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Categoría: Virginia Woolf

Los cuentos de Bernard Malamud

Cuentos completos de Bernard MalamudLos escritores escriben tragedias para que la gente no olvide que son humanos. Nos muestran cuál es la condición humana. Organizan el sentido de nuestras vidas para que quede claro ante nuestros ojos (del cuento Imaginemos una boda).

En un episodio de The Big Bang Theory estaba Amy Farrah Fowler ensimismada dando vueltas a lo que acababa de leer. Así pasé yo muchos ratos con los Cuentos reunidos (2011) de Bernard Malamud (1914- 1986). No es precisamente un libro que termines en tres días porque hay que cerrarlo después de cada historia.

Una de ellas, Kew Gardens, me conmovió especialmente porque hablaba de Virginia Woolf: de cómo recibía las críticas a su obra (escribió veintiún libros cuyas reseñas la asustaban), su carácter (mira que soy melancólica de nacimiento), sus cartas a Leonard (no creo que haya habido dos personas más felices que nosotros) y sus simbolismos (en cuanto a «Al faro», no tengo ni idea de qué significa, si es que tiene un significado).

En Lluvia de primavera hay un personaje con síntomas parecidos a los de Amy F.F.: George tenía una de sus noches de insomnio. Le sucedía después de acabar de leer una novela interesante, y se quedaba despierto imaginando que todas esas cosas le pasaban a él. Y el río Hudson es tan desmesurado como en otras novelas de contemporáneos como Isaac Bashevis Singer, parece que vean en él las turbulencias que dejaron en Europa: Un viento húmedo cruzaba el oscuro Hudson procedente de Nueva Jersey, impregnado del olor de la primavera. 

Pero la mayoría de los relatos hablan de los pequeños comerciantes judíos de Brooklyn recién llegados de Europa tras la Segunda Guerra Mundial: de las penurias de los tenderos (desde que el supermercado A&P se había instalado en el barrio, vendía la mitad que antes –La tienda de ultramarinos), la pérdida de una lengua (para muchas de esas personas, que se expresaban muy bien en su idioma, la mayor pérdida era la del lenguaje: no poder decir lo que querían. Se te ocurre un pensamiento sutil y te sale como un trozo de botella rota –El refugiado alemán-) o los miedos que impregnan la piel hasta la tumba (desde la guerra, los judíos se quedan en casa. Todo el mundo sale a pasarlo bien para olvidar sus problemas, pero los judíos se quedan en casa preocupados. La Segunda Avenida parece una tumba –Función benéfica-).

Me gusta menos cuando ambienta en Italia relatos que parecen ensoñaciones: Le gustaba el pueblo de tejados rojos de Pallanza, en la otra orilla, y sobre todo las cuatro hermosas islas que había en el lago, diminutas pero rebosantes de palacios, altos árboles, jardines, estatuas […] Qué belleza de nombres: Isola Bella, dei Pescatori, Madre y del Dongo […] Abajo, en las verdes y sinuosas planicies de Piamonte y Lombardía, se desperdigaban siete lagos, siete espejos que reflejaban el destino de alguien. ¿De quién? Y a lo lejos, muy alto, se alzaba el anillo de los asombrosos Alpes cubiertos de nieve (La dama del lago).

Leyendo La muerte en mí me acordé mucho del Tenement Museum de Nueva YorkMarcus era sastre desde mucho antes de la guerra, un hombre optimista con una tupida mata de pelo grisáceo, cejas finas y frágiles y manos benevolentes, que había entrado en el ramo de la confección relativamente tarde. Como su mala salud también había prosperado, por decirlo de algún modo, se había visto obligado a contratar a un ayudante que trabajaba en la trastienda haciendo arreglos pero este, cuando las prendas se amontonaban, no podía dedicarse a la plancha, así que se hizo necesario contratar a un planchador; por tanto, aunque la tienda funcionaba, no iba muy bien. 

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Virginia Woolf en cómic

Virginia Woolf, de Gazier y Ciccolini¿Por qué dibujar la vida de Virginia Woolf? Conocemos la historia, los nombres y escenarios significativos y el final trágico. Gazier y Ciccolini se afanan en cargarla de nubarrones, literal y metafóricamente. Hojeando el cómic te encuentras tonos cada vez más oscuros y figuras más enjutas.

A pesar de todo, es una forma de dar color al estante que tengo dedicado a los libros de Virginia Woolf.

 

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La ruta de Shakespeare y Jane Austen: Chawton, Stratford-upon-Avon, Bath

En una de las primeras entradas de este blog rescaté los comentarios de Virginia Woolf sobre dos creadores con «mentes incandescentes»: Jane Austen y Shakespeare. Escribieron, decía, sin odio, sin amargura, sin temor, sin protestas, sin sermones.

Cuando supe que iba a visitar la campiña inglesa marqué rápidamente en el mapa las casas museo de ambos, además de la de las Brönte, que no dio tiempo a visitar y quedó para otro viaje junto con un par de localizaciones de Virginia Woolf.

No soy gran lectora de ninguno de los dos, a pesar de que de Shakespeare hace años ataqué un tomo de las obras completas y leí las más conocidas: Noche de reyes, Mucho ruido y pocas nueces, El mercader de Venecia, Romeo y Julieta, Hamlet, Julio César, La Tempestad... Este fragmento de La Tempestad es el que recitó Kenneth Brannagh en la inauguración de los Juegos Olímpicos.

No temas; la isla está llena de sonidos
y músicas suaves que deleitan y no dañan.
Unas veces resuena en mi oído el vibrar
de mil instrumentos, y otras son voces
que, si he despertado tras un largo sueño,
de nuevo me hacen dormir. Y, al soñar,
las nubes se me abren mostrando riquezas
a punto de lloverme, así que despierto
y lloro por seguir soñando.

En Stratford-upon-Avon se encuentra la casa natal de Shakespeare en Bridge Street. Tras pasar por varias salas con expositores y proyecciones accedes al jardín y a la vivienda, que se ha reconstruido y ambientado tal como era cuando el autor nació en 1564. En cada estancia hay un guía dispuesto a despejar todas tus dudas sobre su uso. La más entusiasta en mi caso fue la que explicaba la forma de trabajar del padre del artista, que era curtidor. No obvió detalles y recalcó lo mal que olía en el taller.

Casa natal de Shakespeare en Stratford-upon-Avon
Casa natal de Shakespeare en Stratford-upon-Avon

En Chawton está la casa museo de Jane Austen. Allí vivió la escritora entre 1809 y 1817, antes de enfermar y trasladarse a Winchester, donde moriría. La vivienda se la cedió su hermano Edward y la compartió con su madre, su hermana Cassandra y Martha Lloyd, gran amiga de la familia y al parecer magnífica cocinera según se deduce de su libro de recetas, que aún se conserva.

Casa de Jane Austen en Chawton
Casa de Jane Austen en Chawton
Casa de Jane Austen en Chawton
La mesita de trabajo de Jane Austen

En la mesita de la foto revisó Sentido y sensibilidad y Orgullo y prejuicio, que ya estaban terminadas, y escribió Mansfield Park, Emma y Persuasión. También empezó Sanditon, su novela inacabada.

Casa de Jane Austen en Chawton
La habitación de Jane Austen en Chawton

Cruzando el jardín se acccede a la bakehouse, que es donde la familia hacía el pan y la repostería. En el sótano hay una bodega en la que mantenían frescos los alimentos. En la bakehouse se expone un cochecito de caballos que usaban las mujeres de la casa.

Casa de Jane Austen en Chawton
Bakehouse de la casa de Jane Austen en Chawton
Casa de Jane Austen en Chawton
Bakehouse de la casa de Jane Austen en Chawton
Casa de Jane Austen en Chawton
Bakehouse de la casa de Jane Austen en Chawton

En Bath visité el Jane Auster Centre, carísimo y bastante decepcionante. Para empezar, los vestidos que se exponen son de la miniserie Persuasión (2007). La escritora vivió en ciudad entre 1801 y 1806 y en ella ambientó Northanger Abbey y Persuasión.

Jane Austen Centre, Bath
Jane Austen Centre, Bath

Lo mejor de Bath fue visitar las termas romanas, en las que el agua brota caliente como en la época romana a través de la falla de Pennyquick.

Bath: termas romanas
Termas romanas de Bath

Para terminar, una mención a la catedral de Gloucester (s.XI), que se usó para recrear Hogwarts en las películas de Harry Potter. Dato curioso: John Stafford Smith (1750-1836), hijo del organista de la catedral, compuso el himno de los Estados Unidos.

Gloucester Cathedral
Catedral de Gloucester
Espectacular la catedral de #Gloucester !!! #HarryPotter
Catedral de Gloucester
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Cotswolds, el corazón de la campiña inglesa

Quería recorrer la campiña inglesa en coche desde que vi Shadowlands (1993).

Y no pude esperar más después de las dos temporadas de Downton Abbey. Cómo echo de menos esa música…

También tuvo mucho que ver alguna de mis tantas lecturas ligeras. Así son las casas de las celebrities en los Cotswolds: Hugh Grant, Lilly Allen, Kate Moss, Damien Hirst…

Casa de Hugh Grant en los Cotswolds
Casa de Hugh Grant en los Cotswolds
Casa de Damien Hirst en Gloucestershire
Casa de Damien Hirst en Gloucestershire

La idea de English rose, la máxima expresión de la belleza para los ingleses, tuvo que nacer por fuerza en los Cotswolds. Goodbye England’s rose, le cantó Elton John a Lady Di cuando murió. Cientos de rosas adornaban las casas de Bibury, que según las guías es el pueblo más bonito de Inglaterra.

Más Bibury #cotswolds #countryside #country #uk
Bibury

 

Bibury
Bibury

Allí es común, como en los demás pueblos de la zona, colocar estatuillas en las ventanas.

Bibury
Bibury

Atención a la declaración de orgullo british en este Mini: True Brit, no German shit.

Bibury
Bibury

Es el campo más civilizado que he pisado. Se nota que hay gente con mucha clase, cultivada y muy viajada. Seguro que más de un paseante era profesor de Oxford, que queda a unos kilómetros.

Nos cruzamos con varios. Es el coche emblemático para recorrer la campiña: un pequeño descapotable rojo.
Es el coche emblemático para recorrer la campiña: un pequeño descapotable rojo.

El tiempo fue el esperado tratándose de Inglaterra. Pasabas de correr a por el chubasquero a parar el coche en seco porque había salido el sol y la estampa era impresionante. Recuerdo una carretera entre Stanway y Stanton en la que me hubiera quedado a vivir. Cualquiera que haya leído a Virginia Woolf sabrá que cuando sale un rayo de sol -sea en Londres o en la campiña- hay que detenerse y disfrutarlo.

Paisaje de los Cotswolds
Paisaje de los Cotswolds

 

Paseé por tantos pueblos que confundo los nombres. Algunos eran grandes y otros apenas unas casas a cada lado de la carretera, todas impecablemente rehabilitadas. Las manor houses, casas de los antiguos terratenientes o landlords, se alzaban en localizaciones privilegiadas. Aunque las propiedades estaban valladas, siempre había alguna puerta por la que invitaban a cruzar a quienes quisieran pasear por sus campos.

Cotswolds, junio 2012
Para paseantes

En Winchcombe me encontré a estos monaguillos entrando en la iglesia antes de que cayera el mayor chaparrón del viaje.

Monaguillos en Winchcombe #cotswolds #uk #countryside #country

De Broadway se me quedaron grabadas las amplísimas calles de las que toma el nombre el pueblo.

Broadway
Broadway

De Chipping Campden, las galerías y el Market Hall, un mercado del siglo XVII sorprendentemente pequeño para los estándares actuales.

Chipping Camden
Chipping Camden
Chipping Camden Market Hall
Chipping Camden Market Hall

En Stow-on-the-world está el que se proclama el hotel más antiguo de Inglaterra, The Royalist.

The Royalist Hotel, en Stowe-on-the-world, dice ser el más antiguo de Inglaterra #cotswolds #countryside #country #uk
The Royalist Hotel, en Stowe-on-the-world

La tiendita de Barbour en la plaza principal -Market Square- nos da una idea de lo que gastan en ropa los vecinos.

Stow-on-the-Wold
Stow-on-the-Wold

La zona de Lower Slaughter la recuerdo como el secreto mejor guardado de los Cotswolds, tan apacible y recóndita. Paseando junto al canal llegas a un molino de agua del XIX que hoy es una tea shop.

Lower Slaughter
Lower Slaughter
Molino de agua en Lower Slaughter
Molino de agua en Lower Slaughter
Lower Slaughter
Lower Slaughter

Bourton-on-the-Water es conocido como la Venecia de los Cotswolds, aunque no hay laguna ni canales, solo un río que atraviesa la población. Tal vez es lo más turístico que encontré.

Bourton-on-the-water #cotswolds #countryside #uk
Bourton-on-the-water

Burford es la parada de shopping. Por lo visto Kate Winslet tiene casa en los alrededores. Allí me tomé un riquísimo Chelsea bun.

Burford
Burford
Chelsea bun en Burford
Chelsea bun en Burford

Lechlade es conocido porque allí escribió Shelley su poema A Summer Evening Churchyard.

Lechlade y su vínculo con Shelley
Lechlade y su vínculo con Shelley

En los Cotswolds hay cocina mediterránea por todas partes. Ocurre lo mismo que con la japonesa: la han adoptado todos los ambientes preocupados por lo saludable. Fue un gran alivio porque no soy muy amiga de la comida british. Aunque uno de los días desayuné un estupendo porridge con azúcar Demerara.

Donde se ponga un "hot porridge with Demerara sugar" para desayunar... #porridge #breakfast #desayuno
«Hot porridge with Demerara sugar» para desayunar…

¡Me muero por volver!

Cotswolds, junio 2012
En algún lugar de la campiña
Cotswolds, junio 2012
En algún lugar de la campiña
Cotswolds, junio 2012
En algún lugar de la campiña
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Reencuentro con La señora Dalloway

Si Virginia Woolf tuviera su Bloomsday (¿Woolfsday?) se celebraría un día de junio de 1923.

La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores…

Así empieza esta novela, en la que no pasa nada -salvo el triste fin de Septimus, contrapunto de locura a la autocontención de Clarissa/Virginia – y a la vez ocurre todo lo que pueda ser importante en una vida.

Esto es una relectura, van tres. He vuelto a pasar un día entero con la señora Dalloway y lo que ella amaba: la vida. Londres, este instante de junio [de 1923]. Recordando y preparando todo para la fiesta de esa noche.

Alguna vez he empezado un libro, por ejemplo de Paul Auster, y he tardado páginas en darme cuenta de que ya lo había leído. Con La señora Dalloway es imposible: la primera frase contiene su principio y su fin.

Habla Clarissa de los momentos que detienen el tiempo. Son aquellos que, incluso hoy, ni se cuentan ni están documentados. Allá el que los ponga en su timeline.

La compensación de hacerse viejo estribaba sencillamente en lo siguiente: las pasiones siguen tan fuertes como siempre, pero uno ha adquirido -¡al fin!- la capacidad que da el supremo aroma a la existencia, la capacidad de dominar la experiencia, de darle la vuelta, lentamente, a la luz. Ahora, a los cincuenta y tres años, uno había casi dejado de necesitar a la gente. La vida en sí misma, cada uno de sus momentos, cada gota, aquí, este instante, ahora, al sol, Regent’s Park, era suficiente.

Hace poco oí decir a una actriz nonagenaria -no recuerdo el nombre- que pese a los achaques conservaba la ilusión de siempre por levantarse temprano, disfrutar del sol y de su jardín. Abrir la ventana, ver empezar el día y aprovechar los ratitos que son de mi propiedad como el mayor de los regalos es lo que hace que esta vida sea bonita 🙂

Para conocer a Clarissa, o para conocer a cualquiera, uno debía buscar a la gente que lo completaba; incluso los lugares.

Siguiendo el orden de publicación, ahora me toca decidir si releo Al faro, para mí la novela entre las novelas, la que condensa todo lo que busco y espero de la literatura.

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Tres horas al día sin interrupciones

Un diálogo de Nueva York, la novela de Edward Rutherfurd, nos recuerda aquel consejo de Virginia Woolf tan irrealizable en la era de las interrupciones:

Virginia Woolf explicaba que, en cierto periodo de su vida, consiguió producir mucho porque disponía de tres horas de trabajo ininterrumpidas cada día. Y yo pensé: ¿de qué demonios habla? ¿Sólo tres horas de trabajo al día? Luego estuve observando en la oficina a toda esa gente que trabaja catorce horas al día y pensé: ¿cuántos de ellos dedican realmente tres horas al día a una auténtica actividad intelectual y creativa? Mi conclusión fue que probablemente ninguno. Así que Virginia Woolf consiguió mucho más de lo que lograrán ellos en toda su vida con tres horas al día. Da mucho que pensar. Quizás harían algo mejor si trabajaran menos.

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Al sur de Granada, de Gerald Brenan

Virginia Woolf tiene la mentalidad más abierta de todo el grupo de Bloomsbury, después de Maynard Keynes (…) Hay escritores cuya personalidad se asemeja a su obra, y hay otros que al saludarles y conocerles resultan totalmente distintos de ella. Virginia Woolf pertenecía decididamente al primer grupo (…) Hablaba tal como escribía, de una forma igualmente íntima.

No sabía que Virginia Woolf aparecía en uno de los capítulos de Al sur de Granada (1957), el libro en el que Gerald Brenan evoca sus años en La Alpujarra granadina al tiempo que disecciona una cultura rural fascinante para un inglés recién llegado de luchar en la Gran Guerra. La Woolf visita a a Brenan acompañada de Leonard Woolf. Tiempo antes lo harían la pintora Carrington y el escritor Lytton Strachey, entre otros miembros del clan Bloomsbury.

Estaba demasiado atada a su grupo por su nacimiento, sus aficiones sociales, sus deseos de lisonja y alabanza, y solamente podía echar una ojeada distante e incómoda al exterior. Su sentido de la precariedad de las cosas, que impregna de seriedad a su obra, procedía de su vida privada, de la impresión por la muerte de su hermano Toby y de su experiencia de la locura.

 

 

Brenan, junto con Chris Stewart, tiene la culpa de que tantos ingleses se hayan establecido en La Alpujarra. Yo misma compré Al sur de Granada y El loro en el limonero, segundo tomo de las vivencias de Stewart en esta región, al hacer una parada en Trevélez el mes pasado.

Nieve en las cumbres de Sierra Nevada durante un atardecer en Trevélez

Desconozco cuánto hay de vigente en las notas etnológicas y antropológicas de Al sur de Granada, una crónica escrita en primera persona bajo el poderoso influjo de La rama dorada de Frazer y publicada años después que Los pueblos de España (1946), de Julio Caro Baroja. Brenan explica que las gentes del sur de Europa poblaron y civilizaron Gran Bretaña, o que la arquitectura de La Alpujarra únicamente se encuentra en Argelia y el Atlás marroquí. Más notas curiosas:

Sobre el paladar español y el agua:
Los españoles, como frecuentemente se ha señalado, aprecian en el agua no sólo la abundancia, sino también el sabor. Su paladar, tan basto por lo general para apreciar el vino, es de una exquisita sensibilidad cuando saborea el líquido natural.

Sobre el flamenco:
El viajero del norte, cuyas orejas acusan el impacto de lo que suele considerar un maullido desagradable, supone de una manera bastante natural que esta forma de cantar tiene un origen morisco o arábigo.

Sobre el cortijo andaluz:
El gran cortijo o granja de los llanos andaluces es un descendiente directo de la villa romana.

Sobre el sedentarismo español:
Aunque son capacedes de grandes esfuerzos cuando es necesario, los españoles (con la excepción de los naturales de las provincias lluviosas del Cantábrico) son preferentemente sedentarios y amantes de la ciudad.

Las nubes de La Alpujarra tienen una existencia individual y se mantienen en el mismo lugar durante semanas, dice Gerald Brenan. En la imagen, los pueblos de Bubión y Capileira vistos desde Pampaneira.

Sobre Granada
El lugar, de resonancias líricas, de situación, detalles, tonos y formas tan elegantes, evocaba Toscana o Umbría más que la dura y leonada piel de España (…) A pesar de su latitud, tiene un carácter y un clima mucho más norteño que Nápoles (…) Las lluvias, en invierno, superan a las del sur de Inglaterra (…) Los ciudadanos de esta poética ciudad están muy lejos de casar con la idea que tenemos sobre el carácter andaluz. Con sus cipreses y sus álamos, sus corrientes de agua y su elevado emplazamiento, parece destinada a ser una ciudad como Florencia, en la que las artes y la poesía, la pintura y la música arraigan y florecen. Pero nunca ha sido así, excepto durante un corto periodo antes de la guerra civil.

Y sobre la vida campesina española y su vínculo con la tragedia griega clásica:
Los que han vivido mucho tiempo en los pueblos del sur de Europa se habrán percatado de cuántos de estos insignificantes dramas de la vida campesina recuerdan a los de la tragedia griega clásica. Las parcas, las furias, las lujurias y los odios catastróficos, ejemplos de hubris y pasión demoniaca, se aclimatan, aunque vestidas pobremente y a un nivel muy inferior, en estas comunidades, porque el apasionado temperamento de los sureños, al no encontrar salida válida en la pobreza y la estrechez de sus vidas, permite que sus deseos y resentimientos se acumulen hasta convertirse en obsesiones.

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El cuarto de Jacob, de Virginia Woolf

No se puede confiar en los victorianos, que todo lo mutilaban, ni en los contemporáneos, que son meros correctores.

La ruptura de Virginia Woolf con la novela tradicional se produce en El cuarto de Jacob (1922), prácticamente imposible de encontrar traducida en España. Menos mal que existe Iberlibro, donde me hice con un frágil ejemplar de Lumen de segunda mano.

La bahía entera tembló; el faro vaciló; y a Betty Flanders le pareció que el mástil del yatecillo del señor O’Connor se doblaba como una candela puesta al sol.

La playa de Stutland, de Vanessa Bell (hermana de Virginia Woolf)
La playa de Stutland, de Vanessa Bell (hermana de Virginia Woolf)

El cuarto de Jacob es una novela pictórica, yo diría que la gran aportación de la Woolf a la narrativa impresionista a la que, por cierto, tanto debe este blog. Cada pasaje es un cuadro que cobra movimiento. Las olas,  el faro y ese Londres febril condensan lo que Virginia haría con su literatura.

Las chimeneas y las estaciones guardacostas y las pequeñas bahías con olas que rompen sin que nadie las vea inducen a recordar la tristeza avasalladora. ¿Y qué puede ser esta tristeza? La destila la misma tierra.

Pero El cuarto de Jacob todavía no es una obra redonda y va marchitándose a medida que se acerca el final: Las lilas se desmayan en abril, difundiendo un aroma parecido al del dormitorio de un inválido.

Jacob Flanders, el protagonista, es un trasunto de Tobby, el hermano de la escritora que murió tan joven. Esboza su pensamiento con pinceladas demasiado sueltas. Es frívolo, snob, tímido, misterioso y altivo y apenas le oímos hablar. Cree que ha leído todos los libros del mundo y que conoce todos los pecados, pasiones y alegrías. Jamás ha podido leer entera una obra de Shakespeare.

Sus lecturas e introspecciones son las del grupo de Bloomsbury, con su templo, el British Museum, convertido en un personaje más: Hombres pobres y altamente respetables, con esposas e hijos en Kentish Town, emplean sus mejores energías, durante veinte años, en proteger a Platón y a Shakespeare, y luego son enterrados en Highgate.

He disfrutado recorriendo de nuevo Grecia de la mano de Jacob, que en Atenas se aloja en la Plaza de la Constitución, ¿tal vez en el Hotel Grande Bretagne, que lleva 140 años en pie? Entonces todavía había acceso libre al Partenón, bajo cuyas columnas las mujeres enrollan las negras medias de punto que confeccionan a la sombra de las columnas. Un Partenón que parece capaz, con toda probabilidad, de durar más que el mundo entero.

Probablemente -dijo Jacob-, tú y yo somos los únicos en todo el mundo que sabemos lo que los griegos quisieron decir (…) Me propongo visitar Grecia todos los años mientras viva. Es el único medio que veo para protegerme de la civilización.

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Noche y día, de Virginia Woolf

 

Trafalgar Square en 1926

Noche y día (1919) es la novela más intrascendente de Virginia Woolf. Transcurre en el Londres de principios del XX, en esos ambientes de señoras que se dedican a hacer visitas alrededor de las cinco de la tarde. En jerga de Facebook, sería el equivalente a las señoras que se pasean en horario de oficina por el barrio de Salamanca con bolsas de Miu Miu y Prada.

La Woolf más Austen se rebela contra esas leyes por las que las mujeres se retiran invariablemente cuando los hombres, como en cumplimiento de un rito religioso, comienzan a beber y fumar.

Es una novela menor, tan convencional que nadie diría que en apenas tres años Virginia retorcería su narrativa para hacerla pictórica, sensual y endiablada en El cuarto de Jacob.

Londres es un protagonista más de la novela, como Katharine o Ralph, y lo volverá a ser de títulos posteriores. Es el Londres nocturno en el que resuenan los pasos de los que se retiran tarde porque reflexionan mientras caminan, el de los primeros oficinistas y el de sufragistas como Mary Datchet.

A los veintinueve años podía enfrentarse con legítimo orgullo con una vida perfectamente dividida entre las horas de trabajo y las horas de los sueños; dos vidas totalmente distintas, al lado una de la otra, pero sin mezclarse jamás.

Un mundo se acaba y otro, desconcertante, lo sustituye:

«La joven generación está llamando a la puerta»; yo le respondí: «¡Oh, la generación joven suele entrar sin llamar, míster Pelham!».

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Ni como usted ni como yo

Permítanme que les hable de los muy ricos. No son como usted ni como yo.

Veo en El niño bien (1926), de F.S. Fitzgerald, unas cuantas boutades que ni pintadas para la explosión de realities, reportajes y callejeros sobre el mundo de los ricos.

Fitzgerald remarca que la «gente bien» de Nueva York tiene un acento muy peculiar, cosa que sigue ocurriendo. Para mí no es tan reconocible como el de las Katy Perrys (gross!) o los Sawyers (Yo yourself, Pillsbury), pero lo he ido asimilando gracias, precisamente, a ese afán de los últimos años por documentar la ostentación.

Todos somos bichos raros, más raritos detrás de nuestras caras y nuestras voces de lo que queremos que sepan los demás o de lo que sabemos nosotros mismos.

Cuando habla de una familia «que había contribuido a levantar Nueva York», explica que «era rica antes de 1880». Los autores del cruce de siglo (XIX-XX) dieron una de mis épocas predilectas de la literatura anglosajona, de ahí quizá mi devoción por La edad de la inocencia, Henry James, Virginia Woolf, D.H. Lawrence, Fitzgerald… con el contrapunto «feísta» de la carnicería de Gangs of New York -algo anterior- o Faulkner. Cuánto gusta ahora ese lado sucio; que le pregunten a Guy Ritchie.

Durante el resto de su vida lo acompañó una especie de impaciencia con todos los grupos en los que él no era el centro, fuera por dinero, por posición o por autoridad.

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