Cuando los humoristas tienen hijos, y sobre todo si lo suyo es la observational comedy, a menudo incorporan a sus monólogos las experiencias de los primeros años como madres/padres. Si es éxito o sin éxito es donde está el debate. En el New York Times acaban de analizar muy bien este fenómeno que ellos llaman parent trap de la comedia.
Hablar de los bebés, niños o crianza es tan universal como nicho. A la gente que no tiene hijos, no plantea tenerlos en breve o hace mucho que los tuvo, el tema no le interesa o le aburre rápidamente. No hace falta irse a la comedia para darse cuenta de esto, porque pasa lo mismo en nuestras vidas.
Pese a resultarme cercana la temática de estos monólogos, por lo general me decepcionan. Están plagados de ocurrencias que no se diferencian en nada de lo que oímos o decimos cuando charlamos con otros padres y madres en la puerta del colegio. Es un humor que no trasciende, sin ambición y que solo toleramos porque el cómico de turno nos gustó en anteriores stand-ups, y se lo perdonamos a la espera de que su arte vuelva a ganar altura.
Podría hacerse buena comedia con esto, por supuesto, falta que alguien lo consiga.
Laurie tenía siete hermanos y solía pasear a los más pequeños por su pueblo de Illinois, incluso los días más fríos de invierno cuando el lago estaba congelado. Uno de esos días, patinando sobre el lago el hielo se rompió y el carrito en el que empujaba a sus hermanos, un par de gemelos de dos o tres años, se hundió en el lago. Laurie rescató primero a uno, luego al otro, y los llevó a toda prisa a casa para que no se congelaran.
Al llegar a casa su madre le dijo, horrorizada, que era peligroso patinar sobre el lago congelado, que podía haber matado a los gemelos. Y al instante le comentó lo admirada que estaba de lo bien que nadaba y buceaba. Ese cambio de tono y de mensaje, dice Laurie, le transformó para siempre. Se sintió capaz y útil, y desde entonces afrontó la vida de otra manera.
Todos guardamos en el fondo de nuestro corazón alguna divergencia. Todos somos rarunos, aunque, eso sí,
algunos más que otros (Rosa Montero, El peligro de estar cuerda).
La frase de Rosa Montero me tomo la libertad de redondearla con otra cita de su libro, esta vez de Albert Camus: Nadie se da cuenta de que algunas personas gastan una energía tremenda simplemente para ser normales.
El peligro de estar cuerda es un libro para leer a ratos, pero tienen que ser ratos con la mente clara. Trata de las particularidades de los cerebros de creadores y artistas, y también de los de gente que no puede vivir sin compañía del arte. Habla de escritores, pero también de los que no concibimos vivir sin la lectura.
Algunas de las citas que trae son para guardarlas, como esta de Shakespeare: Es una lástima que los locos no tengan derecho a hablar sensatamente de las locuras de la gente sensata.
La frase de Shakespeare no puede ser más actual. Que se lo digan a Kanye West, que estos días va comentando que se siente herido cuando le toman por loco. Es verdad que se lo ha buscado, pero ejemplos así hay todos los días: ¿pierde valor una idea por el hecho de expresarla alguien que tenga diagnosticada una enfermedad mental? ¿una persona con depresión puede decir que un paisaje le pone triste? ¿alguien con ansiedad puede comentar que la cercanía de un evento le paraliza? ¿les vamos a callar diciendo «es por tu enfermedad»?
Otra cita clarificadora, esta vez de Anne Sexton: Mis admiradores creen que me he curado, pero no; solo me he hecho poeta.
El poder curador de la escritura y la lectura está demostrado. Respecto a la escritura, solo hay que pensar en la moda del journaling y el bienestar mental que produce. Respecto a la lectura, todos sabemos que es muy difícil leer cuando la mente está saltando a toda velocidad de un pensamiento a otro, o sobrecargada. Y leer con atención es como meditar: los pensamientos dejan de atropellarse y queda solo uno, o al menos uno domina a todos los demás: el que nace del libro.
Anne Sexton
Muy interesantes también las reflexiones sobre la socialización: Las carencias sociales o sensoriales durante los primeros años de vida dañan la estructura del cerebro —sigue diciendo Kandel—. De manera similar, necesitamos la interacción social para seguir siendo inteligentes en la vejez (Eric Kandel). Si necesitamos más pruebas del papel fundamental de una correcta socialización para nuestra cordura, ahí van: Para el cerebro, el rechazo social es tan importante que literalmente duele: activa la misma matriz neuronal que el dolor (David Eagleman, neurocientífico).
Termino con una descorazonadora cita sobre la vejez: Alguien dijo que uno de los grandes problemas de ser viejo era que no puedes decir en voz alta casi ninguna de las cosas que realmente piensas, porque siempre resultas ridículo o chocante o molesto.
Estas famosas que llevan décadas autoanalizándose con ayuda de profesionales tienen respuesta a muchas de nuestras rumiaciones. Una frase trabajada con su terapeuta de cabecera nos ayuda a los demás a ubicarnos y explicarnos. O, por lo menos, nos da que pensar.
Me gusta lo que comenta Alannis sobre que antes de ser madre no paraba de hablar y de opinar. Desde que es madre, lo que le pide el cuerpo es escuchar y empatizar. Me propongo esforzarme cada día por sacar lo mejor de esta segunda etapa de la que habla.
Y entiendo a Mayim cuando recuerda que la llegada de Alannis hablando de medicación en Jagged Little Pill fue un meteorito en su vida, como cuando escuchó a Nirvana por primera vez.
Creo que, superado el trastorno adaptativo de la primera etapa de la maternidad, se nos presenta un camino para crecer y disfrutar siendo quienes somos realmente, sin artificios.
Tampoco sé mucho de caballos, por eso me quedé pensativa al escuchar a la cómica Whitney Cummings explicándole a Marc Maron que ella solo monta a caballo si es consensuado.
Lo que estamos acostumbrados a ver en películas o series de cowboys es el proceso de break a horse, es decir, de amaestrarlo para que lo puedan cabalgar personas. En Yellowstone, esta práctica aparece en casi cada episodio.
Whitney Cummings a lo que se dedica es a unbreak horses: rescata caballos que están exhaustos, que reniegan de ser cabalgados, y les devuelve la calma de vivir a su aire
Será porque nunca he tenido perro que no había caído en que los perros tienen adolescencia, como las personas. Ocurre entre los seis meses y los dos años, aproximadamente. Se vuelven más desobedientes, no paran quietos, rompen cosas en la casa. Es a esa edad cuando hay más abandonos, al dejar de ser cachorros y sacar su personalidad.
Lorne Michaels tiene 77 años y lleva al frente de Saturday Night Live desde su estreno en 1975. No se prodiga demasiado, pero esta semana ha charlado con Dana Carvey y David Spade en su podcast Fly On the Wall.
Michaels es un dios para los cómicos que sueñan con escribir o protagonizar los sketches de su programa. También para Rob Lowe, que se ha hecho podcaster y no hay episodio de Literally! with Rob Lowe en el que no hable del creador de SNL.
El olfato de Lorne Michaels para la comedia es finísimo, quién lo duda a estas alturas. De SNL han salido Bill Murray, Adam Sandler, Will Ferrell, Eddie Murphy, John Bellushi, Chris Rock… Demasiados hombres, sí, pero por suerte en las últimas décadas también muchas cómicas a las que venero, como Tina Fey, Maya Rudolph, Amy Poehler, Kristen Wigg o Kate McKinnon. Si creemos (y yo lo creo) que en un mundo de hombres hay que ser cuatro veces mejor que ellos para colocarse a su nivel, nos podemos imaginar la estatura de estas cómicas.
A Fly On the Wall acudió hace unos meses precisamente Tina Fey. Para ella, el sketch que mejor representa el giro de los tiempos en el humor de SNL es el del iceberg del Titanic. En él, un Bowen Yang caracterizado como el iceberg contra el que chocó el Titanic se queja a Colin Jost de que nadie se haya disculpado por haberle golpeado cuando estaba descansando aquella noche en su casa.
Volviendo a Lorne Michaels, cuando le preguntan por qué cree que a medida que envejecemos nos llaman más el campo y la naturaleza, él responde que no lo ve así:: lo que nos atrae son los paisajes de la infancia. Por eso, dice, él descansa del ajetreo televisivo y de Nueva York en su casa de Amagansett, en los Hamptons. Es lo más parecido a su Toronto natal que ha localizado a corta distancia de NYC
Christina Ricci, caracterizada como Misty en la serie Yellowjackets
Christina Ricci reconoce que, al principio de ser famosa, lanzaba a propósito impertinencias y provocaciones en cada entrevista. Ahora, después de mucho trabajo de autoconocimiento, está más comedida y lo que queda es un sentido del humor muy particular que he descubierto en su charla con Marc Maron en el podcast WTF. Me ha sabido a poco la hora que dura el episodio, por lo que cuenta y por cómo se expresa.
Le explica a Marc Maron que su padre -con quien tiene una relación complicada- se dedicó durante un tiempo a aplicar la terapia del grito, inventada por Arthur Janov y que, como podemos imaginar, consiste en sacar toda la ira que llevas dentro a base de gritos. Según leo, John Lennon o Ingmar Bergman se interesaron bastante por este método. El padre de Ricci lideraba sesiones grupales en el sótano de la casa familiar, que además incluían role play: uno de los pacientes se metía en el papel del causante de los traumas de otro, que se desahoga chillándole hasta que se sentía liberado.
Y otra declaración que me ha dado que pensar, porque no conocía ese tipo de ansiedad: Christina Ricci es botonofóbica, es decir, tiene fobia a las plantas, y en particular a las de interior. Su explicación literal: no eches tierra dentro de casa a propósito.
¿Por qué ponen diademas a bebés sin pelo? Lanza la pregunta Hannah Gadsby en su monólogo Nanette. La respuesta, al final del post.
Todavía estoy recuperándome de este especial que se puede ver en Netflix. Hizo mucho ruido cuando se estrenó, pero hasta ahora no había podido verlo con calma y entiendo por qué fue un hito.
Empieza con comedia, pero a continuación se suceden unos altibajos muy pronunciados de tensión, a medida que Hannah toca temas sensibles y no sabes si reirte o parar el vídeo, descansar y formarte una opinión sobre lo que está haciendo. Ella reconoce que es especialmente hábil para modular la tensión en su show, y vaya si lo consigue… Lo que empieza como un chiste termina en grito de ira y desesperación.
Hannah creció en un pueblito del «cinturón bíblico» de la isla de Tasmania cuando allí todavía era un crimen la homosexualidad. En varias ocasiones comenta que quiere dejar la comedia. No lo ha hecho, pero entiendes su planteamiento. En resumen: si un hombre cis hace chistes de autocrítica salvaje (selfdeprecating), lo vemos como un baño de humildad. Pero si alquien con la historia de Gadsby convierte en humor sus vivencias, lo que consigue es humillarse, que es lo último que necesitaba. Y ella quiere controlar la forma de contar la historia para que no sea así.
A los bebés sin pelo les ponen diadema para que se note que son niñas. Vamoos a pensar sobre esto.
Imagínate firmar tus libros como Elizabeth Taylor y ser contemporánea -aunque algo mayor- de una actriz con el mismo nombre y mundialmente conocida. Es lo que le pasó a una autora inglesa (1912-1975) cuya obra se ha empezado a reivindicar, después de haber sido leída en su época pero poco valorada por la crítica. Cualquier búsqueda sobre ella tiene que ir seguida de «escritora», de lo contrario aterrizas en informaciones sobre la actriz.
Acabo de leer sus Complete Short Stories y lo más interesante es ver cómo pone la lupa sobre vivencias que tradicionalmente han tenido poca presencia en la literatura, mucho menos desde una mirada femenina que ella no enmascara. Y, sobre todo, en personajes que tradicionalmente hubieran sido secundarios o definidos en un par de líneas. Hoy en día a esa mirada y a esos temas ya estamos más acostumbradas.
Me identifico con tantas cosas que dice que casi todo el libro ha terminado subrayado. Aquí va una selección de fragmentos:
Sobre la experiencia de tener niños (que no hijos) vista desde la recién estrenada madurez:
Ahora nunca pienso sobre el hecho de tener niños. Es un tema que me aburre enormemente, como un hobby que he dejado atrás. Cuando me entero de que alguna mujer más joven ha tenido un niño, hasta me sorprendo un poco, porque me resulta algo finiquitado y pasado de moda. Están hablando conmigo y no se dan cuenta de lo poco que me interesa lo que dicen. Solo pienso, «Dios mío, ¿la gente todavía está teniendo niños?»
Comenta que esa empatía vuelve más adelante, al tener nietos.
Habla también de la rigidez en las rutinas a partir de ciertas edades:
Tenía pequeñas formas de mimarse durante las largas horas que pasaba sola, consuelos que se fueron haciendo más importantes a medida que cumplió más años, hasta que llegó el día en que el no tener su taza de té a las cuatro y media era el preludio del desastre.
¿Y qué decir de la impaciencia? Hoy en día es mi estado por defecto:
Cuando le preguntó a Harry él se rió y le dijo que hablara con su padre, lo cual significada perder tres cuartos de hora sentada en la cocina y que luego se hiciera tarde para dar un paseo.
En definitiva, describe vivencias de la que una no es consciente hasta que alcanza cierta edad:
Comprar libros con letra pequeña no es ahorrar, porque antes de que te des cuenta estarás pagando elevadas facturas del oculista.
Cuando eres mayor nadie responde. Hablas y nadie escucha.
Todo en la vida lo tomaba con el mismo ritmo pausado – signo de envejecimiento.