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Categoría: USA

El observatorio Griffith

Después de ver el Observatorio Griffith de Los Ángeles recreado en algunas escenas de La La Land he empezado a recordar otros sitios en los que lo había visto anteriormente.

En la escena del planetario de Rebelde sin causa:

En el vídeo de los 90 de Paula Abdul en el que se rinde homenaje a Rebelde sin causa, con Keanu Reeves en el papel de James Dean:

En el salvapantallas de la Apple TV, con las colinas de Hollywood al fondo

 

 

 

 

 

 

 

 

En el juego GTA V:

 

 

 

 

 

 

 

 

Y en La La Land. No les dejaron rodar en el interior, así que crearon el planetario en los estudios:

 

 

 

 

 

 

 

El observatorio está al sur de las colinas de Hollywood, en el Parque Griffith, y es un buen lugar para disfrutar de vistas panorámicas de Los Ángeles.

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El bilingüismo de Martha’s Vineyard

Martha’s Vineyard nos suena por haber sido destino de vacaciones de varios presidentes americanos, porque allí se estrelló la avioneta de John F. Kennedy Jr. y como localización del primer Tiburón (esto último lo acabo de saber). Pero esta isla frente Cape Cod, Massachusetts, también se estudia porque durante mucho tiempo fue testigo de un particular bilingüismo: el de la lengua hablada y la de signos.

Martha’s Vineyard

La endogamia y la intervención de un gen traído por los primeros colonos ingleses llevaron al nacimiento de muchos sordos en la isla. Tantos que hasta los no sordos empezaron a hablar con señas incluso cuando no era necesario, usando la variedad propia del lugar, conocida como MVSL (Martha’s Vineyard Sign Languaje). Con la afluencia de turistas dejaron de formarse parejas entre los descendientes del gen, y el último sordo nació en la isla en los años cincuenta del siglo XX.

Un detalle curioso de la lengua de signos estadounidense es que, contrariamente a lo que esperaríamos, se parece más a la que se usa en Francia que a la británica. El origen está en la labor del pedagogo francés Laurent Clerc, fundador de la primera escuela para sordos de Estados Unidos en 1817 en Hartford, Connecticut.

 

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Pacific Crest Trail

El Pacific Crest Trail es una ruta de senderismo que une México con Canadá atravesando las principales cadenas montañosas de la costa oeste norteamericana. Cruza tres estados -California, Oregon y Washington- y siete parques nacionales. Cheryl Strayed la recorrió y lo cuenta en su novela Wild: A Journey From Lost to Found. La empecé a leer atraída por su experiencia y por los paisajes y me entretuve googleando cada uno. Como lectura de evasión fue fantástica: su valor artístico es casi nulo pero atrapa con esa habilidad de entretener sin esfuerzo aparente que es patrimonio de los americanos. Wild

En unos meses se estrena Wild, con guión adaptado por  Nick Hornby y protagonizada por Reese Witherspoon. Seguramente incidirá en el viaje interior de Cheryl -la muerte de su madre, un divorcio y el coqueteo con las drogas desencadenaron la aventura- más que en la ruta en sí.

Estaba muy interesada en saber a cuántos depredadores se encontraría, y finalmente los vio a todos: el coyote, el zorro, el oso pardo, el puma, la serpiente cascabel y ¡hasta a un Bigfoot! 🙂 Como compañeros de viaje llevaba tres libros -uno de ellos Mientras agonizo, de Faulkner- y montones de melodías en la cabeza, en particular Twinkle, twinkle, little star.  

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Brooklyn, de Colm Tóibín

Brooklyn, de Colm TóibínSe lee rápido y no merece más de diez subrayados. Brooklyn (2009), de Colm Tóibín, va directo a mi lista de lecturas ligeras.

Nunca un relato de la inmigración fue tan jovial. La protagonista es Eilis, que en los años cincuenta del siglo XX se marcha a trabajar a Estados Unidos porque la economía familiar se resiente tras la muerte de su padre. Apenas tiene personalidad ni metas importantes en la vida.

Lo que más le gustaba de América, pensaba Eilis esas mañanas, era que mantuvieran la calefacción encendida toda la noche.

En Brooklyn (Nueva York), Eilis trabaja en unos grandes almacenes y vive con varias chicas irlandesas en casa de Mrs Kehoe. En esos dos ambientes descubre la modernidad:

Todas sus compañeras de piso, excepto Dolores, y algunas chicas del trabajo iban a ir a ver «Cantando bajo la lluvia», que se iba a estrenar.

Mrs Kehoe preguntaba a los otros dos si debía comprar un televisor para hacerle compañía por las tardes. Le preocupaba, decía, que se pasara de moda y se fuera a quedar con él. Tanto Tony como el padre Flood le aconsejaron que comprara uno, y eso solo sirvió para que insistiera más en que no había garantía de que fueran a seguir haciendo programas y no quería arriesgarse. «Cuando todo el mundo tenga uno, yo me compraré uno», dijo.

Después de mucho leer sobre la comunidad judía de Nueva York, este libro retrata la irlandesa:

«Partes de Brooklyn», respondió el padre Flood, «son iguales que Irlanda. Están llenas de irlandeses».

Con alguna incursión en la italiana:

Diana y Patty le habían advertido de que nadie se cambiaba en la playa en Italia. Los italianos se habían llevado a América la costumbre de ponerse el bañador debajo de la ropa antes de salir, evitando el hábito irlandés de cambiarse en la playa, lo cual era, según Diana, poco elegante e indigno, como mínimo.

Tony brillaba a pesar del hecho de que su familia vivía en dos habitaciones o que trabajara con sus manos.

Eilis está inspirada en una mujer de Enniscorthy, la localidad natal de Tóibín, y tal vez por eso el personaje parece algo velado, como si se resguardara su intimidad. A mitad de la novela parece que empieza la tensión -¿volverá Eilis a Brooklyn después del viaje inesperado a Irlanda o se quedará allí como si los días en América hubieran sido un sueño?-. Pero al final la decisión da igual, la tensión se difumina y el desenlace es tan ligero como todo el libro.

Lo que más he disfrutado es la escapada dominical a Coney Island para pasar un día de playa y luego comer perritos en Nathan’s. ¡Cuántos recuerdos!

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Chicago para diletantes

Chicago no quiere turismo descerebrado ni fetichistas del hampa. Para seguir el rastro de Al Capone habrá que acudir a los libros, porque no hay un solo cartel que recuerde los años más violentos de la ciudad.

La Windy City, levantada con tan buen gusto tras el incendio que la arrasó en 1871, recibe con los brazos abiertos a los amantes del arte y la arquitectura. Todas las guías remiten a la Chicago Architecture Foundation y al impresionante Art Institute of Chicago, que alberga iconos como American Gothic, de Grant Wood, Nighthawks, de Edward Hopper, o La Grande Jatte, de Seurat, por citar solo algunas de las obras más conocidas.

American Gothic
American Gothic, de Grant Wood
Nighthawks
Nighthawks, de Edward Hopper
La Grande Jatte, de Georges Seurat
La Grande Jatte, de Georges Seurat

Si Nueva York es grasienta y destartalada, Chicago es pulcra y ordenada. También es fotogénica y peliculera, pero tiene un encanto más elitista. De los días en la ciudad del viento atesoro un par de estampas irrepetibles: la dorada luz del atardecer (y del amanecer, aunque había que ponerse en pie a las 5 a.m. para verlo) sobre los rascacielos con el lago Michigan al fondo o las vistas del Loop desde el tren elevado que atraviesa el río Chicago.

El juego de luces es una chulada

El Millennium Park está entre los grandes reclamos turísticos de la ciudad, pese a ser demasiado nuevo para mi gusto de nostalgic freak, y ofrece las mejores vistas del skyline, tanto directas como indirectas en los reflejos de esa habichuela gigante plateada que es The Bean. Para contemplar Chicago desde las alturas están las torres Hancock y Willis (antes Sears). Subí a la segunda y estuve arriba unos 30 segundos antes de bajar despavorida cuando sentí que todo se movía a mi alrededor. Los valientes pueden lucirse en el piso 130 colocándose sobre una plataforma transparente que sobresale de uno de los laterales.

Vistas desde el piso 103 de la torre Sears

Pero vamos a lo importante: la comida. Es típica de Chicago la stuffed pizza, de unos cuatro dedos de grosor. Con una porción de tamaño estándar puedes comer, cenar y lo que se tercie. Antes de empezar a comértela, las caras de abatimiento en la mesa de al lado te dan una idea de lo que te espera. Te quita las ganas de pizza por una buena temporada, doy fe. En general, cuando te sirven la comida en un restaurante te inclinas hacia delante, ansioso por empezar. El gesto común al ver la Chicago pizza es echarse hacia atrás para coger fuerzas.

Stuffed pizza en Giordano's

En la misma línea está el suculento pastel helado Muddy Bottom de Hugo’s, restaurante hermano del emblemático steakhouse Gibson’s, con el que comparte cocina. Como mi cámara no lo captó bien, dejo una foto encontrada en Flickr que da una idea de su magnitud. El cuchillo clavado avisa de que vas a morir. Imposible comerse siquiera la mitad entre cuatro personas. Una delicia brutal.

Muddy Bottom Pie

Sorprendentemente, los vecinos de Chicago se mantienen en forma. Dando un paseo el sábado por la mañana hacia la playa Ohio comprobé el entusiasmo con el que hordas de ciudadanos se entregan al jogging y a la natación en el lago Michigan al lado de un batallón de marines haciendo lo propio.

Paseo hacia la playa Ohio. ¡Toda Chicago se echó a correr el sábado por la mañana!

Y así termina el relato de mi roadtrip por seis estados norteamericanos: Nueva York, New Jersey, Pensilvania, Cleveland, Indiana e Illinois.

Más fotos de Chicago:

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Escribí esta serie de posts durante mis vacaciones por los EEUU. En su momento no pude publicarlos por falta de conexión.

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Rock and Roll Hall of Fame en Cleveland, Ohio

Llegué a Cleveland, Ohio, al atardecer. Recorrer en coche las calles fue complicado porque había varias cortadas. El motivo era el rodaje de Los vengadores, que pude ver de cerca esa noche mientras cenaba en la terraza del grill Cadillac Ranch de la céntrica Public Square.

La gran atracción de la ciudad es el Rock and Roll Hall of Fame and Museum, un moderno edificio que flota sobre el lago Erie y cuya pirámide de cristal se inspira en las del Louvre. Cuando lo visité, en la explanada de acceso sonaba Jumpin’ Jack Flash, y familias de rockeros se hacían fotos delante de una gigantesca guitarra eléctrica.

Rock and Roll Hall of Fame and Museum, en Cleveland

Por los 22 dólares que cuesta la entrada puedes ver piezas legendarias de la historia del rock, desde guitarras hasta coches de Janis Joplin (en la imagen), Bruce Springsteen o ZZ Top y sobre todo ropa, por ejemplo el uniforme púrpura de Angus Young (ACDC), los monos kitsch del último Elvis, chaquetas raídas de Hank Williams, túnicas de las primeras damas del blues,  el traje que llevaba Michael Jackson en Thriller o cazadoras ochenteras de Sting cuando estaba en The Police.

Coche de Janis Joplin

Me desconcertó el tamaño de la ropa de los Beatles, los Stones y demás grupos de los sesenta. Debían de ser todos de hueso pequeño, porque no parecían prendas de adulto. Y descubrí a Margi Kent, la diseñadora de cabecera de Stevie Nicks, responsable de esos etéreos vestidos gipsy que parecen confeccionados a base de coser decenas de pañuelos.

En las salas había auriculares para escuchar a los protagonistas de la historia del rock, y grandes pantallas con vídeos de cada época. Uno de ellos recordaba la historia de Menni Person, una afortunada señora que coincidió en un concesionario con Elvis y salió con un Cadillac regalado. El Rey, quien por cierto coleccionaba placas de policía, estaba comprando 13 para repartir entre sus allegados.

Cuando ya me iba del museo, una vieja rockera me invitó a entrar en el tour bus de Johny Cash. Pude ver la cocina, el dormitorio, el comedor o la sala de estar de Cash, con una mesa de roble de Tenneesee. Por si había dudas de que el autocar fuera auténtico, la amable guía me explicó que ella vio en concierto a Johnny Cash en Cleveland y efectivamente trajo ese vehículo.

El tour bus de Johnny Cash

Por Johnny Cash, de quien apenas conocía tres canciones, tengo cierta debilidad desde que vi Walk the Line, pese a lo cargante que me resulta Reese Witherspoon.

Más fotos de Rock and Roll Hall of Fame and Museum:

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Escribí esta serie de posts durante mis vacaciones por los EEUU. En su momento no pude publicarlos por falta de conexión.

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La marmota de Punxsutawney, PA

Y por fin llegué Punxsutawney, el pueblo en el que cada mes de febrero la marmota Phil determina si llega la primavera o todavía quedan unas semanas de invierno. Sí, el de la película Atrapado en el tiempo (Groundhog Day). He de decir que durante unos días supe deletrear P-u-n-x-s-u-t-a-w-n-e-y (léase «pansatónic», Punxy para los amigos), ese nombre que le dieron los indios Delaware a este puñado de viviendas dispuestas a ambos lados de una carretera comarcal por la que circulan los camiones más colosales (y de colores más chillones) que he visto.

Colosales camiones cruzan todo el día Punxsutawney

La primera parada fue en Punxy Phil’s Cakes & Steaks, auténtica «cocina energética» de la América profunda en un diner con asientos de sky burdeos a la entrada del pueblo. Los estómagos más delicados pueden tomar sopa o sándwiches; los valientes, gruesas tortitas acompañadas de una tortilla de tres huevos rellena de quedo cheddar y adornada con una bola de mantequilla.

La madriguera de Phil

A continuación era obligado visitar a Phil, la marmota, que tiene su madriguera (Phil’s Burrow) en la biblioteca pública de Punxy, situada en la plaza principal -¿la única?- del pueblo. Se le puede ver desde el exterior junto a su esposa, Phyllis, y su retoño, Stinky. Cuando los visité no mostraban mucha actividad, pero era la hora de la siesta en pleno mes de agosto. En la misma plaza está el escenario del Groundhog Day, y decenas de muñecos con forma de marmota por todo el pueblo dejan claro cual es su principal y única atracción.

Había muñecos de este estilo por todo el pueblo

En la tienda oficial de la marmota Phil me atendió una siniestra vecina de Punxy con una melena rubia lacia y larga hasta las caderas, sin exagerar. Tras preguntar si habíamos visto a Phil, lanzó su boutade: ella ve a decenas de Phils cada día en su backyard

Mueble para recoger banderas viejas

A punto de partir hacia Cleveland todas las campanas de Punxsutawney empezaron a sonar. Eran las cinco de la tarde y lo que oíamos parecía un himno. De que eran patriotas no quedaba duda. En los alrededores de la madriguera había un mueble para depositar las viejas banderas americanas. Llevaba esta leyenda: Proud to be an American.

Más fotos de Punxsutawney:

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Escribí esta serie de posts durante mis vacaciones por los EEUU. En su momento no pude publicarlos por falta de conexión.

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Keep Pennsylvania Beautiful

Camino a Punxsutawney desde Fallingwater contemplé auténticas estampas all american: casas de madera con su bandera en el porche, su barbacoa en el jardín y su buzón junto a la carretera, pequeñas iglesias en medio de la pradera y cementerios sin vallar en lo alto de la colina, esos en los que se congrega un grupo de gente enlutada en las películas. Parecía que Chris Cooper iba a aparecer en un pick up en cualquier momento.

Keep Pennsylvania Beautiful, se leía por las carreteras secundarias de este tramo pintoresco del roadtrip. Los jardines de las casas estaban impecables, cualquier diría que el hobby local era montarse en el cortacésped. De hecho vi varios casos y parecían disfrutarlo. Me quedé con la duda de cómo marcan el límite entre su propiedad y la del vecino, porque no había separación, solo una gran extensión de césped por la que se esparcían diferentes viviendas unifamiliares.

También vi casas prefabricadas y montones de remolques, ¿los usarán como habitación de invitados? En algunos casos era evidente que la familia entera vivía allí, algo bastante común; que se lo pregunten a Hilary Swank, que creció en un trailer park.

Iglesia camino a Punxsutawney

Camino a Punxsatowney, 23 de agosto de 2011

Más fotos de Pensilvania:

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La casa de la cascada de Frank Lloyd Wright

La visita a Fallingwater, la casa de la cascada de Frank Lloyd Wright, fue otro de los hitos del roadtrip Nueva York-Chicago. Llegamos allí atravesando boscosas carreteras secundarias en las que por lo visto perecen a diario un buen puñado de mapaches. Cada vez que veías un animal atropellado tenía una vistosa cola de rayas.

Accediendo al recinto de Fallingwater

Conocer Fallingwater es descubrir la historia de Liliane y Edgar Kauffman, los propietarios de los grandes almacenes Kauffman’s de Pittsburgh, cuya flagship en la Quinta Avenida de la ciudad la ocupa hoy un Macy’s. Para ellos y para su hijo, Edwar Jr, diseñó Wright en 1935 esta segunda residencia sobre el río Bear Run, en la zona de los Apalaches escogida por muchos Pittsburghers para instalar sus cabañas de verano.

Escalera para bajar al río

La casa está abierta al público desde los años 60, pero el interior no se puede fotografiar a menos que escojas el tour VIP. La estampa más conocida, con el perfil de la vivienda sobre la cascada, se capta cruzando el río y avanzando por un sendero hasta el mirador.

El interiorismo de Fallingwater es obra de Wright, cada detalle tiene un propósito y hasta el último rincón está optimizado. Los techos son muy bajos, marca de la casa del arquitecto al igual que el uso del color rojo, por ejemplo en los ventanales. Si se puede prescindir de una esquina, se acristala para que entre más luz. La naturaleza invade las estancias, hasta las barandillas de las terrazas son muy bajas para no escatimar vistas del entorno.

Cada habitación tiene su terraza y su cuarto de baño, y la casa de invitados, a la que se accede por una escalera cubierta monte a través, dispone de una alberca sin depuradora que se renueva permanentemente con agua del río Bear Run. No obstante, yo me quedo con el acceso directo al río desde el salón principal de la vivienda. De las tres zonas de la casa, me gustó sobre todo la del patriarca, con amplias mesas para leer el periódico y estantes sin fin para libros.

El Smihsonian Magazine incluyó Fallingwater entre los 28 sitios que debes visitar antes de morir.

Cleveland, 23 de agosto de 2011

Fotos de Fallingwater:

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Pittsburgh, PA, una ciudad ganada al bosque

Pennsylvania significa «el país de los bosques de Penn», en alusión al cuáquero inglés William Penn, a quien se le concedió este territorio en 1681.

Precisamente son los magníficos bosques lo que más recuerdo del trayecto entre Lancaster y Pittsburgh, donde llegué con los últimos rayos de sol. Cuando supuestamente ya estás en el área metropolitana, sigues sin ver mucho paisaje urbano porque la ciudad está oculta entre bosques.

El downtown está impecable y no hay rastro de turistas. Locales con polos y pantalones chinos se pasean por la zona supuestamente más animada, Market Square. Allí me tomé un picante flatbread de jamón y cebolla en Nola, un restaurante de nueva cocina criolla.

Flatbread de Jamón y cebolla en Nola, un restaurante cajun de Pittsburgh

A unos pasos estaba el impresionante PPG Building, un rascacielos de cristal con forma de castillo que por cierto acoge la sede de Heinz. Un enorme bote de ketchup con forma de dinosaurio lo atestigua.

Otra vista del Plate Glass

En Pittsburgh está la central de Heinz

 

Fotos de Pittsburgh:

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