ocurrencias de Cory Arcangel. El artista/programador de Brooklyn dedica su Pro Tools (2011) a la evolución de los juegos de bolos en las videoconsolas, y, mejor aún, al coffee table book sobre coffee table books que inventó Kramer en Seinfeld.
La instalación se llama There’s Always One at Every Party («En todas las fiestas hay uno»). En un televisor se suceden las escenas de Seinfeld en las que se habla de la ocurrencia de Kramer de publicar esa obra colosal. Recordad que el libro incluso ¡se podía transformar en mesa y llevaba posavasos! (Por cierto, un coffee table book de Kokoschka da mucho que hablar en la adaptación de Un dios salvaje que dirige Polanksi, Carnage).
Para cursis como yo, o para quienes no sepan cómo decorar una habitación infantil, Signs of Love (1976), de Ree Morton, ofrece mil ideas. Lighthearted es el adjetivo que usan en el museo para describir su estilo, y aún se quedan cortos.
Y quien busque un revulsivo tiene el Body Drama (2011) de Xavier Cha, con un actor arrastrándose por los suelos mientras se filma en vídeo y emite inesperados gritos de profundo dolor. A alguna visitante se le cayeron todos los papeles al suelo al oírse el primer chillido.
Publicada el septiembre 11, 2011 por
Rosana Ferreres
Empiezo una serie de posts escritos durante mis vacaciones por los EEUU. En su momento no pude publicarlos por falta de conexión.
Imaginemos una casa de tres habitaciones -dormitorio, cocina, sala de estar-, sin agua corriente ni luz eléctrica y una única ventana en el salón. Así vivían en el Lower East Side a finales del siglo XIX las familias pobres recién llegadas de Europa, con el añadido de que no entendían el idioma ni las costumbres de los neoyorkinos y no tenían más remedio que trabajar en su propia casa, por ejemplo confeccionando trajes en compañía de otros inmigrantes en su misma situación. Inconvenientes: un hombre planchando en el salón de sol a sol, temperaturas altísimas dentro de la casa, ambiente cargado, falta de espacio, niños correteando por la zona de trabajo…
A estos bloques de viviendas se les llamó tenement buildings, y a las casas-fábrica, sweatshops. El Tenement Museum abrió en los años 80 del s.XX en un edificio de viviendas como las descritas, en el 97 de Orchard Street. Con testimonios de antiguos inquilinos se recreó el ambiente de varios apartamentos de este bloque de cinco plantas deshauciado en 1935 por no cumplir las normativas de higiene y habitabilidad.
El museo ofrece varios tours guiados: por las casas de los irlandeses, por las de los italianos, por las de los judíos y por el barrio. Yo elegí la ruta judía y conocí las condiciones de vida de Harris y Jennie Levine, rusos, y de los Rogarshevsky (después Rosenthal), lituanos. La visita no está en los circuitos turísticos comunes (Empire State, Estatua de la Libertad, Central Park…), de hecho en mi grupo predominaban los estadounidenses del Medio Oeste, que tenían una palabra para estas infraviviendas del pasado: scum («capa de suciedad», «escoria»). En el interior del bloque estaba prohibido hacer fotos, pero hay muchas en la web del museo.
Escrito en: Edificio de la ONU, 19 de agosto de 2011
Fotos del Lower East Side:
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Jet lag. Son las 3.30 de la mañana en el Midtown y me acabo de despertar. No es un indolente duermevela sino frenética actividad mañanera. En esta ciudad no se duerme, lo manda Sinatra y no se hable más.
Mi apartamento está en un bloque que parece el de Seinfeld. Seguro que salgo al pasillo y está Newman orquestando su venganza tras la puerta, y diría que Kramer se va a personar de un momento a otro.
El ajetreo en la calle es de órdago. Apuesto a que hasta Uncle Leo tiene abierto el negocio para no perder clientes. Las furgonetas transportan de un lado a otro de Manhattan los puestos de hot dogs, pretzels y helados, hay quien hace su ruta del colesterol por el carril bus, una turista fotografía -aún de noche- la gran marquesina del teatro donde se graba el late show de David Letterman, y decenas de neoyorkinos se dirigen al trabajo -o a su casa- con la mochila al hombro. Algunos hasta silban y hacen palmas.
Despertar intempestivo en la primera noche de vacaciones: son las 5.30 de la mañana, no hay cobertura en Los Moriscos y encender la luz no es buena idea. Solución: kindle en el iPhone. Sorprendentemente, hace un par de días sincronicé la aplicación pensando en estos momentos de desconexión total.
Elijo una de esas obras que ahora me arrepiento de no tener en papel: The Knickerbocker’s History of New York, de Washington Irving. El joven Irving la empezó a escribir con su hermano, pero la continuó en solitario cuando Peter se entregó a empresas más productivas en Europa. Su afán era contar la historia de Nueva York cuando se llamaba Nueva Amsterdam y compendiar las costumbres y particularidades de los antepasados llegados de Holanda.
Al instante pensé en el Quijote, con Knickerbocker como Hamete Benengeli: un casero encuentra un legajo con la historia de Nueva York escrita por Knickerbocker, su pintoresco huésped, que está en paradero desconocido. El prólogo advierte de que aún habrá que hacer muchas correcciones, lo cual exime a Irving de cualquier paso en falso.
La prosa es hechizante, como era de esperar del autor de las leyendas de Sleepy Hollow y Rip Van Wrinkle o los Cuentos de la Alhambra -libro que desgasté cuando era pequeña-, y Knickerbocker todo un personaje cuyo nombre todavía se menciona hoy para evocar a los colonos holandeses.
El espíritu del imprevisible Knickerbocker me persiguió todo el día: vertí sal en el café, desintonicé la radio sin remedio y a punto estuve de desaparecer sin dejar rastro bajo olas en formato tsunami. Y las vacaciones acaban de empezar.
Nota: Hubiera sido mejor leer en el iPad, claro, pero no lo sincronicé y aún ahora, 24 horas después, sigue haciendo tímidos intentos mientras escribo esto.
Los Moriscos, Motril (Granada), 7 de agosto de 2011