Publicada el septiembre 22, 2015 por
Rosana Ferreres
Martha’s Vineyard nos suena por haber sido destino de vacaciones de varios presidentes americanos, porque allí se estrelló la avioneta de John F. Kennedy Jr. y como localización del primer Tiburón(esto último lo acabo de saber). Pero esta isla frente Cape Cod, Massachusetts, también se estudia porque durante mucho tiempo fue testigo de un particular bilingüismo: el de la lengua hablada y la de signos.
Martha’s Vineyard
La endogamia y la intervención de un gen traído por los primeros colonos ingleses llevaron al nacimiento de muchos sordos en la isla. Tantos que hasta los no sordos empezaron a hablar con señas incluso cuando no era necesario, usando la variedad propia del lugar, conocida como MVSL (Martha’s Vineyard Sign Languaje). Con la afluencia de turistas dejaron de formarse parejas entre los descendientes del gen, y el último sordo nació en la isla en los años cincuenta del siglo XX.
Un detalle curioso de la lengua de signos estadounidense es que, contrariamente a lo que esperaríamos, se parece más a la que se usa en Francia que a la británica. El origen está en la labor del pedagogo francés Laurent Clerc, fundador de la primera escuela para sordos de Estados Unidos en 1817 en Hartford, Connecticut.
Si casi te quedas dormida pero no te duermes, es meditación.
Un libro es el soporte perfecto para ajustar cuentas con tus congéneres, y más si tus pensamientos son especialmente afilados y ocurrentes. Haces una lista de 50 cosas que no soportas de los demás y la vas dosificando, cada 4-5 páginas dejas caer una y con suerte se integra bien con la historia. También puede ser al revés: escribes y sobre la marcha surgen reflexiones demoledoras. Entonces eres un artista.
Lorrie Moore sí que hace arte en Pájaros de América (si no, por principios no hubiera terminado de leerlo). Tiene algún relato que o lo lees con un poco de distancia o sales muy, muy tocado. Si estás en una fase de tu vida en la que sólo admites las lecturas de humor y/o fantasía, ni te acerques a este libro de 2009. Tiene para todos y en particular para las extrañezas del primer mundo:
El peloteo en el mundo académico (este pensamiento es recurrente en la gran novela americana): Tienes que entender las publicaciones académicas. Nadie lee esos libros. Simplemente, todo el mundo se pone de acuerdo en publicar lo de los otros. Es una gran estupidez en círculo. Es un acuerdo rentable y gigante. Cuando te paras a pensar en ello, probablemente viola la ley de Sherman.
La medallitis: Cada estado por separado (Georgia, Misisipí o cualquier otro) compite por atribuirse toda clase de primicias [de la Coca Cola]: se sirvió aquí por primera vez, se embotelló allí por primera vez (primera sed, primer sorbo); es una gran batalla empresarial entre dos bandos.
El no elegir uno dónde nace:
«Estados Unidos, ¿cómo puedes vivir en ese país?», había preguntado el hombre. Agnes se había encogido de hombros. «Tengo la mayoría de mis cosas allí», había dicho, y fue entonces cuando sintió por primera vez el amor y la vergüenza oscura que venían del hogar como puro accidente, el lugar profundo y arbitrario que resultaba ser el suyo.
Las muchas formas de expresar el enfado:
Fueron a comer a un restaurante y pidieron cosas diferentes, como si los tres fueran desconocidos empeñados en reivindicar sus gustos con mal genio.
Lo que nos hace buenos: Siempre iban tonteando de aquí para allá, y mentían a sus cónyuges. Pero ¡reciclaban los periódicos!
Las excentricidades, que se atenúan cuando se perpetran en compañía: Por la mañana fue a visitar a sus padres a Elmhurst. Habían envuelto la casa en plástico para el invierno (las ventanas, las puertas) de modo que parecía una obra de arte vanguardista. «Así la factura de la calefacción no sube tanto», comentaron.
El miedo escénico y cómo nos domina: Era un miedo mayor que el que se tiene a la muerte, según las revistas. La muerte ocupaba el cuarto lugar. Después de la mutilación, que era el tercero, y el divorcio, el segundo. El número uno, el verdadero miedo al cual la muerte no podía ni aproximarse, era a hablar en público.
El aprender a convivir con la soledad: Quizá la madre nunca había manifestado afecto por Abby, la verdad es que no; pero le había dado el don de saber llevar bien la soledad, con sus terribles bandazos hacia el exterior y sus caídas suaves hacia la tranquilidad.
La utilidad de la timidez: La timidez, dice siempre Quilty, es lo que hace que el mundo esté unido. Mejor dicho, es lo que antes hacía que el mundo estuviera unido, lo salvaba de volverse loco con el caos. Sí, pero ahora… es otra historia.
El gap generacional cuando la educación superior llega a una familia: Se han educado en exceso y ya no pueden hablar con sus propias madres. Eso los enloquece un poco. Literalmente han perdido la lengua materna.
Y un último apunte: ¿qué tiene la literatura norteamericana con los pájaros?
En 2006, Nora Ephron contó en The New Yorker su historia de amor con un apartamento del edificio Apthorp, en el Upper West Side de Nueva York.
El Apthorp lo mandó construir William Waldorf Astor a principios del siglo XX, y Ephron tuvo la suerte de alquilar el apartamento cuando aún no se había rehabilitado, tenía ratones, las chimeneas no funcionaban y había asbestos en los radiadores. Era 1980 y pagaba 500 dólares al mes que se convirtieron en 12.000 cuando los nuevos dueños convirtieron la finca en el edificio de lujo que es hoy.
La forma de narrar -y de hacer humor- de los judíos americanos me tiene fascinada, estoy saltando de Malamud a Bashevis Singer y Bellow y después de vuelta a Malamud pasando por Nora Ephron. Me da mucha pena haber descubierto a Ephron como periodista y escritora ahora que ya no está, pero mejor tarde que nunca. Y de paso hago un pequeño homenaje a su talento.
Después de años en el Upper West, ella acabó en el Upper East, donde al parecer el clima es más benévolo lejos de las batidas del río Hudson.
Lugares que no quiero compartir con nadie, de Elvira Lindo
Quien ahora vive en el Upper West es Elvira Lindo. En Lugares que no quiero compartir con nadie habla de este barrio de gente progresista, cultivada y en muchos casos judía cuyos verdaderos protagonistas son los viejos […] Disfrutan de ese ambiente residencial en el que nada es cool pero (casi) todo es auténtico. Los viejos de Manhattan suelen estar en el norte de la isla; los jóvenes, en el sur […] En el noreste, despliegan la extravagancia del dinero; en el noroeste, donde está mi casa, la dejadez indumentaria que está permitida en uno de los barrios más progresistas y claramente diversos de Manhattan.
Y esta ilustración de The New Yorker que firma Roz Chast, nacida en Brooklyn, que incorporan en esta y en otras publicaciones literarias a personajes del «otro lado» de la ciudad, al estereotipo del West Side, individuos de aspecto más desastroso y naturaleza atormentada o enfrentada a las contracciones de su tiempo […] creyentes en esa biblia que es el New York Times.
He sacado mil notas del libro, el que más me ha gustado de los suyos. No tiene un orden claro, es breve y se va por las ramas, dejándose llevar por su cariño hacia cada sitio y su historia: El secreto de esta crónica es que está escrita para mí, para esa persona que yo seré en un futuro.
Para situarnos: Mi barrio, que de sur a norte comienza en Lincoln Square y termina en la Universidad de Columbia, y de este a oeste, el río Hudson a Central Park.
Ahí van mis notas:
… sobre el apego a su barrio de los neoyorkinos en general y de los del Upper West en particular
Lo que caracteriza a un irreductible habitante de Manhattan es que mueve muy pocas veces el culo para salir de la isla.
Los de siempre, los neoyorkinos, viviendo a fondo el barrio que les tocó en suerte, construyendo su propio hábitat dentro de la ciudad para hacerla más habitable y sin sentir la necesidad de abarcarlo todo.
Barbara es tan Upper West que apenas ha cruzado el puente de Brooklyn dos veces desde que llegó a Nueva York en el año 1973.
… Lexington Avenue y alrededores
Lexington, sobre todo el tramo por el que paseo ahora, a la altura de la calle 70, ofrece una autenticidad que sólo los neoyorkinos nostálgicos y sensibles advierten […] Una ciudad de provincias con sus comercios sólidos y un poco anticuados.
Upper West Side
… el puente de George Washington
Tornillos y roscas de gran tamaño que he encontrado por el suelo, debajo del George Washington, que te dejan con la inquietud de si es posible que semejante obra de prodigiosa ingeniería pueda ir perdiendo con el paso del tiempo algunas de sus piezas sin que se venga abajo toda su formidable estructura.
George Washington Bridge
… el Nueva York de los Lorca
Lorca en Nueva York
Riverside Drive, cerca de Columbia, donde se hospedó y estudió (no mucho) García Lorca en el año 29.
Conocí este parque hace once años, cuando vine a Nueva York con la intención de escribir un libro para jóvenes sobre Federico García Lorca, y visité esta calle, Riverside Drive, y este parque del Riverside, porque es aquí donde la familia Lorca vino a instalarse.
Ahí, en el Riverside Park, salía don Federico cada tarde a fumarse un puro dándole vueltas, una y otra y otra vez, a por qué se empeñó en que su hijo no emprendiera ese viaje a México que le hubiera salvado de la muerte.
… la ciudad parcheada
Tienen los neoyorkinos un afán ahorrativo que unas veces admiro y otras me inquieta: toda la ciudad está hecha de parches, parches que son consecuencia en ocasiones del poco gasto público pero en otras del poco gasto privado. Es mejor no pensar en el número de apaños, retoques, parches y chapuzas que sostienen la ciudad de Nueva York.
Nueva York será más Venecia que nunca en el siglo XXI, dedicada en cuerpo y alma a mantener su encanto para los turistas en contra del éxodo del tiempo.
… Salinger (que ambientó El guardián entre el centeno en NYC)
Salinger inauguró la era del descontento juvenil, le dio forma literaria a un discurso desestructurado y poco racional, sacralizó una desazón que responde más a cambios hormonales que a un verdadero inconformismo social.
Twain y Salinger son padres fundadores de la literatura americana moderna, y por tanto, padres nuestros también.
Faulkner habló e iluminó a Salinger.
… los escritores de Brooklyn
Esa zona encantadora de Prospect Park en la que el New York Times asegura que se da la mayor concentración de escritores de todos los Estados Unidos.
Prospect Park, Brooklyn
… las madres de Brooklyn
En la zona de Prospect Park, en Brooklyn, las madres constituyen un lobby amenazante, inspiradas por un espíritu castrense de entrega a la crianza y convencidas de que la maternidad ha sido inventada por ellas.
… el East River
Mi amiga Anne Caggiano, natural de Orlando, me contaba el terror que experimentó el día en que, viajando en metro de Manhattan a Brooklyn (obviamente debajo del agua), el tren se quedó parado porque, según el conductor informó por los altavoces, una parte del túnel se estaba inundando.
El embarcadero y el East River, Manhattan al fondo
… la gastronomía
Esta importancia desmedida a la novedad en la cocina se está cargando lugares que además del confit de pato, foie o sopa de cebolla, ofrecían sillones mullidos y rincones tranquilos para charlar.
Los restaurantes orientales llevan asentados en las ciudades americanas tanto tiempo como para que los viejos de hoy recuerden haber comido desde la infancia comida india, china o japonesa.
Algo que hace de los platos exóticos algo realmente casero es que cada noche, de cada uno de esos restaurantes orientales de barrio, sale un repartidor para llevar la cena a muchas casas. Las escaleras de los edificios de Nueva York, a partir de las cinco de la tarde, si no antes, huelen a glutamato y a soja, a curry, a bovril, a salsas agridulces.
… el diseño de un país en el que «todo es grande»
La esencia del diseño americano siempre es rústica, campestre, como la poesía que con tanta frecuencia celebra la naturaleza […] Todo está hecho para ser usado, usado y usado muchas veces.
Hay tiendas en las qué más que comprar te gustaría vivir. Fishs Eddy es una de ellas o Anthropologie.
El furor por el vintage fue más un invento de la gente joven de esta ciudad que de las revistas de moda.
… los enteradillos
Nueva York es una mina para los enterados, para los enteradillos [afán colectivo por estar a la última].
Esta es una ciudad obsesionada con las filas y con las listas de éxitos.
… los parecidos poco razonables
Un camarero rompió el misterio preguntándome si es verdad que yo era una Kennedy. Dijo que mi mandíbula no engañaba.
En cuanto me familiarizo con un barrio periférico se me convierte en Moratalaz y Justice Avenue se transformó en Moratalaz en el momento en que mis ojos se acostumbraron a él.
Es mi alma de adolescente periférica de la gran ciudad la que provoca que los comentarios despectivos hacia los lugares con menos encanto me subleven.
Mi especialidad son los barrios feúchos, algo que debe de estar provocado por una fidelidad indestructible al barrio de mi adolescencia.
… un poco de psicología
Enfriar el cerebro es la definición científica de echar una cabezada.
Los ataques contra alguien nunca son abstractos, siempre hieren personalmente.
Más vale no sufrir por aquello que no se puede cambiar.
… la necesidad de visitar Harlem de los españoles que van a Nueva York
Recuerdo a nuestro amigo el hispanista Bill Scherzer comentar con ironía el empeño que tenían los españoles en visitar Harlem […] ¿Cuántos de nosotros hacemos una excursión por placer o curiosidad a las periferias de nuestras ciudades? […] Ese Harlem, si alguna vez existió tal y como nosotros lo imaginábamos, ya no existe […] Cuando tiene verdadera bulla es porque se trata de una zona ruidosa dominada por puertorriqueños o dominicanos.
… y de ir de compras
Los visitantes suelen lanzarse a comprar como si estuvieran dando rienda suelta a sus últimos deseos.
… y un final entrañable
Cuando me asalta la duda de si quiero o no vivir entre dos ciudades, procuro pensar que donde está él está mi casa. No siempre me consuela. Y sé que es una afirmación incongruente en unas páginas en las que pretendo rendir homenaje a esta ciudad, pero no puedo terminar de otra manera, ésta es la pura verdad.
Llegué a Cleveland, Ohio, al atardecer. Recorrer en coche las calles fue complicado porque había varias cortadas. El motivo era el rodaje de Los vengadores, que pude ver de cerca esa noche mientras cenaba en la terraza del grill Cadillac Ranch de la céntrica Public Square.
La gran atracción de la ciudad es el Rock and Roll Hall of Fame and Museum, un moderno edificio que flota sobre el lago Erie y cuya pirámide de cristal se inspira en las del Louvre. Cuando lo visité, en la explanada de acceso sonaba Jumpin’ Jack Flash, y familias de rockeros se hacían fotos delante de una gigantesca guitarra eléctrica.
Por los 22 dólares que cuesta la entrada puedes ver piezas legendarias de la historia del rock, desde guitarras hasta coches de Janis Joplin (en la imagen), Bruce Springsteen o ZZ Top y sobre todo ropa, por ejemplo el uniforme púrpura de Angus Young (ACDC), los monos kitsch del último Elvis, chaquetas raídas de Hank Williams, túnicas de las primeras damas del blues, el traje que llevaba Michael Jackson en Thriller o cazadoras ochenteras de Sting cuando estaba en The Police.
Me desconcertó el tamaño de la ropa de los Beatles, los Stones y demás grupos de los sesenta. Debían de ser todos de hueso pequeño, porque no parecían prendas de adulto. Y descubrí a Margi Kent, la diseñadora de cabecera de Stevie Nicks, responsable de esos etéreos vestidos gipsy que parecen confeccionados a base de coser decenas de pañuelos.
En las salas había auriculares para escuchar a los protagonistas de la historia del rock, y grandes pantallas con vídeos de cada época. Uno de ellos recordaba la historia de Menni Person, una afortunada señora que coincidió en un concesionario con Elvis y salió con un Cadillac regalado. El Rey, quien por cierto coleccionaba placas de policía, estaba comprando 13 para repartir entre sus allegados.
Cuando ya me iba del museo, una vieja rockera me invitó a entrar en el tour bus de Johny Cash. Pude ver la cocina, el dormitorio, el comedor o la sala de estar de Cash, con una mesa de roble de Tenneesee. Por si había dudas de que el autocar fuera auténtico, la amable guía me explicó que ella vio en concierto a Johnny Cash en Cleveland y efectivamente trajo ese vehículo.
Por Johnny Cash, de quien apenas conocía tres canciones, tengo cierta debilidad desde que vi Walk the Line, pese a lo cargante que me resulta Reese Witherspoon.
Más fotos de Rock and Roll Hall of Fame and Museum:
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Escribí esta serie de posts durante mis vacaciones por los EEUU. En su momento no pude publicarlos por falta de conexión.
Y por fin llegué Punxsutawney, el pueblo en el que cada mes de febrero la marmota Phil determina si llega la primavera o todavía quedan unas semanas de invierno. Sí, el de la película Atrapado en el tiempo (Groundhog Day). He de decir que durante unos días supe deletrear P-u-n-x-s-u-t-a-w-n-e-y (léase «pansatónic», Punxy para los amigos), ese nombre que le dieron los indios Delaware a este puñado de viviendas dispuestas a ambos lados de una carretera comarcal por la que circulan los camiones más colosales (y de colores más chillones) que he visto.
La primera parada fue en Punxy Phil’s Cakes & Steaks, auténtica «cocina energética» de la América profunda en un diner con asientos de sky burdeos a la entrada del pueblo. Los estómagos más delicados pueden tomar sopa o sándwiches; los valientes, gruesas tortitas acompañadas de una tortilla de tres huevos rellena de quedo cheddar y adornada con una bola de mantequilla.
A continuación era obligado visitar a Phil, la marmota, que tiene su madriguera (Phil’s Burrow) en la biblioteca pública de Punxy, situada en la plaza principal -¿la única?- del pueblo. Se le puede ver desde el exterior junto a su esposa, Phyllis, y su retoño, Stinky. Cuando los visité no mostraban mucha actividad, pero era la hora de la siesta en pleno mes de agosto. En la misma plaza está el escenario del Groundhog Day, y decenas de muñecos con forma de marmota por todo el pueblo dejan claro cual es su principal y única atracción.
En la tienda oficial de la marmota Phil me atendió una siniestra vecina de Punxy con una melena rubia lacia y larga hasta las caderas, sin exagerar. Tras preguntar si habíamos visto a Phil, lanzó su boutade: ella ve a decenas de Phils cada día en su backyard.
A punto de partir hacia Cleveland todas las campanas de Punxsutawney empezaron a sonar. Eran las cinco de la tarde y lo que oíamos parecía un himno. De que eran patriotas no quedaba duda. En los alrededores de la madriguera había un mueble para depositar las viejas banderas americanas. Llevaba esta leyenda: Proud to be an American.
Camino a Punxsutawney desde Fallingwater contemplé auténticas estampas all american: casas de madera con su bandera en el porche, su barbacoa en el jardín y su buzón junto a la carretera, pequeñas iglesias en medio de la pradera y cementerios sin vallar en lo alto de la colina, esos en los que se congrega un grupo de gente enlutada en las películas. Parecía que Chris Cooper iba a aparecer en un pick up en cualquier momento.
Keep Pennsylvania Beautiful, se leía por las carreteras secundarias de este tramo pintoresco del roadtrip. Los jardines de las casas estaban impecables, cualquier diría que el hobby local era montarse en el cortacésped. De hecho vi varios casos y parecían disfrutarlo. Me quedé con la duda de cómo marcan el límite entre su propiedad y la del vecino, porque no había separación, solo una gran extensión de césped por la que se esparcían diferentes viviendas unifamiliares.
También vi casas prefabricadas y montones de remolques, ¿los usarán como habitación de invitados? En algunos casos era evidente que la familia entera vivía allí, algo bastante común; que se lo pregunten a Hilary Swank, que creció en un trailer park.
Publicada el septiembre 25, 2011 por
Rosana Ferreres
La visita a Fallingwater, la casa de la cascada de Frank Lloyd Wright, fue otro de los hitos del roadtrip Nueva York-Chicago. Llegamos allí atravesando boscosas carreteras secundarias en las que por lo visto perecen a diario un buen puñado de mapaches. Cada vez que veías un animal atropellado tenía una vistosa cola de rayas.
Conocer Fallingwater es descubrir la historia de Liliane y Edgar Kauffman, los propietarios de los grandes almacenes Kauffman’s de Pittsburgh, cuya flagship en la Quinta Avenida de la ciudad la ocupa hoy un Macy’s. Para ellos y para su hijo, Edwar Jr, diseñó Wright en 1935 esta segunda residencia sobre el río Bear Run, en la zona de los Apalaches escogida por muchos Pittsburghers para instalar sus cabañas de verano.
La casa está abierta al público desde los años 60, pero el interior no se puede fotografiar a menos que escojas el tour VIP. La estampa más conocida, con el perfil de la vivienda sobre la cascada, se capta cruzando el río y avanzando por un sendero hasta el mirador.
El interiorismo de Fallingwater es obra de Wright, cada detalle tiene un propósito y hasta el último rincón está optimizado. Los techos son muy bajos, marca de la casa del arquitecto al igual que el uso del color rojo, por ejemplo en los ventanales. Si se puede prescindir de una esquina, se acristala para que entre más luz. La naturaleza invade las estancias, hasta las barandillas de las terrazas son muy bajas para no escatimar vistas del entorno.
Cada habitación tiene su terraza y su cuarto de baño, y la casa de invitados, a la que se accede por una escalera cubierta monte a través, dispone de una alberca sin depuradora que se renueva permanentemente con agua del río Bear Run. No obstante, yo me quedo con el acceso directo al río desde el salón principal de la vivienda. De las tres zonas de la casa, me gustó sobre todo la del patriarca, con amplias mesas para leer el periódico y estantes sin fin para libros.
Publicada el septiembre 24, 2011 por
Rosana Ferreres
Pennsylvania significa «el país de los bosques de Penn», en alusión al cuáquero inglés William Penn, a quien se le concedió este territorio en 1681.
Precisamente son los magníficos bosques lo que más recuerdo del trayecto entre Lancaster y Pittsburgh, donde llegué con los últimos rayos de sol. Cuando supuestamente ya estás en el área metropolitana, sigues sin ver mucho paisaje urbano porque la ciudad está oculta entre bosques.
El downtown está impecable y no hay rastro de turistas. Locales con polos y pantalones chinos se pasean por la zona supuestamente más animada, Market Square. Allí me tomé un picante flatbread de jamón y cebolla en Nola, un restaurante de nueva cocina criolla.
A unos pasos estaba el impresionante PPG Building, un rascacielos de cristal con forma de castillo que por cierto acoge la sede de Heinz. Un enorme bote de ketchup con forma de dinosaurio lo atestigua.
Publicada el septiembre 17, 2011 por
Rosana Ferreres
¿Recordáis el episodio de Cómo conocí a vuestra madre en el que Ted Mosby echaba pestes de New Jersey?
En resumen: las chicas ya pueden meterse en esa cloaca que es el Holland Tunnel, que Ted haría cualquier cosa por ligar, pero ¡no piensa ir a New Jersey! Que, dicho sea de paso, no es ni remotamente «más o menos lo mismo que Nueva York».
Eso hice yo: descender hasta las profundidades del río Hudson por el Holland Tunnel en mi flamante Lincoln alquilado -no sin antes atravesar a lo grande Times Square- y emerger bajo el gran cartel de Jersey City. Experiencia tensa porque en mi top de momentos traumáticos, junto a volar y sucedáneos, está la sensación angustiosa de tener un «gran río americano» sobre mi cabeza o bajo mis pies, léase cruzar cualquier puente que conduzca a Manhattan.
Salir de Midtown Manhattan en coche no es complicado si no hay atascos, y en mi caso eran las 7 de la mañana: todo recto por la Séptima hasta el citado Holland Tunnel, e inmediatamente después disfrutarás de una curiosa estampa de Lower Manhattan desde New Jersey, con la Estatua de la Libertad de espaldas.
Lo siguiente fue atravesar el industrial y frondoso estado de New Jersey, The Garden State, por la New Jersey Turnpike -la primera turnpike de muchas- rumbo a Lancaster, Pennsylvania.
Publicada el septiembre 11, 2011 por
Rosana Ferreres
Empiezo una serie de posts escritos durante mis vacaciones por los EEUU. En su momento no pude publicarlos por falta de conexión.
Imaginemos una casa de tres habitaciones -dormitorio, cocina, sala de estar-, sin agua corriente ni luz eléctrica y una única ventana en el salón. Así vivían en el Lower East Side a finales del siglo XIX las familias pobres recién llegadas de Europa, con el añadido de que no entendían el idioma ni las costumbres de los neoyorkinos y no tenían más remedio que trabajar en su propia casa, por ejemplo confeccionando trajes en compañía de otros inmigrantes en su misma situación. Inconvenientes: un hombre planchando en el salón de sol a sol, temperaturas altísimas dentro de la casa, ambiente cargado, falta de espacio, niños correteando por la zona de trabajo…
A estos bloques de viviendas se les llamó tenement buildings, y a las casas-fábrica, sweatshops. El Tenement Museum abrió en los años 80 del s.XX en un edificio de viviendas como las descritas, en el 97 de Orchard Street. Con testimonios de antiguos inquilinos se recreó el ambiente de varios apartamentos de este bloque de cinco plantas deshauciado en 1935 por no cumplir las normativas de higiene y habitabilidad.
El museo ofrece varios tours guiados: por las casas de los irlandeses, por las de los italianos, por las de los judíos y por el barrio. Yo elegí la ruta judía y conocí las condiciones de vida de Harris y Jennie Levine, rusos, y de los Rogarshevsky (después Rosenthal), lituanos. La visita no está en los circuitos turísticos comunes (Empire State, Estatua de la Libertad, Central Park…), de hecho en mi grupo predominaban los estadounidenses del Medio Oeste, que tenían una palabra para estas infraviviendas del pasado: scum («capa de suciedad», «escoria»). En el interior del bloque estaba prohibido hacer fotos, pero hay muchas en la web del museo.
Escrito en: Edificio de la ONU, 19 de agosto de 2011
Fotos del Lower East Side:
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